Como decíamos en “Aquí llegó Balá”, el cómico del flequillo por excelencia es poco o nada conocido entre los miembros de las llamadas Generaciones Y, Z, y Alfa (para usar la extrañas figuras demográficas de este siglo). Carlitos Balá para post Millennials es una compilación de ocurrencias del mejor comediante para chicos que ha dado la Argentina en toda la historia.
El show ya comenzó
La televisión significó la consolidación definitiva de Carlos Balá y su dedicación exclusiva a la infancia en familia (con alguna que otra escapada al espectáculo para todo el público) que es su solaz y a la que respeta en gustos, tiempos y costumbres.
Desde la inocencia sana, los programas –un circo sin payasos ni animales, salvo Angueto, el perro invisible– siempre fueron del todo didácticos, enseñaban desde el absurdo, desde la ironía juguetona pero respetuosa.
El show de Carlitos Balá comenzaba cada emisión con la inefable presentación del líder del flequillo, que recitaba vez a vea su discurso bonachón:
“Señoras y señores –y por qué no lactántricos– tengan ustedes muy buenas tardes. Aquí estamos para hacerlos divertir sanamente y en familia. Haremos lo imposible para que ustedes lo pasen un kilo… y dos pancitos. Pero como el movimiento se demuestra andando… pues: andemos. Ea-ea-ea-pepé.”
Carlitos Balá para post Millennials
Los cambios en las modalidades de los medios a partir del avance de la televisión por cable y la multiplicación de la oferta, el advenimiento de internet y la reconversión del espectáculo en general lo relegaron al espacio menos masivo de las exhibiciones teatrales.
Por eso, para los nacidos a partir de 1990 Carlitos Balá no es tan conocido y presente como para las generaciones previas, que no conciben una infancia sin él.
El humor de Balá, aunque incubado desde su niñez, es atemporal, no pierde vigencia con el paso de las décadas, y representa al hombre-personaje(s) cuya imagen, como si fuera una especie de Dorian Gray de los chicos, nunca envejece.
Reconocido por el Honorable Senado de la Nación en su labor fecunda, declarado Personalidad Destacada de la Cultura por la Ciudad de Buenos Aires, premiado en incontables ocasiones, a los 95 años Balá aún aprovecha cada oportunidad que se le presenta para repartir felicidad.
El virus de la discordia
La pandemia de COVID-19, sin embargo, lo coloca en un limbo que lo aleja de las giras, los teatros, las presentaciones, los shows, la interacción con su público.
El aislamiento preventivo quiso que su cumpleaños quedara en la intimidad cerrada, en compañía de su esposa Martha, su hija Laura y su nieta María Laura, cocinera recibida en el IAG, que lo agasajó con manjares varios.
Sin la presencia de amigos, compañeros y de los chicos, sus fans incondicionales, no pudo ser lo que todos habrían querido, pero la salud manda y hay que cuidar a Carlitos.
Balamicina
Dada la triste situación por la que atraviesa el mundo entero, nos pareció oportuno rescatar de la memoria las perlas del humor de Carlitos Balá para post Millennials que quizás no saben de su colosal Chupetómetro, no se han preguntado “Qué gusto tiene la sal”, ni han escuchado sus discos.
En la guardia del hospital, el médico que lo recibe para atenderlo le pregunta a Carlitos:
—¿Señor, cómo hizo para quemarse las dos orejas?
—Estaba planchando, sonó el teléfono y atendí la plancha sin querer…
—¡¿Y la otra oreja?!
—Fue cuando llamé a la ambulancia…
Van entonces dosis terapéuticas de Balamicina –tal el nombre de su primer programa en la TV como solista– para legos, profanos, seguidores, devotos, “y por qué no lactántricos”, del ídolo.
Píldoras que alegran el alma
Más allá de haber contado con guionistas prodigiosos, Balá aportó dichos, muletillas, cantinelas, frases, gestos verbales, latiguillos e infinidad de recursos de su propia cosecha que se volvieron proverbiales.
Histrión nato, les puso su sello particular y los convirtió en marca registrada de su personalidad, disponibles para el uso público sin restricciones.
Recopilamos a continuación algunas de esas gracias para que los lectores más jóvenes las conozcan, y los más viejos disfrutemos de la nostalgia.
