La llegada de septiembre huele entre nosotros a una primavera que se inicia formalmente con el equinoccio del 21 o 22 , marcada desde tiempos inmemoriales por la astronomía. Sin embargo, este esquema es desafiado por un concepto más ajustado al comportamiento climático real: la primavera meteorológica. ¿Qué pasó?
El equinoccio –cuando se “iguala” la duración del día y la noche– de septiembre marca un punto preciso en el movimiento de la Tierra alrededor del sol, a partir del cual en nuestras latitudes las horas de luz natural empiezan a superar a las de oscuridad.
A lo largo de siglos, si no milenios, la primavera ha transcurrido más o menos constante, reconocible, grata, “la estación más linda del año” en la cultura popular, relacionada con el renacimiento de la vida después del frío invierno, algo que ahora se ha roto o lo parece.
En las últimas décadas, tanto la percepción ordinaria como los registros y la evidencia científica, manifiestan que las estaciones se han vuelto más impredecibles y menos estables.
Este fenómeno no es algo novedoso: ya advertíamos, sin ser una fuente autorizada pero sí responsable, en “Cambio climático ¿en primavera?” hace más de años.
Las temperaturas, antaño agradables con amplitudes térmicas moderadas, ahora fluctúan con mayor intensidad, las diferencias entre la máxima y la mínima diaria crecen, las variaciones se acompañan de acontecimientos más críticos.
Las lluvias alternan excesos desmesurados con largos períodos de ausencia seca perenne (poblada de incendios y extensas nubes de humo local, nacional e internacional), y asistimos no sin sobresalto a una nueva “normalidad”.
Bienvenida, primavera meteorológica
La idea de primavera, tan asociada al renacer natural y a la despedida del frío, aparenta tener dos rostros; uno ligado a la cíclica precisión astronómica; otro –más flexible– ajustado a las variaciones aleatorias del estado del tiempo, que ya no se comporta como solía hacerlo.
Las estaciones tradicionales, congruentes con la posición relatica de la Tierra respecto al sol, ya no reflejan con exactitud el tiempo atmosférico registrado y percibido, lo que lleva a los meteorólogos a adaptar los conceptos.
Los patrones estacionales han abandonado el calendario solar, y por eso la novel primavera meteorológica se rige más por las condiciones generales que signan la transformación climática y menos por los fenómenos astronómicos de posiciones relativas.
Así es que la primavera “real”, la de los pronosticadores y presentadores del estado del tiempo, comienza el 1 de septiembre, más o menos cuando las temperaturas empiezan a moderarse o crecer con parsimonia, después de un invierno que ya no se semeja al del pasado, y termina 3 meses más tarde, la medianoche que separa al 30 de noviembre del 1 de diciembre.
Mientras la primavera astronómica suele llegar con condiciones asaz inestables, la primavera meteorológica –más práctica– contempla los suaves aumentos en las temperaturas y el incremento de la luz solar que se perciben ya desde los primeros días del mes.
Clima versus tiempo
La desconexión entre las estaciones astronómicas y las meteorológicas es un reflejo de cómo el cambio climático y los fenómenos meteorológicos cada vez más erráticos han hecho perturbado a los fenómenos estacionales en la vida real.
Hay una disociación notable entre clima (la descripción de las condiciones regionales del estado atmosférico en el largo plazo) y tiempo (los acontecimientos cotidianos por hora o por día), al punto que ya no guardan correlación directa.
La razón fundamental de este alejamiento está en las alteraciones climáticas locales, regionales y globales, que modifican las características propias de las otrora estaciones naturales (véase nuestra “Primaveras argentinas: ¿son lo que solían?”).
Así como los inviernos tienden a ser más cortos o menos rigurosos que lo esperado, los veranos se extienden más allá de su duración histórica promedio, a la vez que las transiciones entre ambos términos, primavera y otoño son más variables y menos predecibles.
Además, los fenómenos meteorológicos extremos, como olas de calor fuera de temporada o cambios abruptos en los patrones de precipitación, también contribuyen a que las estaciones meteorológicas no se alineen con las astronómicas.
Con estos desajustes la primavera, tal como se siente en la atmósfera que habitamos, llega antes que la fecha astronómica de referencia, el equinoccio de septiembre, y los profesionales del tiempo se ven obligados a notificarnos.
