La iniciativa comenzó en Europa con fuerza legal, y obligó a los grandes jugadores globales, primero, y al resto de los millones de sitios de Internet de todo tipo a declarar de manera expresa qué datos recogen de los usuarios. Lo que parecía en principio una normativa un tanto paranoide terminó por desnudar la vasta y cerrada trama de filtraciones de información que vulneran la privacidad, peligro chino por excelencia desde que se conoció públicamente que el gobierno del polémico Xi Jinping nos espía a todos.
El arte de la guerra con China
El gigante tecnológico multinacional de origen chino Huawei se ha convertido en un objetivo de alto valor estratégico en la guerra comercial desatada entre Estados Unidos y China.
“Cabe preguntarse quién o quiénes serán los más perjudicados con la escalada bélica-comercial en curso; de lo que no hay dudas es de que, como en toda guerra, habrá muchos y “hermosos perdedores”.
El presidente Donald Trump, junto con su reciente declaración de emergencia en la seguridad nacional en EE.UU., ha emitido órdenes ejecutivas que prohiben el uso de tecnología de la información y comunicación fabricada o controlada por empresas que representen un riesgo concreto.
Si bien las ordenes no mencionan a ningún país o empresa en particular, están claramente dirigidas a China, más específicamente a Huawei (en chino 华为技术公司), el coloso de las telecomunicaciones –aunque también de la fabricación y comercialización de productos de consumo masivo, aeroespaciales, automotrices, electrónicos, farmacéuticos, financieros e informáticos– y además de la venta minorista.
El gobierno de EE. UU. (como otras naciones aliadas a la Unión) ha sospechado durante mucho tiempo que Huawei utiliza su red de banda ancha 5G para espiar en favor del gobierno chino.
Huawei niega vehementemente las acusaciones de espionaje: su fundador, CEO y presidente, Ren Zhengfei, incluso declara que la compañía está dispuesta a firmar acuerdos de no-espionaje con los gobiernos extranjeros para aliviar las preocupaciones y abrir nuevas oportunidades de negocios.
Desde un tiempo atrás varias fuentes advierten en sus informes que China viene explotando de manera activa y a una escala cada vez mayor las vulnerabilidades en la infraestructura y los servicios de tecnología de la información y las comunicaciones, y no sólo en EE.UU.
Según asegura The Times de Londres, la CIA tiene evidencia de que Huawei ha recibido y recibe fondos del aparato de seguridad estatal de Beijing con fines de espionaje, y ha presionado al Reino Unido para que no adopte la red 5G de Huawei.
Por lo pronto, el Departamento de Comercio de EE. UU. colocó a la compañía china y a 70 de sus filiales en una lista negra comercial que las obliga a conseguir la aprobación explícita del gobierno de EE. UU. antes de poder adquirir cualquier pieza o componente estadounidense.
Si bien las preocupaciones sobre la tecnología 5G de Huawei pueden ser legítimas, la estrategia no se limita a la seguridad, sino que está indisolublemente ligada al momento político y a una guerra comercial que se intensifica día tras día.
La protección de la privacidad esgrimida por los europeos ni siquiera es una carta que Trump vaya a usar: al fin y al cabo, la exposición pública de la intimidad ha sido desde la infancia su bandera.
Cabe preguntarse quién o quiénes serán los más perjudicados con la escalada bélica-comercial en curso; de lo que no hay dudas es de que, como en toda guerra, habrá muchos y habrá “hermosos perdedores”.
El arte de la negociación de Donald Trump
El 1 de noviembre de 1987 Random House publicó “The Art of the Deal” (que podría traducirse al castellano como “El arte de negociar”) escrito por Tony Scwartz y acreditado al magnate inmobiliario Donald Trump, en parte una suerte de biografía, en parte una especie de manual empresarial, gracias al cual el hoy presidente de EE.UU. cobró fama.
Durante la oscura campaña de Donald Trump para arrebatarle la presidencia a Hillary Clinton en 2016, el candidato lo citó como uno de sus logros más maravillosos y –por mucho menos que eso John Lennon sufrió el escarnio público– su segundo libro favorito después de la Biblia (sic).
Omitió mencionar las reiteradas violaciones a la privacidad pautadas desde su círculo íntimo antes y durante su mandato en contra de sus opositores demócratas, aunque también de sus adversarios republicanos.
Schwartz, en cambio, afirmó que escribir el libro –sin dudas– lo había llevado al mayor arrepentimiento de su vida, y tanto él como el editor Howard Kaminsky dijeron que Trump no había jugado ningún papel en la elaboración real.