Una risa inconfundible
En la infancia, Carlitos tenía un vecinito, amigo del barrio de la Chacarita, vergonzoso él, que en vez de reírse como todos «Jajajaja», susurraba mordaz:
—Sasasa, sasasa…
El cómico guardó ese modismo peculiar en sus recuerdos y lo llevó consigo a la TV décadas más tarde, para delicia del público infantil.
El remate obligado
Lorenzo Godino nació en Andalucía pero llegó con su familia a Rosario en 1910; durante el largo viaje se enfermó, y como secuela le quedó una hipoacusia para el resto de su vida.
Pasó los primeros años en un conventillo ubicado en la esquina de las calles Balcarce y Jujuy; por la sordera, era frecuente que se desorientara y se perdiera cuando salía.
Su hermano le enseñó el oficio de canillita, que desde 1921 y a lo largo de 50 años ejerció en la parada de San Lorenzo y San Martín, frente al Hotel Savoy, donde anunciaba a viva voz y a su manera la salida del diario La Capital.
Huésped habitual del Savoy, agotado por el griterío incomprensible del diariero, Carlitos se asomaba al balcón y con señas le pedía de mala gana que bajara el tono y lo dejara descansar.
Lorenzo, de pocas pulgas, le respondía en su jerigonza con el incomprensible improperio:
—¡Ea-ea-ea pepé!
Como trabajador meticuloso del humor, Carlitos reservó para su repertorio la pintoresca exclamación de aquel canillita, y la utiliza en los remates de sus sketches o cada vez que se sale con la suya.
Carlitos interactivo
Trabajar con el público infantil en vivo significó ejercer en todo momento un diálogo motivador con el público.
Tal vez el ida y vuelta más célebre y celebrado entre Carlitos y los chicos es el mítico:
Balá: — ¿Qué gusto tiene la sal?
El público: —¡Salado!
El origen de la pregunta reincidente se dio durante unas vacaciones familiares en Mar del Plata cuando, sentado en su reposera de la playa, Balá se cuestionaba en voz alta:
—El mar… salado… ¿qué gusto tendrá el mar salado?
En ese momento, un chico que pasaba lo interpeló:
—¿Qué dice, Balá?
—¿Qué gusto tiene la sal…?
—¡Salado! ¡¿Qué gusto va a tener…?!
Y quedó.
Otro recurso de estímulo y respuesta, quizás tomado de las películas de Los Tres Chiflados, es la percusión en seguidilla 5×2, que con él toma la forma:
Balá: —Ta-ta-ta-ta-ta (hablado o golpeado).
El público: —¡Ba-lá!
En la misma tónica, pero con el retruécano del calambur “dígame – diga me”, surge de tanto en tanto un guiño en ping pong con los chicos:
Balá: —Y, dígame…
El público: —Meeeeeeeee.
Cuando Carlitos refiere que algo es muy bueno o le gusta lanza el pie para que le respondan a coro:
Balá: —Está un kilo…
El público: —¡Y dos pancitos!
En un principio, Balá pronunciaba la frase completa “un kilo y dos pancitos” para expresar satisfacción, derivada del argentinismo coloquial dejado de lado hace décadas “un kilo” (en principio, mucho; luego, abundante, generoso, óptimo, buenísimo).
Lo verdaderamente curioso es el por qué de los “dos pancitos”: en el barrio, un kilogramo de pan equivalía más o menos a 5 piezas y como uno de los amigos de la infancia se apellidaba Sietepane, Carlitos bromeaba llamándolo “un kilo más dos panes”, agudeza que con el tiempo decantaría en el kilo y dos pancitos.
Al hacerse un clásico, le encontró la vuelta para que el público complete el dicho que le deja picando.
Como una forma de ayudar a los padres a que los más pequeños dejen el chupete, inventó un dispositivo –ya mencionado– al que bautizó Chupetómetro, consistente en un tubo transparente con marcas similares a las de un termómetro o un dosificador.
En cada programa, Balá invitaba a los chicos a que arrojaran sus chupetes dentro del Chupetómetro, y festejaban al unísono el nivel alcanzado en el recipiente.
Para reforzar la idea y alentar a los indecisos, inquiría al final de la liturgia:
Balá: —El chupete es…
El público: —¡Feo!