Lo que vendrá
Aunque el cambio climático es global, la primavera –cualquier estación– en la Argentina, ya se sabe, tiene peculiaridades que la vuelven un tanto más imprevisible, por no decir inimaginable.
Dice nuestro Servicio Meteorológico Nacional (SMN) que los estados alterados del clima primaveral estarán un poco más trastornados e inquietos en el futuro cercano.
Las temperaturas medias se ubicarán por encima de lo habitual, lo que ya es una tendencia en las condiciones atmosféricas de gran parte del país, que mudó de un clima templado a otro ciertamente tropical.
En contraste con las décadas pasadas, la larga sequía se intensificará en la región de Santa Fe durante esta primavera, con precipitaciones muy inferiores a lo acostumbrado para la época del año.
La combinación inoportuna de altas temperaturas y escasas lluvias se traducirá, como es lógico, en meses calurosos y secos que afectarán a la vida urbana, pero agravarán la situación de la agricultura y la gestión de los recursos hídricos.
Consecuencia esperable del cambio climático, tendremos rachas de viento más fuertes, intercaladas con tormentas eléctricas más frecuentes, acrecentadas gracias al fenómeno de El Niño, más severas por la inestabilidad atmosférica y por la baja humedad relativa del ambiente.
No me molestes, mosquito
Las previsiones meteorológicas atípicas, de consumarse, influirán de modo relevante en la propagación de enfermedades infecto-contagiosas transferidas por vectores no humanos.
Aunque la reducción de las precipitaciones puede disminuir la proliferación de crías del Aedes aegypti, vector de transmisión del dengue, las temperaturas elevadas aceleran su ciclo de vida y favorecen la conservación de los huevos.
La ausencia de campañas de prevención a través de medidas como la eliminación de reservorios potenciales, y la falta de monitoreo de la situación sanitaria, conspiran contra la salud general y la calidad de vida de las personas.
Humo en tus ojos
Si el panorama inquieta de por sí, a la cuestión meteorológica pura se agrega el problema persistente del humo, proveniente ya de los numerosos incendios locales provocados, ya de los que suceden en Brasil, Bolivia, Paraguay y el litoral de nuestro país.
Los múltiples focos activos de incendio de vastas áreas de territorio, por fuera de los perjuicios directos sobre los ecosistemas, engendran grandes cantidades de humo atmosférico que impacta en toda la región.
Todo indica que esta situación continuará y se agravará, al menos en el corto plazo, intensificada por la circulación de vientos en altura del norte que desplazan densas nubes sobre nuestra zona.
El humo de proveniente de la quema deteriora la calidad del aire ambiental, perjudica las actividades al aire libre, provoca irritación y eventuales trastornos respiratorios, amén de reducir la visibilidad para el traslado por cualquier medio.
El deterioro del aire puede exacerbar las complicaciones en la salud y dificulta la clasificación de los casos por parte de la atención médica, ya que síntomas como dificultades respiratorias, inflamación y fatiga son compartidas por las enfermedades infecciosas.
Los incendios y la contaminación ambiental desvían recursos sanitarios y afectan la capacidad de respuesta de los recursos humanos y de infraestructura asistencial ante otras emergencias como los brotes epidémicos.
El perfume de la crisis
La combinación de fenómenos adversos en esta primavera santafesina y argentina 2024 plantea desafíos preocupantes para todos los estamentos de la sociedad, que exceden y superan a las autoridades.
La estación naciente representa hoy un llamado urgente para que, tanto las instituciones más significativas como las organizaciones del ámbito privado adoptemos un enfoque más proactivo y solidario, en el que la responsabilidad social empresarial (RSE) es una herramienta de cambio poderosa.
Es vital que la iniciativa individual y comunitaria promueva tácticas sostenibles para reducir el impacto de los factores negativos, contribuir a la mejora de la calidad ambiental, y al incremento de la resiliencia en las áreas urbanas.
Si bien el panorama se presenta complejo en el contexto de la incertidumbre general, cada persona, cada empresa puede involucrarse en la misión de aportar recursos disponibles, promover conciencia, prevenir riesgos, y fomentar prácticas más beneficiosas para el conjunto.
¿Seremos capaces de reconocer la huella humana en las alteraciones indiscutibles del medio ambiente? ¿Nos podremos la RSE al hombro y afrontaremos estas calamidades con voluntad estratégica? ¿O habrá que volver al encierro y a las mascarillas de la pandemia?
Te invitamos a curiosear nuestras últimas novedades
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