Los argentinos, según convenga, somos los peores del mundo puertas para adentro, y los mejores cuando salimos a la vereda de enfrente: el orgullo y la vergüenza de ser argentinos se nutren de la alternancia de mitos y verdades que conforma nuestro bizantino “ser” nacional. Así, nos adjudicamos creaciones discutiblemente memorables como –entre otras– el dulce de leche, el mate, la birome, el colectivo, el Torino, la sensación térmica, la soda, las alpargatas, el alfajor, el asado, la identificación por las huellas digitales, el dogo, la milanesa a la napolitana, el alambre de púas, las boleadoras, el truco, entre otras virtudes curiosas. En esta nota de (in)formales tratamos de desentrañar la verdad acerca de los auténticos derechos de propiedad del Día del Amigo, ¿“otro” invento argentino?
Érase un 20 de julio
Para una enorme mayoría de los habitantes de la Argentina, el 20 de julio, Día del Amigo, se ha vuelto un ritual sagrado que la “viveza criolla” ha sabido condimentar con singularidades inefables como “la previa” –es decir, el innecesario festejo por adelantado del festejo central que se celebra la noche del 19– y matizar la festividad con la coincidencia de la llegada del Hombre a (o mejor decir la primera pisada en) la Luna el 20 de julio de 1969.
Cada año a partir de media mañana, disímiles grupos de amigos se reúnen “a lo largo y a lo ancho del país” para saludarse (en persona, pero por teléfono, SMS, Whatsapp, email, Facebook, Twitter, Instagram), congratularse, obsequiarse, tomarse fotografías juntos (costumbre que se ha desbordado con las omnipresentes selfies) y –más que nada– devorar y libar a discreción hasta, si se puede, entrada la madrugada del 21.
“Salir a festejar ya es todo un clásico que recibe propuestas de lo más variadas, desde fast-foods a comidas gourmet, rotisería a domicilio, degustaciones de bebidas espirituosas, asados y hasta la paqueta ceremonia del té.
Lo que en el tímido principio se desarrollaba en la casa de algún anfitrión más holgado de espacio o en algún club de barrio, con el tiempo se afianzó como un puntal del negocio de la gastronomía argentina, catering con delivery incluido, que abarca desde el desayuno al trasnoche, todas las pitanzas intermedias implíticas.
Los locales cierran las reservas con bastante anticipación porque el furor de los comensales hace imposible recibir a las manadas ávidas de vituallas, y como los teléfonos y los sistemas de mensajería instantánea, colapsan en tanto los amigos debaten cuántos asistirán, cómo celebrarám, adónde irán, qué comerán, qué beberán, qué logística de transporte utilizarán.
Salir a festejar ya es todo un clásico que recibe propuestas de lo más variadas, desde fast-foods a comidas gourmet, rotisería a domicilio, degustaciones de bebidas espirituosas, asados y hasta la paqueta ceremonia del té.
Hamburguesas, sushi, pizza, pastas, picadas y tablas, cazuelas, sandwiches, parrillada, minutas, cervezas (rubias o negras, típicas o artesanales), vinos de toda gama, espumantes diversos, fernet con coca, tragos, café en las variedades más exóticas, tés, tortas, postres variopintos: cualquier opción es válida para consumir al calor de la amistad.
El copyright argento del Día del Amigo
Dijo en cierta ocasión sir Francis Bacon que “la amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad”, aritmética que–dicen con algún dejo sexista– se verifica en los hombres y se invierte en las mujeres, pero esa es harina de otro costal el Día del Amigo.
Es de público conocimiento que la conmemoración del Día del Amigo el 20 de julio fue inventada en la Argentina y adoptada en todo el mundo de manera unánime, dulce venganza frente a tanta celebración importada (válgannos San Patricio y el Día de los Enamorados, por mencionar a lo más basto). La razón de la fecha, en cambio, no es tan sabida.
“Enrique Ernesto Febbraro escribió más de 1.000 tarjetas postales “muy expresivas” dirigidas a variados destinos en 100 países distintos, epopeya que le costó un dineral.