En ese sentido, Carlitos fue un innovador en tiempos en que los pediatras todavía no tenían muy en claro los inconvenientes asociados con el uso de chupete: complicaciones odontológicas tempranas, alteración o retraso en la evolución de los niños, trastornos alimentarios, problemas de conducta.
Seriola
Aunque muchos aseguran que «seriola» es un término inventado por Balá, se trata de un argentinismo muy usado a partir de la década de 1930, recogido luego por la Academia Argentina de Letras.
En el famoso sainete de Alberto Vaccarezza “El conventillo de la Paloma”, Seriola es un porteño que habla en “lunfardo”, “vesre” y otras adulteraciones vulgares del castellano.
Para el lenguaje coloquial de la época, “seriola” equivalía a ironizar y poner en duda algo que se expone como “serio”: el juego de palabras se lograba con el agregado del sufijo -ola.
La deformación verbal es muy común entre nosotros, como en “Mateikos” o “materiales” (por “mates”), “Qué acelga” (por “Qué hacés”), “durazno” (por “duro”), “bolainas” (por “bolas”), o “finoli” (por “fino”).
Muy pronto, el dicho fue acompañado del gesto típico: la mano derecha con el puño cerrado, y la flexión repetida del dedo pulgar que expresa escepticismo.
Balá agregó a aquel mohín la mano izquierda con la palma hacia abajo, a modo de protección, y dio lugar a su inmortal:
—Seriola con techito por si llueve.
¿Cómo se dice Sumbudrule?
Cada vez que Carlitos se encuentra en una situación incómoda o es molestado por otra persona, coloca una mano por detrás de la cabeza de su oponente como si fuese una araña y si tocarlo y sin que lo advierta profiere en voz baja:
—¡Sumbudrule!
La palabra, invento de Balá que no figura en ningún diccionario, es motivo de controversia y debate entre quienes aseguran que se pronuncia «sucutrule», «suncutrule», «sumbutrule», «sumbudrule» y otras variantes exóticas.
Pasados los años, el autor confirmó más de una vez la verdad: es sumbudrule.
Decires de Petronilo
El paisano Petronilo es un campesino, ingenuo pero cándidamente filoso, de visita en Buenos Aires donde siempre es abordado por algún porteño embaucador que trata de engañarlo con alguna “avivada” característica en plena calle.
Personaje dilecto de los niños, Petronilo acostumbra exclamar, entre sus muchos dichos risueños, uno indescifrable y categórico:
—¡Silencio ficticio!
El origen de la ocurrencia viene de la época en que Balá realizaba el servicio militar obligatorio.
En su batallón había un sargento bastante iletrado cuya palabra preferida –aunque desconociera el significado– era «ficticio», y no desperdiciaba ocasión para intercalarla.
Así, daba su admonición a la tropa al grito de «ficticios», y por las noches, cuando alguien susurraba en los dormitorios, el suboficial profería un «¡Silencio, ficticio!» para poner las cosas en orden.
Balá sumó la expresión al patrimonio lingüístico de Petronilo con un admirable empleo del absurdo que le da toda su gracia.
El paisano Petronilo es burlado siempre por el estafador de Buenos Aires, que le vende un “Obelisco” en cada entrega de la saga.
En la creencia de que el aprovechador es él, se jacta muy seguro de su pretendida ganancia al son de:
—Pelito pa’ la vieja… Gerundio era más conocido que el mismo eslabón perdido.
El remate de cada odisea de Petronilo en la Capital es todavía más picante y jocoso:
—¡Te pasaste, Petronilo, pegá la vuelta! La Argentina te queda chica: comprá dos números más.
Carlitos de a pie
Balá repite con frecuencia en la vida real, para bromear con los transeúntes distraídos, la ironía sutil de sus personajes cuando detiene a un hombre cualquiera en plena calle para interrogarlo:
—Perdone la molestia, señor, a lo mejor usted está muy apurado, pero necesito hacerle una pregunta: ¿voy bien para allá?
Al fastidio sorprendido del primer momento siempre le sigue un cálido «¡Pero vos sos Balá, atorrante!», y un apretón de manos o un abrazo cuando el interpelado lo reconoce aunque, confiesa el propio Carlitos, no todas las veces ocurre.