Sin lugar a dudas, la pandemia de COVID-19 instaló una nueva –y algo desprolija– agenda, que dio un significado distinto al desarrollo sustentable y modificó las jerarquías de las tecnologías innovadoras gracias a las que muchos millones de personas pudieron trabajar, educarse y socializar de manera remota. La puesta de la Responsabilidad Social Empresaria al día en los atribulados tiempos de coronavirus, sin embargo, tiene el deber de abordar también el cambio climático, acaso más vinculado a la crisis actual de lo que parece.

Un cambio de perspectiva en la RSE

El proceso de deterioro acelerado de los sistemas económicos –y por consiguiente sociales, políticos, culturales– a raíz de la catástrofe sanitaria condujo a numerosas empresas alrededor del mundo a la revisión de sus actividades y a la reconsideración de sus propósitos.
Quedó manifiesta la necesidad de reforzar los compromisos con la sociedad, con el entorno, con el medio ambiente, declamados mas poco asumidos en tiempos pasados, en una cruzada de solidaridad cardinal que abarque a todo el Planeta.
“Los propósitos sólidos y las convicciones firmes son ingredientes que generan confianza, inspiran lealtad y motivan decisiones entre todos los públicos.
Si bien cada empresa –en sus diversas formas, dimensiones y alcances– tiene sus propias aspiraciones organizativas, todas comparten el compromiso fundamental con los grupos de interés que les dan sustento general.
Los objetivos empresarios (trazados en la declaración de visión, misión y valores de cada institución) cobran una importancia central como factores estratégicos en momentos de transformaciones extraordinarias.
Cada vez más, esos propósitos deben ser tan claros como explícitos, y tan amplios como específicos.
La comunicación expresa de los objetivos empresarios se ha vuelto un distintivo valorado sobremanera en el ámbito corporativo, gubernamental y social.
Los propósitos sólidos y las convicciones firmes son hoy por hoy, y bajo el influjo de los hechos, ingredientes que generan confianza, inspiran lealtad y motivan decisiones entre todos los públicos.
El enfoque de la nueva RSE surgida de las experiencias de 2020 involucra compromisos más amplios y duraderos con los procesos que nos orienten hacia la verdadera sustentabilidad.
Esta nota se concentra en el papel que cabe a las organizaciones empresariales, ostensible a partir del fenómeno COVID-19, aunque presumible desde mucho tiempo antes.
Organizaciones en acción

Tal vez lo primero que aprendimos las empresas en la urgencia fue que no podíamos mantenernos inmóviles ante el problema sanitario.
Estaba en las organizaciones la responsabilidad de formar e informar a todos los agentes, propios y ajenos, para la emergencia.
La higiene, la seguridad, la salubridad, quedaron a la vanguardia de las prioridades en la esfera propia y en las relaciones con las comunidades que integran nuestras cadenas de valor abiertas.
“La reconversión pragmática al servicio de la sociedad, local pero también global, se volvió una pauta imperativa que está al orden del día, por fuera de cualquier apreciación ética.
En la medida de las posibilidades, cada institución extendió su colaboración, más allá de la provisión de productos y servicios propios, a la asistencia económica, financiera, logística, pero también sanitaria.
Comprendimos por la fuerza de las circunstancias que no habíamos prestado la suficiente atención a la sanidad, a la bioseguridad, a la higiene personal y ambiental, a la salud.
Y, quien más, quien menos, cada cual dirigió sus energías en la enmienda de este vacío de responsabilidad y de gestión.
Más aún, diversas empresas iniciaron o desarrollaron procesos de suministro de elementos sanitarios al modificar en parte o en todo sus usos y costumbres.
La reconversión pragmática al servicio de la sociedad, local pero también global, se volvió una pauta imperativa que está al orden del día, por fuera de cualquier apreciación ética.
Lejos estamos del visualizar un paraíso del desarrollo sostenible, pero las señales de alarma han atravesado todas las murallas que obstaculizaban el panorama desnudo, ahora palpable y manifiesto.
Hijos del rigor, padres de la tolerancia