El bonaerense Enrique Ernesto Febbraro (1924-2008), profesor de psicología, historia y filosofía, músico por afición y odontólogo de profesión, contó alguna vez que concibió la idea cuando tenía 18 años y era locutor en Radio Argentina. Por aquellos días el gobierno les daba todos los días una lista con las efemérides que había que evocar y debían recitar. Agobiado por las muchas conmemoraciones y las pocas festividades, decidió inventar lo que con el tiempo sería el Día del Amigo, pero nunca pudo ponerlo en práctica. Estudió, se casó, tuvo hijos, emprendió otros rumbos.
Cuando casi 30 años más adelante supo del proyecto de EE.UU. de llevar al Hombre a la Luna “en nombre de la amistad de la humanidad hacia el universo”, Febbraro, que ya tenía 45 años, creyó que había llegado el momento de poner manos a la obra. Escribió y colocó en las oficinas del Correo Argentino en Lomas de Zamora más de 1.000 tarjetas postales “muy expresivas” con su propuesta, dirigidas a variados destinos en 100 países distintos, toda una epopeya que, en la época, le costó un dineral.
Entonces, sucedió lo inesperado: el polifacético emprendedor había supuesto que el día del alunizaje sería el 21 y no el 20 de julio; al darse cuenta Febbraro, que lo miraba por TV como millones de terrícolas, tuvo que correr a recuperar las tarjetas, corregirlas a mano una por una, pagar una vez más el estampillado, y volver a mandarlas con la nueva fecha.
Detalles picantes
Había además una coincidencia peregrina que quizás le puso un condimento especial a la pretensión tenaz de don Enrique: Edwin Aldrin, el astronauta que junto al comandante de la Apolo XI Neil Armstrong caminó por primera vez en la Luna, era un coronel de la Fuerza Aérea norteamericana que, como él, tenía un grado relevante de la masonería, en la que el argentino se había iniciado el 6 de noviembre de 1957 en la Logia Pan América Nº 397, para pasar luego a la Renovación Nº 333.
Lo que Febbraro desconocía era que Armstrong, también coronel de la USAF, era hijo de un masón y por ello considerado un Hermano entre sus pares. De hecho, se levantaron estatuas de Aldrin y de él a las puertas de la Gran Logia de Washington.
La Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones, al referirse al Día del Amigo, lo expresó con claridad en un comunicado más reciente: “La Masonería Argentina celebra a su querido hermano Enrique Ernesto Febbraro por la idea y la perseverancia puesta al servicio de la construcción del ideal de una mejor convivencia. También recuerda al querido hermano Edwin Aldrin [33º grado] por su puesta en práctica de un axioma masónico fundamental que se expresa a través de la tríada Ciencia – Justicia – Trabajo”.
De vuelta a la Tierra
Cuando meses más tarde el conteo de respuestas positivas en el consultorio de Febbraro llegó a 800, decidió patentar la idea y fundar el Día del Amigo con el lema “Un pueblo de amigos es una nación imbatible”, trámite que le demandó 3 años y unos cuantos pesos.
La iniciativa, sin embargo, tardaría una década más en prender, y a fuerza de peregrinaciones y diligencias dejaría exhaustas las arcas del dentista de Lomas de Zamora, que debió privarse de su auto y saltear vacaciones por mucho tiempo.
Por fin, en 1979, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires detentado por el general Ibérico Manuel Saint Jean emitió el decreto Nº 235 que autorizó el festejo, le puso marco legal y dio el puntapié inicial al propósito. Después, empezaron a sumarse adeptos y –diríamos hoy– se “viralizó”.
La vergüenza de haber sido, el dolor de ya no ser
Sin embargo, para ser fieles a nuestra tradición tanguera, debemos aceptar con amargura que como Carlos Gardel –el autor de “Cuesta abajo” de donde surge el título– y La Cumpartista (a decir de Borges, “esa pamplina consternada”), el Día del Amigo no es argentino.
