La Casa de Francisca Bazán de Laguna donde se declaró la Independencia argentina.

Doña Francisca Bazán de Laguna

El 9 de julio de 1816, el Congreso de Tucumán, con la presidencia del diputado sanjuanino Francisco Narciso de Laprida, se reúne para sesionar en la casa cedida por doña Francisca Bazán de Laguna, ubicada sobre la vereda norte de la Calle del Rey –a la que el propio concilio ha rebautizado con el nombre actual, Congreso– en pleno centro de San Miguel. Acaso sin proponérselo del todo, esos hombres van a dar un paso trascendental: la declaración de la Independencia de las  Provincias Unidas de la América del Sud de la dominación de los Reyes de España y su Metrópoli. Qué papel cupo a aquella tucumana dueña de la Histórica Casa es todavía hoy casi un misterio.


“Doodle” de Google del 9 de julio de 2017 realizado por Liniers.
“Doodle” de Google –alteración momentánea del logotipo en la página frontal del buscador de Internet– del 9 de julio de 2017, dedicado a la Independencia Argentina, ilustración del dibujante, historietista y humorista Ricardo Siri, Liniers.

Es un martes –no un domingo– y no llueve: aquél es un día claro y soleado, muy distinto, como y desde dónde se lo mire, del desapacible 25 de mayo de 1810. Los hombres son otros. Los motivos son otros. La idea central e indiscutida es –como no lo era en la Revolución de Mayo– declarar la libertad e independencia del país naciente que luego será la Argentina.

El lugar es la casa céntrica, hacienda de doña Francisca Bazán de Laguna, cuyo salón principal se ha llenado por una muchedumbre numerosa de vecinos notables que se continúa en las galerías laterales.

La singular fachada barroca, en el sentido ibérico de la palabra, de aberturas coronadas por arcos rebajados y puertas enmarcadas por columnas salomónicas impostadas que flanquean al zaguán, es mandada a alzar para el futuro matrimonio Laguna Bazán hacia 1760.

La vivienda heredada de los padres de Francisca, en la que llegarían a convivir más de 15 personas –descontados los criados y la servidumbre– ahora transformada en sede del Congreso, tiene un frente por lo demás sobrio y despojado que esconde dos estancias precedentes a los 3 patios de la vivienda, que cuenta además con 3 salones principales y variadas dependencias.

Fresca y apacible en la canícula tucumana, cálida durante los destemplados inviernos, tiene una techumbre de paja recubierta de tejas coloradas, a la usanza colonial.

La opinión generalizada es que el tamaño y la disposición son los óptimos para alojar a los 33 diputados venidos desde confines dispares a Tucumán, lejos del influjo de José Gervasio de Artigas.

Doña Francisca Bazán de Laguna vecina ilustre

Fragmento del frente de la Casa de doña Francisca Bazán de Laguna donde se juró la Independencia.
Al contraer matrimonio en San Miguel de Tucumán, los esposos Francisca Bazán Esteves y Miguel del Laguna y Ontiveros recibieron la casa donde algún día se declararía la Independencia.

Tal vez nunca sabremos cómo se desarrollaron los pormenores, como no es posible saber qué fue de aquella mujer nacida en San Miguel de Tucumán en alguna fecha incierta de 1744, de quien no queda constancia fiable de la data de muerte. Sin datos suficientes, podemos tomarnos alguna licencia para inferir o imaginar un derrotero posible en la vida de la viuda de don Miguel Laguna hacia julio de 1816.

A los 72 años, doña Francisca Bazán de Laguna siente el paso de los años. Le falta el aire cuando hace calor –ese bochorno mojado que se cuela desde la selva tucumana– y le duelen los huesos cuando hace frío; por momentos no entiende, se pierde en sus brumas, pero cuando recobra la lucidez pregunta por el bullicio que proviene de la casa lindera –su casa– donde se cuece la Independencia Argentina, pero que a ella se le hace una fiesta o una reunión social.

Hija de don Juan Antonio Bazán y de doña Petrona Esteves, ha vivido desde siempre en el caserón que, cuando se casa con el español Miguel del Laguna y Ontiveros –de quien enviudaría en 1806– pasa a ser parte de su dote.

El Salón de la Jura en la Casa de doña Francisca Bazán de Laguna.
El histórico Salón de la Jura donde se declaró la Independencia es la única estructura original conservada de la casa de doña Francisca Bazán de Laguna.

El matrimonio tiene 5 hijos (4 varones y una mujer, la última y la heredera final) entre quienes sobresale el abogado Nicolás Valerio Laguna Bazán, doctorado en la Universidad de Córdoba, federalista, participante activo de todo el proceso revolucionario, miembro del Cabildo de 1810, diputado por Tucumán en la Asamblea del Año XIII, opositor al gobernador Bernabé Aráoz, pero amigo y partidario del general Manuel Belgrano, jefe del Ejército del Norte.