[Investigaciones más recientes sobre la evolución empresaria del presidente norteamericano demuestran que, lejos de ser un hombre de negocios exitoso, Trump es un vasto fraude cimentado en quiebras y desfalcos que hace pagar a otros.]
Sea como sea, el impredecible presidente que confía renovar su mandato en 2020 a pesar del cúmulo de acusaciones en su contra, ha mostrado que, más que un artista de la negociación, es un torpe pendenciero que puede poner a EE.UU. en una situación similar a la de sus sonados fracasos del pasado.
El arte de la guerra de Sun Tzu
Por el contrario, “El arte de la guerra” es un libro sobre tácticas y estrategias militares, escrito por el general chino Sun Tzu (Sūnzǐ) hacia el siglo 5 a. C. y aún hoy el texto de estrategia más influyente en el pensamiento militar pero en una gran diversidad de campos como la gestión de negocios y las técnicas legales.
“Trump insiste en que no hay tal conflicto, porque la guerra comercial contra China se perdió hace décadas por la incompetencia de sus predecesores.
Alguna vez el desopilante Woody Allen dijo al pasar que el mejor cocinero de la historia era Mao Tsé Tung (Máo Zé Dōng, en pinyín) porque había sido capaz de darles de comer a 600 millones de chinos.
La verdad es que la Gran Hambruna que se desarrolló entre 1959 y 1961 (a la que el gobierno llamó eufemísticamente los Tres Años de Desastres Naturales) fue una catástrofe humanitaria entre cuyas causas no faltaron errores en la campaña del Gran Salto Adelante de Mao.
La realidad presente de China es diferente por completo de la de entonces, pero las consecuencias de la guerra económica, comercial y financiera con EE.UU. y sus aliados iniciada en 2018 por la administración de Donald Trump contra la de su para Xi Jinping podrían ser peores en magnitud.
El propio Trump insiste en que no hay tal conflicto, porque la guerra comercial contra China se perdió hace décadas por la incompetencia de sus predecesores.
El problema es en cambio, sentencia el mandatario, una pugna de espionaje convencional y ciberespionaje fundado en la omnipresencia de la tecnología de origen chino, liderada por Huawei, para robar información confidencial sensible de los usuarios, las empresas, las industrias y los gobiernos occidentales.
Mito o verdad, “la privacidad, peligro chino” es el menos velado de los intereses en la contienda.
Golpe comando contra Huawei
Apenas comenzado 2018, la multinacional estadounidense de telecomunicaciones AT&T cerró de manera unilateral las negociaciones que llevaba adelante con Huawei para la distribución y venta de smartphones chinos, capitaneadas por el celular de muy alta gama Huawei Mate 10 Pro.
“Huawei enfrenta, entre otros cargos, acusaciones de espionaje y sustracción de información.
Los motivos de la cancelación –tomada por Beijin como una declaración de guerra formal– se centraron en las acusaciones de espionaje y sustracción de información –aún no demostradas– del Congreso de EE.UU. hacia el gigantesco conglomerado empresario oriental.
El momento más caliente del conflicto pareció darse el 1 de diciembre de 2018 cuando las autoridades canadienses arrestaron en el Aeropuerto Internacional de Vancouver a Meng Wanzhou, CFO de Huawei, por pedido del Tribunal del Distrito Este de New York, bajo los cargos de “conspiración para defraudar a múltiples instituciones internacionales”.
Sin embargo, el 28 de enero de 2019, el Secretario de Seguridad Nacional de EE.UU. Kirstjen Nielsen, el Secretario de Comercio Wilbur Ross, el Director del FBI Christopher A. Wray, el Fiscal General Interino Matthew Whitaker y los procuradores federales adjuntos, dieron un golpe de gracia contra la multinacional.
Imputaron fraude bancario y financiero, lavado de dinero, conspiración para defraudar a Estados Unidos, robo de secretos comerciales de tecnología, beneficios ilegales a los trabajadores que robaron información confidencial en compañías de todo el mundo, fraude por correo electrónico y fraude, obstrucción de la justicia a Huawei Technologies, Wanzhou, Huawei Device USA, Inc. y la subsidiaria iraní de Huawei, Skycom.
Ren Zhengfei –con 75 años de edad– lidera Huawei Technologies, uno de los mayores fabricantes de hardware de telecomunicaciones y teléfonos móviles del mundo.
Su fortuna estaba calculada en el equivalente a unos U$S 1.800 millones a finales de 2018.
Ren es hijo de maestros de escuela y creció en una ciudad montañosa en la provincia de Guizhou, en el sur de China.
Ocupó cargos de técnico en el ejército de China y trabajó para Shenzhen South Sea Oil antes de establecer Huawei con el equivalente de U$S 3.000 en 1987, cuando rozaba los 40 años.