“El primer antecedente bien documentado del Día del Amigo es paraguayo: la organización civil Cruzada Mundial de la Amistad, fundada el 20 de junio de 1958 por el Dr. Artemio Ramón Bracho.
Puede que se le haya ocurrido a Febbraro en 1942, pero el primer antecedente bien documentado del Día del Amigo es paraguayo, y le corresponde a la organización civil Cruzada Mundial de la Amistad, fundada el 20 de junio de 1958 en Puerto Pinasco por el Dr. Artemio Ramón Bracho –un cirujano egresado de la Facultad de Ciencias Médicas de Asunción– junto con los señores Víctor Alfonzo Rolón, Carlos Riva, Horacio Maymi, Orlando Troncóse y Kurt Singer. La historia contada por Bracho es entrañable.
“Un día iba caminando por la calle y me encuentro con un obrero que me invita a la clausura de la Semana del Árbol; era el 19 de junio. […] Al día siguiente comencé a recordar lo acontecido […] y ponderé lo hermoso que era la creación del Día del Árbol. En ese mismo instante me dije, «qué raro, ¡la amistad no tiene su día!» […] Al día siguiente nos reunimos con algunas autoridades de Puerto Pinasco, les comenté lo que se me había ocurrido, y les pareció una idea extraordinaria […] Resolvimos que a partir de esa fecha llevaríamos la primera celebración con el nombre de la «Semana de la Amistad». […] Utilizamos un sello que decía «Semana de la Amistad del 21 al 27 de Julio, celébrela dignamente con un gesto amistoso, con un gesto altruista». Usaba este sello al dorso de cada recetario que daba a mis pacientes”, relataba años más tarde.
Del dicho al hecho
“La semana se vivió y se compartió como nunca, las personas que tenían algún familiar enfermo o en la alcaldía policial iban a visitarlos, a darles regalo, ofrecerle una orquesta, una voz de aliento, de esperanza. Todos se pusieron a celebrar. Lo que nadie sabe es que no solo existe el mes, la semana y el día de la amistad, también existe la «hora de la amistad» que hemos establecido a las 12”. Por fin, se instituyó de manera informal en Paraguay el 30 de julio como Día de la Amistad.
Desde su creación, la Cruzada trabajó en el intento de convencer a las Naciones Unidas para que reconociera una fecha como el Día Internacional de la Amistad, tarea nada fácil, porque la única manera de acceder era a través de un pedido formal del gobierno: “Estábamos en plena dictadura. El presidente [Alfredo Stroessner] me recibió una sola vez y me derivó a otra dependencia. Evidentemente, el pedido no prosperaría”, recordaba el médico.
Oficial: el Día del Amigo es paraguayo
“Cuando vino la democracia, vinieron también más pedidos. Juan Carlos Wasmosy mostró una gran predisposición que no prosperó, Nicanor Duarte Frutos ni siquiera me recibió y recién con el mandato de Fernando Lugo se pudieron dar pasos certeros. Gracias a la predisposición de todos los funcionarios pudimos hacerle ese regalo a la patria”, se entusiasmó el médico que ya contaba contaba 87 años en su calendario cuando se enteró de la noticia.
La iniciativa de la Cruzada de la Amistad fue presentada conjuntamente por 43 países ante la Asamblea General de las Naciones Unidas al momento del tratamiento de la Cultura de la Paz: Argentina, Armenia, Australia, Azerbaiyán, el estado plurinacional de Bolivia, los Estados Unidos de Brasil, Bután, Catar, Chile, Costa Rica, Cuba, Ecuador, Egipto, El Salvador, Eslovaquia, Eslovenia, España, Filipinas, Finlandia, Fiyi, Georgia, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Guatemala, Guyana, Honduras, Hungría, Italia, Jordán, Luxemburgo, República de Moldavia, Nicaragua, Paquistán, Panamá, Papúa Nueva Guinea, Paraguay, Perú, Portugal, Rumania, Samoa, Surinam, Turquía, Uruguay y la República Bolivariana de Venezuela.