Nicolás es 2 veces gobernador de la Provincia en tiempos turbulentos (entre noviembre de 1823 y febrero de 1824, y entre julio de 1827 y febrero de 1828).

En 1816, la casa aún majestuosa que se alza a la vera de la calle matriz es una de las más antiguas de San Miguel; han pasado 10 años desde la muerte de don Miguel Laguna, y quizás Francisca siente que el Congreso le devuelve algo de vida a la construcción erigida por su padre más de 50 años antes –que algunos dicen son más de 100, porque el propietario original habría sido el alcalde Diego Bazán y Figueroa quien la mandó levantar sobre fines del siglo 17, luego del traslado de la ciudad desde el paraje Ibatín, a su emplazamiento actual– y la embarga mucho de orgullo rancio.

Acaso por influjo de su hijo Nicolás, doña Francisca siente un aprecio particular por Belgrano y espera con ansia encontrarse con él, expresarle su cariño, recibirlo en la galería de la casa que –no sabe– ya han ocupado tiempo atrás las tropas del General. Para eso apremia a la servidumbre, porque no es bien visto que se improvise con las visitas, y menos si se trata de un huésped ilustre.

Es verdad que la casa está un poco malograda, claro que eso se debe en realidad primero al descuido y falta de recato de los hombres de Belgrano (que desde 1812 trasiegan los patios ornados con arreglos de naranjos y de helechos), y luego a los acomodos del gobernador Aráoz que instala allí la Aduana y los almacenes de guerra. Pero la dama ignora estos detalles.

Francisca Bazán de Laguna y la Independencia: la Jura.
El 9 de julio de 1816, cerca de las dos y media de la tarde, los diputados aclamaron la Independencia de las Provincias Unidas en América del Sud de la dominación de los reyes de España y su Metrópoli, que se extendió a “toda dominación extranjera” 10 días después.

Doña Francisca Bazán de Laguna aguarda con inquietud algo que no entiende, orgullosa de que ocurra en su casa porque intuye que es trascendente, mas no descifra de qué se trata. Se hacen las 2 de la tarde del 9 de julio de 1816, y el tiempo parece latir con más fuerza, pero a la vez demorarse.

Alguien le explica con ternura que no habrá la fiesta ni ahora ni en ese lugar, que el gobernador ha dispuesto otra cosa. Ella disiente y se desentiende con la cabeza, provoca a la servidumbre con órdenes que nadie escucha.

“En 1816, la casa aún majestuosa que se alza a la vera de la calle matriz es una de las más antiguas de San Miguel; han pasado 10 años desde la muerte de don Miguel Laguna, y quizás Francisca siente que el Congreso le devuelve algo de vida a la construcción.

“Aquí tendremos fiesta” –piensa– “mañana a la noche o pasado, y Belgrano será mi invitado de honor” –se dice– “escoltado por todos estos hombres íntegros [los diputados] que han fatigado las baldosas con sus idas y venidas tantos meses: y yo soy la anfitriona junto a mi hijo Nicolás.

Poco antes de las 3 se oyen vítores y aplausos al otro lado de la medianera de adobe. “¿Llegó el General?”, inquiere doña Francisca.

Y no. No lo volverá nunca.

Cae la tarde.

Como apercibida de que nadie le presta atención, se encierra en un silencio íntimo.

Tampoco hay festejos, cañonazos, ni redobles de campanas esa noche, luego de la sesión del Congreso reunido en San Miguel de Tucumán desde mediados de marzo.

El 9 de julio languidece en una calma temblorosa de viento frío que baja desde el Cerro.

El miércoles 10 a las 9 de la mañana, encabezados por el Director Supremo don Juan Martín de Pueyrredón, el presidente del Congreso don Francisco Narciso Laprida y el gobernador de la provincia, los diputados asisten a la misa que se oficia en San Francisco.

Más tarde, el gobernador Bernabé Aráoz ofrece su casa para un baile fastuoso y en una breve sesión se nombra a Pueyrredón brigadier y a Belgrano general en jefe del Ejército en lugar de Rondeau.

En el tumulto de flores, faldas, voces, acordes “de fortepiano y violín”, luces, guirnaldas, botas y sombreros, nadie nota la ausencia, como es probable que tampoco se percibiera la presencia dócil de doña Francisca Bazán de Laguna –no ha quedado ni un retrato de ella– que tal vez ya ha partido y no lo siente.

En febrero de 1817, cuando el Congreso se traslada a Buenos Aires, la casa y su dueña regresan al llano, lejos de los tiempos pródigos del siglo anterior. Se desgranan para siempre a ritmos desparejos según su naturaleza. Se han ido.