Todos sentimos en carne propia la inclemencia de la crisis y debimos procurarnos y procurar para todos los demás la comprensión y el reconocimiento de la fragilidad en la que nos puso la situación.
“Todos sentimos en carne propia la inclemencia de la crisis y debimos procurarnos y procurar para todos los demás la comprensión y el reconocimiento de la fragilidad en la que nos puso la situación.
Gobiernos, organizaciones, trabajadores, ciudadanos de a pie, demandamos flexibilidad, créditos blandos, adelantos a cuenta, moratorias en los vencimientos, aplazamientos de pagos, disminución de las tasas de interés, solidaridad en el infortunio.
El sector financiero tuvo que diseñar en tiempo récord nuevas modalidades de financiación blanda para empresas, comercios, cuentapropistas e individuos que moderaran las consecuencias del colapso potencial generalizado.
Lo que había sido su propósito originario elemental –servir como punto de apoyo para el perfeccionamiento económico– como entidades crediticias, relegado al olvido durante demasiadas décadas, es ahora un deber forzoso para la propia subsistencia.
Las organizaciones internacionales de países, como la Unión Europea, admitieron la fatalidad de deshacerse de tabúes y fetiches ancestrales de la economía, y patrocinaron lo que se consideró siempre un absurdo: traspasar las deudas individuales al bloque común.
La idea de que los estados miembros más ricos se hagan corresponsables de las deudas de los más pobres, inadmisible hasta hace muy poco, dejó al desnudo la gravedad de una crisis sin precedentes, sin plazos y que causará una mutación definitiva en el mundo entero.
La complejidad del escenario global y los desafíos que plantea suponen trasladar la responsabilidad de las organizaciones lo más lejos posible y responder condescendientemente al ardiente contexto social y ambiental.
Compañías verdaderas

Cada uno de los grupos de interés de las empresas (abreviados en clientes, trabajadores, proveedores, competidores y contexto físico de implantación) es fundamental para la consecución de sus propósitos y objetivos.
En estas circunstancias extraordinarias parece indispensable efectuar transacciones que proporciones valor a todo el tejido colectivo de esos grupos.
La mutua superación de contratiempos y dificultades redunda más temprano que tarde en el progreso de organizaciones, comunidades y estados en todas sus órbitas.
En ese sentido es valioso recuperar para empresas, sociedades, corporaciones, comercios, consorcios, asociaciones, el buen nombre de compañías.
El no tan común bien común
La sinergia del acompañamiento en el cuidado social y medioambiental es un compromiso que derrama concordia y prosperidad recíproca al conjunto de los grupos de interés.
Así, observamos que en la emergencia las compañías se ocupan, de manera creciente y con mayor responsabilidad efectiva, de:
- Entregar valor a clientes y usuarios para cumplir o superar sus expectativas, y evaluar con empatía los contratiempos y necesidades emergentes por la coyuntura.
- Invertir en el personal, fomentar el respeto a su diversidad, promover la inclusión, darle una compensación justa, educar y capacitar a individuos y equipos para que desarrollen nuevas habilidades en un mundo que cambia con velocidad, y asegurarles los beneficios de una calidad de vida satisfactoria.
- Relacionarse de forma justa y ética con los proveedores –sean éstos grandes empresas, medianas, pequeñas, o individuos– estimados como verdaderos socios idóneos para favorecer el cumplimiento de la propia misión empresarial.
- Pactar con las organizaciones competidoras directas e indirectas el juego limpio de la libertad de empresa y el acatamiento leal de las reglas de la competencia en favor de la sustentabilidad del ecosistema del mercado.
- Apoyar a las comunidades locales y regionales, respetar a las personas que las integran, y proteger el medio ambiente con prácticas sostenibles en todos los ámbitos de alcance e inserción.
Afianzar la cultura de la solidaridad, entendida como una asociación concurrente de recursos coordinados y concordantes –no como un favor o una dádiva– es una decisión que encuentra en los efectos rotundos de la pandemia a un catalizador poderoso.
Los unos, los otros y nosotros
Algunos sectores demuestran un comportamiento más dinámico debido a la naturaleza de las actividades que desarrollan, y que resultan más esenciales en la actualidad:
- Las compañías y organizaciones con capacidad logística, de aprovisionamiento y gestión de suministros operan el abastecimiento sistematizado de alimentos, material sanitario, fármacos o vacunas, pero la provisión de servicios y el traslado de dotaciones y personal para tareas específicas.
- Las empresas de investigación en biotecnología, las industrias químicas, los laboratorios medicinales y farmacéuticos, las creadoras de nuevos insumos para la sanidad, la higiene ambiental y la bioseguridad, coordinan sus esfuerzos con los distintos niveles estatales –locales, nacionales y supranacionales– para poner a disposición de las autoridades sus avances y desarrollos.
- Muchas organizaciones cuya capacidad operativa quedó ociosa por las medidas sanitarias y las restricciones para la movilidad y el tránsito, ofrecen el potencial disponible para usos alternativos de valor inestimable.
La articulación de alianzas privadas y públicas para dar batalla a la crisis sanitaria y ambiental, más allá de la rivalidad y la competencia, surge en beneficio del funcionamiento equilibrado de todo el sistema.
La Responsabilidad Social Empresaria comprometida y creativa es capaz de aportar y ser parte de las soluciones más eficaces para las sociedades y el hábitat, en el entendimiento de que “nadie se salva solo” en estos trances.
La actividad solidaria infundida por la crisis pasó de ser una imposición gravosa, un peaje para disminuir obligaciones relativas, a volverse una iniciativa motivadora virtuosa que proporciona la armonía práctica que obra el desarrollo general.
La inflexión de la crisis
En la vida antes de que conociéramos al nuevo coronavirus y los efectos destructivos de su propagación global, los individuos, las organizaciones y las sociedades se mantenían o cambiaban según 3 razones de peso radicales:
- Convicción
- Conveniencia
- Coacción