El 27 de abril de 2011 fue reconocida “la pertinencia y la importancia de la amistad como sentimiento noble y valioso en la vida de los seres humanos de todo el mundo” en la declaración acerca del 15º item de la agenda del 65º período de sesiones de la Asamblea.
El Día Internacional de la Amistad, verbigracia el Día del Amigo, fue instituido durante aquella jornada mediante una resolución que expresa: “La Asamblea designó el 30 de julio como el Día Mundial de la Amistad e invitó a todos los Estados Miembros, las organizaciones integrantes de las Naciones Unidas, y otras organizaciones internacionales y regionales, así como la sociedad civil, a celebrar de manera apropiada, de conformidad con la cultura y otras circunstancias acordadas o las costumbres de sus comunidades locales, nacionales y regionales”.
Más oportunista que un argentino
En 2016, menos de 5 años después de la declaración de la ONU, se conoció la intención del creador de Facebook, Mark Zuckerberg, de trasladar la celebración del Día del Amigo del 20 de julio al 4 de febrero: “Hoy, más de 1.500 millones de personas usan Facebook para estar en contacto con sus afectos. La amistad, el amor y el cariño que compartimos, a veces hacen que las personas se sientan más queridas. Y la amistad se convierte en una fuerza que nos permite encontrar una nueva senda en nuestra vida”, declaró en la oportunidad el empresario –como no podía ser de otra manera– en su muro.
“El 4 de febrero [de 2016, fecha del 12 cumpleaños de Facebook] espero que te unas a mí en la celebración del #friendsday [#DíadelAmigo], un momento para celebrar las amistades que marcaron una diferencia en tu vida. Si tienes una historia sobre la amistad, me encantaría escucharla. Por favor, compártela en los comentarios, voy a leer tantas como pueda”, remató en su entrada del 12 de enero de 2106.
Si bien Facebook, al momento de redactar este artículo de (in)formales, es una empresa valuada en más de U$S 458 mil millones, con casi 2 mil millones de usuarios activos en todo el mundo en 140 idiomas diferentes, el “post” inicial con la propuesta de Zuckerberg sólo había recibido hasta la fecha algo más de 500 mil reacciones, unos 25 mil comentarios y había sido compartido en 21 mil oportunidades, lo que puede traducirse en términos de redes sociales como un pequeño fracaso que sólo sirvió para confundir un poco más a la gente.
Amigos de lo ajeno
Diluida la autoría del Día del Amigo, uno a uno se desmoronan los más caros emblemas populares de la argentinidad, y la lista de ficciones que demuelen nuestra ansia de figurar en donde sea –que puede llegar a ser interminable– nos mueve hacia el bochorno.
Acaso tengamos a las mujeres más lindas del mundo, “hayamos ganado” 2 mundiales de fútbol, y compartamos el país de nacimiento con el mejor jugador de la actualidad, pero la enumeración de las falsas atribuciones puede causar picazón y enrojecimiento de la piel.
“El dulce de leche, reclamado también por Chile y Uruguay, se preparaba en la India hace miles de años, en la edad media era utilizado por la cocina francesa, y hay constancias de que fue introducido a España por los musulmanes ya en el siglo 15.
El dulce de leche, reclamado también por Chile y Uruguay, se preparaba en la India hace miles de años, en la edad media era utilizado por la cocina francesa, y hay constancias de que fue introducido a España por los musulmanes ya en el siglo 15.
Mejor ni hablar del mate, infusión místico-medicinal propia de los territorios habitados por la etnia tupí guaraní (mayoritariamente hoy Brasil y Paraguay) desde donde los colonizadores dispersaron la yerba para su consumo hacia Bolivia, Chile, Uruguay y, como es obvio, la Argentina.