La dote de doña Francisca Bazán de Laguna

La Casa de Tucumán

La Casa de doña Francisca Bazán de Laguna durante la restauración de Mario José Buschiazzo.
La Casa de doña Francisca Bazán de Laguna durante la restauración emprendida por el arquitecto Mario José Buschiazzo, una verdadera obra de “arqueología colonial” sobre la base de planos y fotografías de valor histórico.

Cuenta la tradición escolar que doña Francisca Bazán de Laguna había prestado su morada de frente amarillo y puertas y ventanas verdes a los patriotas a falta de otros locales apropiados para la circunstancia: es que no había en San Miguel de Tucumán un lugar conveniente para alojar a los 33 diputados provenientes de las provincias de Buenos Aires, Catamarca, Córdoba, Charcas, Chichas, Jujuy, La Rioja, Mendoza, Mizque, Salta, San Juan, San Luis, Santiago del Estero y Tucumán.

“La fachada, tratada con pintura a la cal (encalada), era blanca (no amarilla), y las aberturas estaban pintadas de azul de Prusia (no de verde).

Existe documentación, sin embargo, que muestra que ya para 1810 la casona era ocupada por Pedro Antonio de Zavalía, casado con Gertrudis Laguna y Bazán, hija de doña Francisca, quienes compartían la propiedad con el doctor Nicolás Laguna.

En algún momento nunca del todo precisado, buena parte de la vivienda fue alquilada por el doctor Laguna para dar albergue a la Caja General y Aduana de la Provincia hasta que, en fecha de la que tampoco queda registro, fue transferida al gobierno revolucionario de Buenos Aires, mientras familias Laguna y Zavalía se las arreglaban para vivir en los fondos.

Durante los meses que siguieron a la Batalla de Tucumán (librada el 24 y 25 de septiembre de 1812 por el vencedor Ejército del Norte comandado por el general Manuel Belgrano y las tropas realistas del brigadier Juan Pío Tristán) sirvió como cuartel para los oficiales y soldados de las huestes triunfantes, período en el que los propietarios no recibieron renta alguna.

La casa permanecía alquilada por el Estado cuando se decidió destinarla para que sesionara el Congreso de Tucumán, luego de algunas modificaciones y ampliaciones secundarias.

La Casa de doña Francisca Bazán de Laguna con su aspecto inicial recuperado.
Museo Casa Histórica de la Independencia en la calle Congreso 141 de San Miguel de Tucumán, reconstrucción fiel realizada por el arquitecto restaurador Mario José Buschiazzo en 1942.

La fachada, tratada con pintura a la cal (encalada), era blanca (no amarilla), y las aberturas estaban pintadas de azul de Prusia (no de verde), según consta en los comprobantes de compras archivados por el gobierno tucumano al momento de acondicionar las salas para el Soberano Congreso.

Al inicio de las deliberaciones (también a estar de la tradición escolar) el 24 de marzo de 1816, doña Francisca Bazán de Laguna se alojó en una casa adyacente y, recién cuando el Congreso de Tucumán se trasladó a Buenos Aires, regresó a su hogar donde probablemente falleció un tiempo después, aunque tampoco queda nota.

Por fin llegó el momento culminante en julio, cuando el general José de San Martín urgió a los diputados para la declaración de la Independencia.

La familia del gobernador Aráoz cedió la mesa para el juramento, y los conventos de San Francisco y Santo Domingo, aliados de los patriotas, prestaron las sillas de madera con asientos de cuero de suela y los candelabros.

“La fachada sustituta diseñada y construida por Stavelius, “neoclásica, con columnas dóricas, seis ventanas y dos leones acostados en el frontis” exime cualquier juicio saludable.

Las investigaciones dan cuenta de que, al dejar de sesionar el Congreso de Tucumán, la casa tuvo destinos diversos y fortuitos; durante el período de crisis conocido como la Anarquía del Año XX, entre 1819 y 1823, su estado parece haber sido ruinoso y entonces regresó a sus propietarios, quienes demolieron algunas construcciones e intentaron remozarla.

Carmen de Zavalía Laguna, nieta de Francisca e hija de don Pedro y Gertrudis, casada con su tío Pedro Patricio Zavalía, se convirtió en la única heredera de la Casa Histórica y, al morir, sus hijos la venderían al Gobierno Nacional.

Las últimas moradoras parecen haber sido dos mujeres solteras, descendientes de la familia Laguna, quienes invitaran al renombrado fotógrafo Ángel Paganelli a que tomara imágenes del deterioro del inmueble en 1869.

Ese mismo año, una ley provincial mandó convertirlo en sede del Correo, el Telégrafo y el Juzgado Federal.

Paganelli terminó con su hábito de hacer sólo retratos, construyó su laboratorio móvil sobre un enorme cajón montado sobre un carruaje, y se hizo a las calles para volverse “El Gran Fotógrafo del Viejo Tucumán”.

