El panorama presente de la publicidad (o de cualquier otra disciplina que uno elija) cambia constantemente, se desenvuelve de manera confusa, carece de direcciones claras y es bastante inexplicable por incomprensible: necesitamos imperiosamente menos algoritmos y más seres humanos reales que nos ayuden a decidir a qué vale la pena prestarle atención y a qué no. ¿Por qué?
Que los niños son un público objetivo apetecible para el comercio, los medios, las marcas y la publicidad es una obviedad más que conocida desde tiempos remotos. En los últimos años, sin embargo, los párvulos han cobrado una relevancia notable como fuentes de negocios, ya como consumidores finales, ya como influyentes poderosos sobre quienes toman las decisiones de compra. La mayoría de las tendencias ponen a los chicos primero como una verdadera cornucopia que, además, multiplica a los integrantes del segmento a un ritmo tan veloz que es difícil tener una idea certera de sus dimensiones.
La comercialización de productos y de servicios a través medios electrónicos –en inglés, “electronic commerce” (comercio electrónico) abreviado e-commerce o simplemente ecommerce (de ahí el título)– tiene una larga historia iniciada en los albores de la década de 1970, pero que se vio potenciada con la universalización de Internet, primero, y con el desarrollo acelerado de las tecnologías de conectividad móvil, sobre el final de la década de 2000. En términos de crecimiento y al calor de la fiebre del coronavirus, el ecommerce argentino nos puso en el número uno de la tabla de los 10 países con mayor crecimiento de transacciones minoristas durante 2020, una de las pocas oportunidades en las que somos primeros en algo provechoso.
Quinta y última entrega de la jeringoza milenaria –por ahora– y veremos cómo te preparás para el léxico vintage, és que dejó de usarse allá por la década de 1980, mínimo. Mientras tanto, te dejamos el desafío de la quinta del ñato, una evidencia más de que nada es lo que parece ser. ¡Que te diviertas LMAO, wachi,! ¡Es por ahí, rey, skere…!
Cuarto episodio de la jeringoza milenaria y otra vez sopa con el vocabulario que bate la pibada de este tiempo poblado de memes, hashtags, arrobas, emojis y les quema la cabeza a los sociolingüistas, mientras resuelve las necesidades expresivas de los más jóvenes. ¡Que te diviertas, chinwewencha!
La “jeringoza milenaria” pegó fuerte en sus ediciones anteriores, así que vamos “a por” la tercera, que no es la vencida, y que nos trae más términos imberbes, de ésos que se oyen y se leen sobre todo en la subcultura adolescente precoz, temprana, madura y tardía. ¡Que te diviertas XD!
Sale un nuevo cuestionario para averiguar –no vale hacer trampas, ni googlear– tu nivel de comprensión de textos y lenguaje hablado de esta “jeringoza milenaria” que se lee y oye por todas partes. ¡Que te diviertas y, antes de criticar al idioma juvenil, te fijes quiénes se comunican con más eficiencia!
¿Cuánto sabés del léxico que utilizan en la actualidad buena parte de los nacidos desde 1985 en adelante y todos los que llegaron después de 1999, la “jeringoza milenaria”, ese galimatías babélico “duodécimoprimisecular” que hablan o escriben en el día a día los frenéticos habitantes del universo juvenil digital, pero enormemente humano, de nuestros días? Sale cuestionario para averiguarlo: y no vale hacer trampas. ¡Que te diviertas!
¿Quiénes son las criaturas concebidas por el arte y la inteligencia artificial a modo de personajes puramente virtuales que sólo existen en las pantallas de los dispositivos, y cuáles son los androides digitales a la cabeza del marketing de influencia que amenazan con disputarles el atípico y codiciado “mercado de pulgas de alta gama” a los nuevos mediáticos de Internet que conocemos como “influencers” humanos?
El panorama del marketing de influencers –esos especímenes excéntricos que copan los medios sociales y masivos– crece a un ritmo tan intenso, que se te perdona si todavía no sabés que también los hay en su versión digital, influencers virtuales al poder del negocio de los personajes humanos, que cada día engullen una porción más grande de la torta: te presentamos a las estrellas computadorizadas de este firmamento artificial.
El marketing de influencia surgió de la identificación del efecto que ciertas personas a las que se bautizó “influencers” tienen sobre compradores potenciales de productos y servicios en la era de internet. Convertidos en astros del firmamento de las redes, personalidades de los medios, líderes de opinión, periodistas, y hasta simples consumidores con ascendiente sobre las masas, se volvieron los nuevos ricos del siglo 21. No obstante, puede que estas estrellas de hoy sean tan fugaces como su arribo a escena, y el fin de los influencers humanos llegue con unos competidores infinitamente más baratos y eficientes: los influencers virtuales.