Entre las empresas, el discurso –regado de abundantes propósitos sublimes– era en la abrumadora mayoría de los casos declamación “políticamente correcta” de relleno, música de fondo, humo y papelitos.
El mundo empresario guiaba las acciones y transacciones en pos de sus metas movido por la conveniencia y forzado por la coacción, no por el convencimiento de que fuera preciso “hacer las cosas bien”.
Cuando la pandemia se instaló, primero como amenaza, luego como catástrofe, entendimos –tarde– que “hacer las cosas bien” es, para todos, un mandato categórico del que pende la subsistencia.
No hubo coacción que fuese más apremiante ni conveniencia que resultara más perentoria que aferrarse a la convicción de que el problema era mayúsculo y que nadie podía sustraerse ni quedar a resguardo seguro por las suyas.
La dimensión social de las empresas

Hoy por hoy, Responsabilidad Social Empresaria significa ceder y renunciar a un sinnúmero de beneficios –a veces privilegios– para preservar el funcionamiento básico del proceso productivo.
Las empresas pequeñas y medianas son el motor de las economías menos desarrolladas y a la vez constituyen un vasto y heterogéneo tejido que abastece a las economías mayores.
Sostener su actividad, preservar el empleo y el pago de salarios, salvarlas de la opresión financiera, es un compromiso que no puede evadirse, ni desde los estados, ni desde las grandes compañías líderes.
La necesidad de una política común, un consenso amplio, una estructura institucional universalizada que organice y ampare la actividad productiva en todas las escalas, ámbitos y territorios, es palmaria.
Lo que vendrá ya vino

No es preciso esperar a que se supere la crisis para advertir que “la vida es una moneda” y lo que es “pan para hoy, hambre para mañana” será; sin embargo, vale prestar atención a las señales pasadas y presentes para revisar conductas.
En los últimos años se aceleró la frecuencia de aparición de emergencias epidémicas por agentes infecciosos –emergentes (como el SARS-CoV2) o recurrentes (como las gripes)– como efecto de la degradación humana del medio ambiente, la aniquilación de ecosistemas, el cambio climático y la multiplicación de los desplazamientos de personas y bienes.
“La frecuencia de aparición de emergencias epidémicas por agentes infecciosos como efecto de la degradación humana del medio ambiente, la aniquilación de ecosistemas, el cambio climático y la multiplicación de los desplazamientos de personas y bienes, se aceleró de manera notable.
La pandemia en curso era de algún modo esperable, teníamos la información, estábamos advertidos, pero ni siquiera aquellos actores que podían lograr tajadas formidables se preocuparon por adelantarse a las circunstancias.
El desarrollo y fabricación de vacunas, que nunca contó con la preferencia de los grandes laboratorios farmacéuticos y languidecía en la indolencia, les proporciona ahora los mayores contratos de producción de su historia.
Si dejamos de lado las “teorías” negadoras que ven una enorme conspiración tecnológica, política y económica subterránea, inverosímil y absurda como tantas otras que circulan por las redes, observamos que siempre estamos muy detrás de los hechos.
Los fabricantes (y los estados que pagan) podrían haberse ahorrado apuros de haber atendido a los pronósticos y adelantado las investigaciones, los ensayos y las cadenas productivas para tener las vacunas a tiempo y en forma.
Sucede que toda la construcción cultural con la que arribamos a estas instancias, en vez de ser proactiva es meramente reactiva, responde a las consecuencias y descuida las causas, asiste cuando han emergido los efectos en lugar de prevenir que no ocurran.
RSE: Cuestión de prioridades