La Casa de doña Francisca Bazán de Laguna después de Stavelius.
Estado en que dejó la Histórica Casa el ingeniero sueco Federico Stavelius, luego de demoler el frente original y el ala derecha para construir lo que el presidente Avellaneda tildó de “herejía”.

En 1874, la presidencia a cargo del tucumano Nicolás Avellaneda adujo en un decreto la necesidad de conservar el “antiguo y venerable salón” donde se declaró la Independencia Argentina (que había sido limpiado y restaurado en parte por el presidente Domingo Faustino Sarmiento).

Así se hizo, aunque sin el conocimiento de Avellaneda fueron demolidas la fachada y las habitaciones del ala derecha del primer patio en 1875, y ocupó el costado izquierdo y el frente con las nuevas oficinas del Juzgado y Correo. Al enterarse, el presidente lamentó consternado la “herejía”.

El perpetrador de las obras fue el extravagante ingeniero Federico Stavelius, un sueco llegado a Tucumán en 1871 (a la sazón inventor de un tren sin rieles bautizado el “locomóvil”) quien utilizó su particular criterio para derrumbar y levantar estructuras en la reforma del edificio según planos elaborados en Buenos Aires y aprobados por el Departamento Nacional de Ingenieros.

La fachada sustituta diseñada y construida por Stavelius, “neoclásica, con columnas dóricas, seis ventanas y dos leones acostados en el frontis” exime cualquier juicio saludable.

“A instancias del presidente de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos Dr. Ricardo Levene se impulsó la reconstrucción de la obra primitiva.

Las dificultades no terminarían allí: otra vez deteriorada, con la excepción del frente de Stavelius que resistía con firmeza, la Casa estaba a punto de derrumbarse al principio de la década de 1880 hasta que el Correo accedió a restaurar modestamente el salón histórico en 1881; durante los años que siguieron a 1887, llegadas las fechas patrias, el Gobierno Nacional hacía colocar los retratos de 18 diputados, obras adquiridas al pintor Augusto Ballerini, que eran devueltos a la Biblioteca Sarmiento para quedar en custodia hasta los próximos festejos.

La casa siguió en estado de abandono hasta el punto que doña Guillermina Leston de Guzmán –famosa por sus obras de beneficencia– pidió a Emilio Civit, Ministro de Obras y Servicios Públicos de la Nación, que la rescatara de la ruina.

En 1902, como réplica al sinfín de solicitudes de salvataje de la Casa Histórica, el general –también tucumano– Julio Argentino Roca, presidente de la República, ordenó demoler todo el edificio, con la única excepción del llamado “Salón de la Jura” (resguardado por una techumbre a dos aguas bautizada “El Templete”, inauguruado en 1804), e hizo erigir un enrejado con bajorrelieves de bronce –encargados a la escultora, también tucumana, Dolores Candelaria Mora Vega de Hernández, Lola Mora– que representaban “El 25 de Mayo de 1810” y “La Declaración de la Independencia” para cercar un patio con palmeras especialmente abierto en el predio.

La Casa de doña Francisca Bazán de Laguna en 1869, antes de la demolición.
La Casa de doña Francisca Bazán de Laguna en 1869, antes de la demolición, fotografía de Ángel Paganelli usada por Buschiazzo para reconstruir el edificio en 1942.

Cuando se cumplió el Centenario de la Independencia en 1916, una ley provincial promulgada por el gobernador Ernesto Padilla determinó la expropiación de los terrenos colindantes, pero la acción no avanzó mucho más allá.

Fue recién en 1941 cuando el Poder Ejecutivo decidió declarar a la casa de doña Francisca Bazán de Laguna “Monumento Histórico Nacional” y, a instancias del presidente de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos Dr. Ricardo Levene, se impulsó la reconstrucción de la obra primitiva, gestiones en las que fue crucial el proyecto de ley presentado por el diputado tucumano Ramón Paz Posse.

La celebérrima fotografía del frente de la Casa de la Independencia de Paganelli (tomada más de 70 años antes) que lo muestra descascarado y arruinado poco antes de la demolición, fue parte de las vistas originales que servirían para que el arquitecto Mario José Buschiazzo –quien en 1939 había restaurado la Casa de la Moneda de Potosí, y en 1940 la fachada del Cabildo de Buenos Aires– emprendiera en 1942 la reconstrucción en torno a la única parte que había quedado en pie: el Salón de la Jura.

Ante la desconfianza justificada de los tucumanos, Buschiazzo –sobrino predilecto del celebérrimo director del Departamento de Obras Públicas de la Municipalidad de Buenos Aires, Juan Antonio Buschiazzo– mandó reunir a la prensa local frente a la propiedad, trazó con una tiza el sitio en que deberían estar los cimientos originales, y ordenó la excavación que puso al descubierto la estructura portante en el lugar exacto que él había definido.

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