Las palabras mayo y “maya” califican en la Argentina a todo lo relacionado con la Revolución de 1810, la “Gesta Maya” que instituyó al Primer Gobierno Patrio autónomo de las Provincias Unidas del Río de la Plata respecto a la Corona española en la ciudad de Buenos Aires: el 25 es el Día de la Patria y la Revolución de Mayo que nos hizo empezar a ser libres.
El 25 de Mayo en la Argentina
La Revolución de Mayo fue una sucesión de acontecimientos ocurridos a partir del viernes 18 de este mes en 1810 en la entonces capital del Virreinato del Río de la Plata, que culminó con la destitución de Baltasar Hidalgo de Cisneros, nombrado reemplazante del virrey Santiago de Liniers por la Junta Suprema de Sevilla en 1809.
Conformada el viernes 25 de mayo de 1810, la Primera Junta Revolucionaria tuvo a Cornelio Saavedra como presidente; a Juan José Paso y Mariano Moreno como secretarios; a Juan José Castelli, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Manuel Alberti, Domingo Matheu y Juan Larrea como vocales.
Si bien la Revolución de Mayo reconocía aún la autoridad “virtual” del rey de España Fernando VII –depuesto en las Abdicaciones de Bayona– fue el paso inicial para la instauración del Estado Nacional Argentino, matriz de la independencia latinoamericana.
El 25 de mayo de 1810 es un jalón que marca el comienzo de la gestación de la Nación Argentina por la iniciativa de un grupo de hombres y mujeres que se atrevió a imaginar un país libre, independiente y justo: por eso es conocido como el Día de la Patria y la Revolución de Mayo.
La Gesta Maya
La Semana de Mayo de 1810 comenzó el viernes 18 al confirmarse extraoficialmente la caída de la Junta Suprema Central y Gubernativa del Reino de España e Indias en Sevilla –soslayada por Cisneros– lo que animó a la solicitud de un Cabildo Abierto para resolver la suerte del Virreinato.
El sábado 19 hubo reuniones y acordadas entre criollos y representantes coloniales, y el domingo 20 se comunicó la petición al virrey quien, si bien estuvo de acuerdo con la convocatoria, ordenó aprestos de tropas y acuarteló a los batallones antes de recibir a los jefes militares en el fuerte.
El lunes 21, la vida ordinaria del Cabildo fue interrumpida por la ocupación de la Plaza Mayor: unos 600 hombres integrantes de la “Legión Infernal”, identificados con una cinta blanca a expensas de los “chisperos” Domingo French y Antonio Beruti, exigían un Cabildo Abierto y la renuncia del virrey Cisneros.
El Cabildo Abierto
De las 450 invitaciones repartidas entre los vecinos prominentes de la ciudad (que en realidad fueron muchas más por un ardid del encargado de imprimirlas) para concurrir al Cabildo, unas 250 fueron honradas el martes 22 bajo el estricto control de los hombres de la “Legión”.
El Cabildo Abierto deliberó desde la mañana hasta la medianoche y tras arduas discusiones se decidió destituir al virrrey por amplia mayoría: 155 votos contra 69, de un total de 224 asistentes presentes en el recinto.
El miércoles 23, mientras el Cabildo hacía el recuento de votos, se distribuyeron avisos públicos sobre la creación de la Junta de Gobierno y la convocatoria a las Provincias para que enviasen a sus diputados.
Nada estaba dicho el jueves 24 cuando se conformó la Junta propuesta por Julián de Leyva, síndico y procurador “realista”, con el ex virrey español Baltasar Cisneros como presidente y comandante de armas, el sacerdote Juan Solá junto al comerciante José Santos Incháustegui como vocales españoles, y el militar Cornelio Saavedra con el abogado Juan José Castelli como vocales criollos.
Conocida la primicia, la Plaza Mayor fue invadida por una multitudinaria masa de milicias y gente común, una horda popular que repudiaba la permanencia de Cisneros, y cuya agitación creciente parecía incontenible.
Esa noche, Saavedra y Castelli informaron al ex virrey sobre el estado de sublevación generalizada del pueblo y de las tropas, y consiguieron que éste les diera la palabra de su renuncia.
El sol del 25
La mañana lluviosa y destemplada del viernes 25 se encendió al clamor del reclamo “El pueblo quiere saber de qué se trata” en la voz de una muchedumbre azuzada por Beruti y French.
Según aseguró el historiador Bartolomé Mitre –hoy muchos dicen que sin rigor histórico alguno– el dúo repartía escarapelas celestes y blancas entre los revolucionarios, pero las crónicas conceden a Manuel Belgrano la autoría de la insignia, instituida por el Primer Triunvirato en 1812.
Luego del desalojo de la sala capitular, invadida por la multitud exasperada, el Cabildo se reunió a las 9, y mandó reprimir a los revoltosos, orden que no quisieron o no pudieron obedecer los comandantes militares.
Los representantes de la multitud que abarrotaba la Plaza reclamaron la salida de escena del virrey, la toma de la autoridad popular delegada en la asamblea del 22 y la conformación de una Junta de gobierno criolla.