Huawei hoy –los números son de febrero de 2019– hace negocios en más de 170 países y tiene filiales con más de 180.000 empleados.
Aún en medio de la turbulencia, Ren Zhengfei (quien rara vez se deja ver en público) es una de las personalidades en las sombras más influyentes en el mundo y Huawei es la primera marca global china sin competidores cercanos.
En menos de una década, China ha multiplicado de manera notable la cantidad de ricos que superan la barrera de los U$S 1.000 millones: de 64 personas en 2010, alcanzó las 372 en 2018, aunque la guerra con EE.UU. ha menoscabado en algo la bonanza.
Es fundamental destacar que se trata de personas que pertenecen al sector privado, es decir, inversionistas, propietarios de empresas, accionistas y operadores financieros de un modelo de economía de mercado clásico.
A ver quién la tiene más larga
La guerra comercial ha obligado a China a importar soja de Brasil y otros países productores para compensar el faltante de la producción estadounidense.
Los analistas sugirieron a los agricultores de EE.UU. reducir o reeemplazar la producción de soja para dejar de depender de China.
Trump les respondió que gastará las decenas de miles de millones de dólares obtenidas de los aranceles a los productos provenientes de China para comprarles a sus granjeros (“Great American Patriot Farmers”) y distribuir alimentos de manera gratuita en naciones de todo el mundo entre las personas más desfavorecidas.
Pese a los exorbitantes aranceles impuestos por EE.UU., el superávit comercial anual de China en 2018 fue de más de U$S 323 mil millones, un récord histórico.
Por su parte, el Departamento de Comercio de EE.UU. declaró en marzo de 2019 un déficit comercial de U$S 621 mil millones, el más alto desde 2008, cuando la economía y el gobierno de George W. Bush hacían agua sin remedio.
La guerra muestra una arista insospechada para los expertos en política internacional: empresas a las que se daba por multinacionales –o supranacionales con presencia y composición globalizada– vuelven a asumirse como compañías de origen, alineadas de modo irrestricto con los gobiernos locales.
Amenaza para la Seguridad Nacional
De manera recurrente, los sucesivos gobiernos de EE.UU. han recurrido al latiguillo de la “amenaza para la seguridad nacional” como excusa y justificativo para encarar acciones de índoles variadas.
“Es una situación difícil porque las grandes corporaciones nunca van a admitirlo: sería más sorprendente si China no intentara espiar a EE.UU. por todos los medios, que si lo hiciera.
La cacería desatada contra Huawei no es nueva ni fue inaugurada por Trump: ya en 2011, durante el primer mandato de Barack Obama, una comisión del Congreso la señalaba como un ostensible peligro para el país más poderoso del Planeta.
Al cabo de un año de investigaciones, el panel de expertos convocados por el Capitolio recomendaba la prohibición de adquirir o fusionarse con empresas norteamericanas para Huawei Technologies y ZTE, Corp., ambas de prodecencia china.
Al mismo tiempo demandaba el cese de la compra y uso de sus productos, incluidos los cables de alimentación corrientes, en oficinas, agencias y otras dependencias gubernamentales.
El informe mencionaba que China “tiene los medios, las oportunidades y los motivos para valerse de las empresas de telecomunicaciones para fines maliciosos”, y que las compañías no informaban sus vínculos con el gobierno y las fuerzas armadas del gigante de Oriente.
Ya en aquella época los analistas consideraban que las empresas proveían con tecnología de espionaje a una organización de étite que operaría como la unidad de guerra cibernética del ejército de China.
Es una situación difícil porque las grandes corporaciones nunca van a admitirlo: sería más sorprendente si China no intentara espiar a EE.UU. por todos los medios, que si lo hiciera.
Se les pasaba por alto quizás que Rusia también hacía de las suyas.
El bloqueo como instrumento
En octubre de 2012, el presidente Barack Obama firmó un decreto que bloqueaba a la compañía privada china Ralls, Corp. (perteneciente a la multinacional Sany Heavy Industry Co., Ltd. también Sany Group) la instalación de 4 granjas con turbinas de generación eólicas en terrenos adquiridos en Oregon dada su cercanía a una base militar de la Marina.
“Prácticamente todas las empresas que exportan productos de EE.UU. a China y viceversa, desde fabricantes de productos electrónicos a productores de cerveza o agricultores, tienen algo que perder con la Guerra.
La causa eran las preocupaciones manifiestas de varias agencias por la Seguridad Nacional, pero lo curioso del caso es que la orden presidencial surgió durante la campaña para su reelección por la presión del candidato republicano Mitt Romney, quien lo acusaba de “blando” con China al haber vendido parques eólicos a empresas de esa nacionalidad.