Apenas iniciada la crisis, quedó en evidencia el apremio para establecer prerrogativas en la asistencia de determinados actores muy vulnerables por el estado de cosas.
Las personas mayores emergieron como el sector más inerme en una primera instancia, aunque pronto se vio que aquellos que se encontraban en situaciones especiales de debilidad relativa –individuos enfermos, discapacitados, embarazadas– requerían atención prioritaria.
Las crudezas de la anomalía llamada “nueva normalidad” dejaron al descubierto carencias severas de accesibilidad, soslayadas por la costumbre o la desidia.
De pronto vislumbramos con horror las auténticas crueldades que habíamos naturalizado en la rutina diaria.
Asomaron en la superficie de la cotidianidad los marginados escondidos del sistema que, en mayor o menor medida, son –somos– una pluralidad angustiosa.
No alcanzan para esa mayoría universal de personas buena parte de los enormes avances tecnológicos y metodológicos,
- si no tienen conocimiento de su existencia y acceso franco,
- si no saben o no pueden manejarlos correctamente,
- si no funcionan de manera provechosa, positiva y sostenible.
Pero tampoco bastan siquiera los recursos corrientes si no están ordenados y asignados con eficiencia y equidad planificada, distribuidos con transparencia y sin discrecionalidad en sociedades preparadas y eficientes.
Y aún si se cumplieran con certeza todas las premisas anteriores, faltaría una condición indispensable: la aceptación social con participación activa y unívoca de todos los individuos.
Co operación empresaria

“Las epidemias son fenómenos sociales que tienen algunos aspectos médicos” señalaba en el siglo 19 Rudolph Virchow, médico alemán fundador de la anatomía patológica, al tiempo que advertía que “los defectos de la sociedad forman una condición necesaria para su aparición”.
La adhesión incondicional de la población a las medidas de prevención, control y tratamiento de la pandemia no puede lograrse sin el concurso dinámico de todos los actores involucrados.
Es preciso que los individuos, pero también las compañías, como organizaciones rectoras del desarrollo, tengan el convencimiento y la comprensión de las medidas de emergencia implementadas por autoridades coherentes, creíbles y cristalinas.
El descrédito infundado al que se ven sometidos los expertos y las instituciones científicas en todos los campos propios del combate epidemiológico crea el caldo de cultivo para la infección informativa.
La interferencia política y mediática, la puja de intereses subalternos, la vulgarización y “desespecialización” del conocimiento, conforman una epidemia tanto o más grave que la de COVID-19.
En este tópico, las empresas tienen la obligación de ejercer el doble papel de demandantes y garantes de las acciones públicas, no sólo en el plano sanitario sino en todo el espectro involucrado en la contención de la pandemia.
Habitantes responsables

La gravedad y persistencia de la crisis del nuevo coronavirus no debe hacernos olvidar de que, como reiteramos en varios párrafos de esta nota, está estrechamente ligada a las agresiones humanas sobre el hábitat.
Nos concentramos en la higiene y el cuidado personal y comunitario con el lavado y desinfección de manos, el uso de barbijos y máscaras, el distanciamiento seguro, la minimización del contacto físico, la ventilación de ambientes, la desinfección de superficies, y eso está muy bien.
“La conciencia medioambiental debe infundirse en todos los niveles empresarios, desde los directivos hasta los empleados, pero también difundirse hacia clientes y proveedores con una clara proyección social.
Sin embargo, estas medidas ahora rutinarias no deben hacernos descuidar la preocupación por el medio ambiente y la conservación del equilibrio en el Planeta, lo que implica una responsabilidad activa.
La conciencia medioambiental debe infundirse en todos los niveles empresarios, desde los directivos hasta los empleados, pero también difundirse hacia clientes y proveedores con una clara proyección social.
El hábitat humano tiene que mantenerse en un balance armónico con el hábitat natural, y las compañías deben asumir que éste es un bien escaso y frágil al que es necesario proteger incondicionalmente.
Todas las estrategias de desarrollo corporativo deben incluir en sus metas la conservación del equilibrio ecológico, el ahorro energético, la reducción o eliminación de deshechos, residuos y emisiones nocivas, en resumen: la disminución del impacto ambiental a su mínima expresión.
La innovación tecnológica más reciente se funda en los principios de la sustentabilidad y de la descontaminación global con iniciativas y métodos que limitan o descartan el uso de recursos que dejen huella en el medio ambiente.
En sintonía con esas virtudes, su consumación acarrea beneficios económicos notables por la mayor eficiencia absoluta de todos los procesos, como lo prescriben los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Organización de las Naciones Unidas.
La RSE cobra dimensiones antes inimaginadas y obliga a las organizaciones empresarias a asumir compromisos tal vez novedosos pero sin duda capitales para enfrentar los retos a los que las somete un presente del que todas son en su medida corresponsables.

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