Las claves son esenciales para la seguridad personal de tus datos y actividades significativas. Los expertos recomiendan crear contraseñas difíciles de descifrar y no reutilizarlas en más de una cuenta, pero ¿cuántas palabras clave podés recordar sin equivocarte? Una persona común puede tener fácilmente más de 100 cuentas distintas que utiliza en las operaciones bancarias, las redes sociales, el pago de impuestos y servicios, o el correo electrónico. Te desafiamos a averiguar cuánto sabés de cómo crear claves seguras contra piratas y tomar conciencia de la vulnerabilidad de tus hábitos.
Las aplicaciones de bloqueo de anuncios publicitarios (ad-blockers), los cortafuegos (firewalls) y las redes privadas virtuales (VPN) se han vuelto muy populares entre los usuarios de Internet –en especial entre los miles de millones de propietarios de dispositivos móviles, verbigracia: celulares– como forma de protegerse del robo de datos y de la molesta publicidad intrusa. El problema se presenta cuando roba el vigilante, y esas aplicaciones –pagas o gratuitas– se dedican a cosechar en secreto los datos del usuario al que aseguran custodiar.
¿Cómo se reconfiguran las estrategias imaginadas para un 2020 que, al final de su segundo mes, adquirió una fisonomía insólita, inverosímil aun para las mentes más audaces, fascinadas todavía por el explosivo e inexplicable segmento de los más jóvenes? ¿Cómo se baraja y reparte de nuevo en medio de una crisis inaudita y absurda que nadie podía prever? ¿Cómo concebir una publicidad reformulada con objetivos flamantes figurados a la grupa de la pandemia y la recesión global subsiguiente?
Dentro de lo imprevisible de la evolución de las conductas individuales y grupales (¿tribales?) en épocas de crisis, la economía del pánico reitera –con matices perdurables– viejos vicios de la humanidad propios de nuestra naturaleza, de algún modo invariables, predecibles, imaginables. El COVID-19 dio, da, y dará material de estudio para comprender mejor cómo y qué somos, de qué formas hacemos lo que hacemos aunque no sepamos por qué.
El comportamiento humano a cualquier escala es impredecible siempre, y esa imposibilidad de previsión se convierte en un caos azaroso en las contingencias, como lo muestra la economía del pánico al nuevo coronavirus que sobrevino como respuesta a la emergencia sanitaria mundial bastante antes de que fuese declarada.
Toda la evidencia disponible parece demostrar que la furiosa epidemia –declarada pandemia por la OMS– de Coronavirus en tiempos de Internet habría sido infinitamente más grave de lo que ahora es si no estuviésemos en 2020 y no gozáramos de las bondades de la informática, las comunicaciones digitales y la Inteligencia Artificial, entre los innumerables avances producidos en las últimas décadas.
Más allá de los esfuerzos de gobiernos y organizaciones, de los avances tecnológicos y metodológicos, del mejoramiento y optimización de los procesos, de la recuperación y el reciclaje, la mayor contribución para el logro de una eficiencia energética verdadera que ayude a morigerar los efectos del cambio climático en curso está en las acciones individuales y del entorno social: cada uno de nosotros, en su casa, en el trabajo, en los lugares de estudio y esparcimiento, puede defender al Planeta con pequeños grandes gestos.
La iniciativa comenzó en Europa con fuerza legal, y obligó a los grandes jugadores globales, primero, y al resto de los millones de sitios de Internet de todo tipo a declarar de manera expresa qué datos recogen de los usuarios. Lo que parecía en principio una normativa un tanto paranoide terminó por desnudar la vasta y cerrada trama de filtraciones de información que vulneran la privacidad, peligro chino por excelencia desde que se conoció públicamente que el gobierno del polémico Xi Jinping nos espía a todos.
Las buenas noticias para los creadores de todo tipo de contenidos digitales son que los Millennials están dispuestos a pagar por los servicios de producción en general, pero las malas noticias, periodistas, son que para los jóvenes de hoy las cosas buenas son sólo aquellas que ellos reconocen como “contenidos premium”.
La piedra del escándalo rompió todos los esquemas cuando Facebook admitió el uso indebido de información privada extraída de forma ilegal de más de 50 millones de usuarios para influir en las elecciones que llevaron a Donald Trump a la presidencia. Aparece así el enemigo interior de la libertad, más peligroso aún que las acechanzas chinas y rusas, con el condimento adicional de que existe evidencia de entre las “cibercampañas sucias” estaría la de Argentina 2015.