La orden presidencial dio un plazo 90 días a la compañía para desinvertir en todos sus proyectos, aunque en los hechos los chinos nunca evaluarían ningún plan de interrupción de sus actividades.
Había además otros parques eólicos en funcionamiento en la misma área operados por extranjeros, una empresa de Dinamarca y otra de Alemania, lo que daba al decreto un cariz de discrecionalidad.
Hasta entonces, la última vez que un presidente había bloqueado formalmente un acuerdo por motivos de seguridad nacional databa de 1990, cuando el ahora fallecido presidente George H.W. Bush impidió que una empresa china de tecnología aeronáutica adquiriera una compañía manufacturera estadounidense.
Acaso con aquel antecedente a la vista, Ralls, Corp. contrató a Paul Clement, el principal abogado, y aViet Dinh, ex fiscal general adjunto y uno de los redactores del Acta Patriótica de la administración de George W. Bush para que la representara.
Dos años más tarde, un Tribunal Federal de Apelaciones falló en favor de Ralls, Corp. e hizo tambalear al poder de veto Comité de Inversiones Extranjeras de EE.UU. (Committee on Foreign Investment in the U.S., CFIUS) por no proporcionar evidencia que justifique el bloqueo.
¿Además de Huawei, quiénes?
Prácticamente todas las empresas que exportan productos de EE.UU. a China y viceversa, desde fabricantes de productos electrónicos a productores de cerveza o agricultores, tienen algo que perder con la Guerra.
“Reorientar la producción y reconstruir las cadenas de valor después de décadas lleva tiempo y tiene un alto costo.
Peor aún, una constelación de empresas estadounidenses depende de proveedores chinos de partes y componentes radicalmente más baratos que cualquier otra alternativa.
Las empresas de tecnología como Apple, que dependen tanto de las ventas mayoristas y minoristas en el creciente mercado de consumo chino, como de la provisión de piezas y productos fabricados en China y exportados al resto del Planeta, acusan un severo impacto negativo en sus operaciones.
En el pasado reciente pudo verse que reemplazar a los chinos no es tan fácil ni tan rápido como Trump lo dibuja: los severos aranceles impuestos a la importación de acero, por ejemplo, no ha significado ningún movimiento en la producción interna.
Reorientar la producción y reconstruir las cadenas de valor después de décadas durante las cuales China ha sido (y aún hoy es) el mayor socio comercial de EE.UU. lleva tiempo y tiene un alto costo.
Los precios siderales de los últimos modelos de smartphones de alta gama de las principales marcas globales (Apple, LG, Motorola, Nokia, Samsung) muy por encima de los U$S 1.000 por unidad, pueden ser sintomáticos.
Contra las afirmaciones de Trump, no parece ser China sino los consumidores domésticos –pero también y por eso mismo los servicios y el comercio minorista– los que acaban por pagar los aranceles punitivos de la Guerra.
Hay, además, un sector particular que sufre sobremanera las consecuencias de la tensión bilateral: quienes viven en las zonas rurales de EE.UU., y que no son precisamente una población menor.
La clave es que, mientras las grandes empresas de telefonía como Verizon no emplean tecnología Huawei para sus redes de banda ancha, muchos operadores rurales locales pequeños dependen de la compañía china para proporcionar equipos y servicios más baratos que los que pueden obtener de los fabricantes occidentales.
Así, una legión de microcompañías está al borde de caer en bancarrota sin remedio como fichas de dominó.
El enemigo público #1
La Guerra aparenta echar por tierra con una noción largamente sostenida desde el inicio del proceso que conocemos como globalización, que asegura que desde hace décadas las empresas han dejado de tener nacionalidad para volverse un fenómeno multinacional cuyo territorio es el Planeta.
“Ni más seguro, ni más poderoso. La decisión de EE.UU. lo obligará a emplear equipos inferiores y costosos, y lo dejará relegado en el desarrollo de la tecnología 5G.
Las acciones tomadas por Google (que prohíbe la instalación y uso de su sistema operativo Android y sus principales apps –las más reconocidas Play, Mail, Maps– en dispositivos Huawei), Facebook (que impide la instalación en origen de sus aplicaciones Facebook, Instagram, Messenger y Whatsapp sobre celulares de la marca china), Broadcom (suministradora de hardware y software, liderada por el multimillonario CEO estadounidense –tiene ingresos superiores a los U$S 100 millones anuales– paradójicamente de origen chino, Tan Hock Eng), Intel (la celebérrima fabricante de chips que ocupa el segundo lugar a escala mundial), Qualcomm (diseñadora y fabricante de equipamiento para telecomunicaciones, vendedora de suministros para las primeras marcas) o Xilinix (una vasta proveedora de tecnología para dispositivos programables) tienen un claro sentido nacional.