El bolígrafo, también conocido por su primer nombre comercial “Birome”, fue lanzado en la República Argentina hacia 1943 por la compañía Biro Meyne Biro, aunque los inventores y socios en la fábrica fueron László József Bíró (periodista) y su hermano György Bíró (químico), dos inmigrantes húngaros de origen judío que habían escapado de los nazis al inicio de 1940. Los Bíró ya habían presentado su prototipo en la Feria Internacional de Budapest en 1931, y ya había sido patentado primero en Hungría y más tarde, en 1938, en Francia. Ni lerdos ni perezosos, sin infraestructura para una gran demanda, los hermanos licenciaron de inmediato su invento a Eversharp de Argentina por la friolera de U$S 2 millones (un valor extraordinario por entonces), registraron el producto en EE.UU. el 11 de diciembre de 1945, y tuvieron en la United States Air Force y en la Royal Air Force del Reino Unido a sus mayores clientes masivos. Entre nosotros, en cambio, los libreros vendían biromes como si fuesen juguetes para chicos. “Mi «juguete»”, sentenció Bíró en el último reportaje que concedería, “dejó 36 millones de dólares en el Tesoro argentino, dinero que el país ganó vendiendo productos, no de la tierra, sino del cerebro”.
El colectivo, reclamado invento argentino que surgió en Buenos Aires hacia 1928 por el atrevimiento de un grupo de taxistas de recoger a más de un pasajero por vez a lo largo de un recorrido fijo anunciado mediante carteles sobre el parabrisas, tuvo en verdad su aparición primitiva en Los Angeles, EE.UU. en 1914, cuando una masa de desocupados se reunió para competirle a los vagones rojos de la tranviaria Pacific Electric con un servicio de automotores, bautizados “jitneys” (taxis compartidos, idea resucitada por Uber en nuestro siglo), que cubrían un recorrido fijo con una tarifa plana y levantaban y dejaban pasajeros a pedido en paradas intermedias. Un año después, existían más de 62 mil jitneys en toda la Unión, pero al finalizar 1916, las regulaciones locales y las protestas de los taxistas hicieron sacar de circulación a más del 90% de los vehículos.
“A la hora de adjudicarnos logros, los argentinos somos más amigos de lo ajeno que creativos.
Ni el sistema de identificación de personas por sus huellas digitales tiene raíz argentina, porque quien propuso el método por primera vez fue el médico, antropólogo y estadístico francés Alphonse Bertillon, desarrollador de múltiples técnicas de registro antropométrico, contrariado con que la policía usara la tortura para identificar a los criminales. El sistema mejorado fue presentado en 1884 por el polímata (sabelotodo), antropólogo, geógrafo, explorador, inventor, meteorólogo, estadístico, psicólogo y eugenista (partidario de la mejora genética de la especie) inglés sir Francis Galton, primo de Charles Darwin, que publicó sus investigaciones en 1892. Nuestro afamado Juan Vucetich se llamaba en realidad Iván Vučetić, había nacido en Hvar, Croacia (entonces Imperio Austrohúngaro) e inmigrado a la Argentina en 1882, para alistarse en la Policía de la Provincia de Buenos Aires en 1888, donde creó la Oficina de Identificación Antropométrica y luego el Centro de Dactiloscopia. El sistema de Vucetich entró en vigencia en 1911, al sancionarse la Ley 9128 de régimen electoral y enrolamiento militar mediante la identificación dactiloscópica. De todas maneras, la arqueología descubrió que ya en Medio Oriente, en las antiguas Persia y Babilonia, se sabía que las huellas de los dedos eran únicas y se las usaba para autentificar registros en arcilla.
La lista continúa y nos muestra, a la hora de adjudicarnos logros, más amigos de lo ajeno que creativos; peor todavía: al momento de los reconocimientos, ignoramos nuestros verdaderos hacedores, las más de las veces genios olvidados y desconocidos por el gran público, aunque también tenemos creadores dudables como “Polo”, el hijo policía de Leopoldo Lugones, inventor de la picana eléctrica para la tortura. Eso sí: el próximo 20 de julio, a festjear.
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