Del caos que dominaba a la jornada decantaron por fin:
- La renuncia de Cisneros
- La composición de la Primera Junta con el respaldo de la firma de numerosos ciudadanos representativos
- La salida a los balcones del Cabildo de los capitulares para anunciar las novedades
- La palabra de Saavedra ante la multitud, saludado por campanadas y salvas de artillería al dirigirse al Fuerte
El 26 de mayo de 1810 la Junta Provisional Gubernativa de la capital del Río de la Plata emitió una proclama formal a los habitantes de la ciudad “y de las provincias de su superior mando”, con las firmas de Saavedra, Castelli, Belgrano, de Azcuénaga, Alberti, Mateu (sic), Larrea, Passo (sic) y Moreno, a través de la Real Imprenta de Niños Expósitos de Buenos Aires.
Revolución a media asta
La formación de un gobierno patrio propio en la capital del territorio del Virreinato de las Provincias Unidas del Río de la Plata puede considerarse con justicia el primer grito de libertad de América del Sur, porque fue la semilla de la que surgiría con el tiempo la independencia definitiva de la Nación.
La Junta Provisional Gubernativa de las Provincias Unidas del Río de La Plata mantuvo lealtad jurídica formal al rey Fernando VII a quien declaró fidelidad “para guarda de sus augustos derechos, obedecer sus órdenes y decretos, y no atentar directa ni indirectamente contra su autoridad, propendiendo pública y privadamente a sus seguridad y respeto”.
“Todos juraron; y todos morirán antes que quebranten la sagrada obligación que se han impuesto”, publicó la Gazeta de Buenos Ayres en su primer número del 7 de junio de 1810, y continuó:
“El día 30 [de mayo] del pasado hubo misa de gracias, y se cantó Tedeum en la Santa Catedral. El doble objeto de celebrarse el día de nuestro augusto monarca Don Fernando VII y la instalación de la Junta redobló la celebridad de la fiesta a que concurrieron todas las corporaciones, jefes y vecindario, pasando después a la real fortaleza, al besamanos, que principió la Real Audiencia y continuaron por su orden los demás cuerpos civiles y jefes del ejército, concurriendo igualmente a aquel acto el Excmo. señor Don Baltasar Hidalgo de Cisneros.”
Diversos autores consideran a las manifestaciones revolucionarias primigenias “la máscara de Fernando VII”, una maniobra política y diplomática premeditada para velar la empresa que llevaría a la declaración de la Independencia de la Nación Argentina el 9 de julio de 1816, durante el Congreso de Tucumán.
El primer aniversario
El 18 de diciembre de 1810, la Primera Junta se reunió con los diputados de las provincias que adherían a la Revolución en Buenos Aires, y se votó la formación de la Junta Grande, que gobernó durante poco más de 1 año.
En abril de 1811, el Cabildo programó una serie de obras y festejos entre los que se incluía erigir una “Columna del 25 de Mayo” en el centro de la Plaza de la Victoria, frente al propio edificio, obra encomendada al alarife Francisco Cañete.
El 25 de mayo de 1811, se inauguró la Pirámide de Mayo –en rigor, un obelisco, precedente del monumento actual diseñado por Prilidiano Pueyrredón– durante las celebraciones del aniversario de la Revolución.
El monumento original estaba rodeado de 4 esculturas –la Mecánica, la Navegación, la Astronomía y la Geografía– y a su pie se dispusieron las banderas de los regimientos de Arribeños, Artillería, Granaderos, Húsares, Pardos y Morenos, y Patricios.
Las festividades se extendieron a lo largo de 4 días en los que la algarabía popular fue acompañada de danzas, sorteos, bandas musicales, arcos triunfales y las primeras manumisiones de esclavos que por afecto, mérito, aptitud y voluntad de sus propietarios eran convertidos en libertos.
La bandera que Belgrano nos legó
El lunes 25 de mayo de 1812, en la villa de San Salvador de Jujuy, Manuel Belgrano hizo jurar y bendecir por el canónigo Juan Ignacio Gorriti a la bandera celeste y blanca que había enarbolado el 27 de febrero anterior en Rosario.
Apenas 5 días después de izada por primera vez, la bandera de Belgrano fue prohibida por el gobierno nacional, y se ordenó reemplazarla por la de la marina de guerra española, “la Rojigualda”, para no ofender a la Corona.
El secretario del Primer Triunvirato, Bernardino Rivadavia, protector celoso de los intereses del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y custodio de la fidelidad al rey Fernando VII (con quien, sin embargo, estábamos en guerra) fue el instigador de la interdicción.
Inadvertido de aquel mandato, Belgrano celebró el 2º aniversario de la Revolución de Mayo en la Iglesia Matriz con un Te Deum dominical para beneplácito del pueblo presente, acto que le valió una severa amonestación desde Buenos Aires.
“La guardaré silenciosamente para enarbolarla cuando se produzca un gran triunfo de nuestras armas”, respondió Belgrano al Triunvirato en una carta del 18 de julio, y la entregó al Cabildo jujeño para que la ocultara.
Si bien consiguió la victoria en la Batalla de Tucumán el 24 de septiembre, recién el 13 de febrero de 1813 –previa aprobación de la Asamblea del Año XIII y con la condición de que sólo sería utilizada como blasón de guerra– el Ejército del Norte pudo jurar ante Belgrano fidelidad a los colores de la bandera en Salta, después del cruce del río Pasaje, desde entonces Juramento.
- El lado oscuro de la persuasiónDesesperada por impactar, la publicidad agota al público, excitado hasta el límite en un vórtice que desborda su capacidad de respuesta coherente.
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