La lista se amplía día tras día, potenciada por la orden ejecutiva de Trump, y se extiende a los aliados transoceánicos de EE.UU., como Japón (que agrega al conglomerado Panasonic y sus filiales internacionales, o Toshiba, ambas manufactureras de una infinidad de productos y oferentes de servicios alrededor del mundo) el Reino Unido (con ARM, fabricante de chips y software, que diseña también para Apple y Qualcomm), o Australia (país que prohibió el uso de tecnología 5G de Huawei y ZTE en todo su territorio).
El ganador menos pensado
“Quiere la ironía de la Guerra que el máximo beneficiario sea uno de los enemigos declarados, denostados y despreciados por el presidente de EE.UU., México.
Quiere la ironía de la Guerra que el máximo beneficiario regional de la contienda sea uno de los enemigos declarados, denostados y despreciados por el presidente de EE.UU., México.
En la guerra convencional y en la guerra comercial siempre hay países que sacan provecho de las oportunidades que les quedan servidas en bandeja.
A estar de datos públicos validados por los hechos, el país azteca es la 9ª potencia exportadora del mundo y tiene la capacidad económica y la competitividad necesarias como para apropiarse de una porción del comercio bilateral en caída.
México tiene a su alcance un negocio de U$S 27 mil millones –algo más del 6% del total de sus exportaciones– bocado más que apetecible para una nación emergente, muy superior proporcionalmente al calculado para todo el mercado común europeo, que no llega a un crecimiento del 1%.
Aún otras potencias significativas como Canadá o Japón, apenas sacarán modestos 3,4% y 2,2% en el mejor de los escenarios.
Los recursos extraordinarios provienen tanto del desvío del consumo de China (más de dos tercios) como del de EE.UU. (algo menos de un tercio).
Conmigo o sin mí
La respuesta verbal inmediata de Huawei al edicto de Trump fue un ostensible golpe de efecto, acaso profético.
“Las mayores víctimas de las guerras comerciales del presidente Trump son los agricultores y los obreros que lo apoyaron para que llegara al cargo en 2016.
“Ni más seguro, ni más poderoso. La decisión de EE.UU. lo obligará a emplear equipos inferiores y costosos, y lo dejará relegado en el desarrollo de la tecnología 5G. Restringir la actividad de Huawei dañará como última consecuencia a las empresas y consumidores estadounidenses”, publicó en el Global Times de China.
Más de la tercera parte de la población mundial utiliza productos de Huawei, que cuenta con un total de unos 180.000 empleados, lo que implica que la orden presidencial supone en sí una cascada de problemas cuyos resultados son impredecibles.
La decisión, sonríen los chinos, es más una demostración de impotencia de EE.UU. por la imposibilidad de competir sanamente en la legalidad de los mercados globales y con las condiciones propias del capitalismo contra la industria asiática, que una política inteligente.
Los estudios realizados –antes de la declaración formal del presidente Donald Trump– por Las Universidades de Columbia y Princeton y los economistas del Banco de la Reserva Federal de New York ya indicaban que desde el inicio de la Guerra, el costo de las subas en los aranceles a productos y servicios provistos por China era pagado sólo por las empresas y los consumidores:
- Más de U$S 3.000 millones por mes se trasladaban a mayores costos.
- Más de U$S 1.400 millones por mes se traducían en pérdidas por caída de la demanda.
Según un informe signado por Pinelopi Koujianou Goldberg, economista jefe del Banco Mundial y eminencia de la Universidad de Yale, las mayores víctimas de las guerras comerciales del presidente del cabello indomable son los agricultores y los obreros de los estados que lo apoyaron para que llegara al cargo en 2016.
A un año de iniciadas las operaciones bélicas, todo simplemente empeora.
El éxito comercial de China se basa en una estrategia de centralización y planificación en manos del estado, contrario a la modalidad competitiva de las empresas estadounidenses.
Trump se queja de competencia desleal en industrias clave como la fabricación de chips, la manufactura aeroespacial y la producción de vehículos porque, acusa, Xi Jinping las subsidia, les otorga préstamos blandos e interviene en su favor en el mercado internacional. El argumento se da de narices con su propia política interna que hace precisamente eso, pero con industrias que perjudican a todo el planeta. ¿Y la privacidad de los ciudadanos estadounidenses, y del mundo entero? Mal, gracias.