Recordamos en este día a una mujer extraordinaria, la “cronista de la soberanía argentina en las Malvinas” María Sáez de Vernet (casada con el comerciante, político y militar de oficio Luis Elías Vernet, quien consagró y perdió toda su fortuna en el intento de hacer prosperar nuestras islas del Atlántico Sur). Mariquita, como se la conoció mejor, compiló en su meticuloso «Diario de 1829 en Malvinas» las impresiones personales percibidas en la colonia argentina de Puerto Soledad entre el 15 de julio, momento de llegada, y 22 de diciembre de 1829, con una apostilla agregada el 5 de febrero de 1830, cuando dio a luz a su cuarta descendiente: Malvina.
María Sáez de Vernet y el 10 de junio
Cada año, desde el 29 de mayo de 1974, conmemoramos en nuestra República el 10 de junio como el Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre las Malvinas, Islas y Sector Antártico.
La fecha de la efeméride se debe a que ese día de junio de 1829 el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Martín Rodríguez, designó al Primer Comandante Político Militar de las Islas Malvinas y de las islas adyacentes al Cabo de Hornos, incluida la isla Grande de Tierra del Fuego, bajo la soberanía formal de las Provincias Unidas del Río de la Plata desde el 6 de noviembre de 1820.
“Vernet sentía una fascinación especial por el potencial productivo y extractivo de la zona desde mucho antes de su designación: había organizado sociedades comerciales, realizado expediciones al archipiélago para formar asentamientos, colonizado las islas con gauchos y establecido acuerdos con los indios Tehuelches para habitarlas, las había poblado de ovejas y caballos.
El nombramiento recayó sobre el emprendedor Luis Elías Vernet, quien tenía desde 1823 la concesión para la explotación de ganado –vacuno, ovino, equino– y fauna –caza, pesca, encierro y cría– e inclusive había promovido numerosas investigaciones científicas para el asentamiento poblacional productivo en las Malvinas.
La sede del Comando se estableció en Puerto Soledad, bajo el pabellón argentino, para hacer cumplir las leyes de la Nación, los reglamentos pesqueros y la custodia de las costas, lo que constituye un antecedente legal prominente respecto a los reclamos argentinos sobre las Islas invadidad por el Reino Unido en 1833.
Asociado con el empresario alemán Conrado Rücker, asentado en Montevideo, conoció en esa ciudad a María Sáez Pérez, con quien se casó el 17 de agosto de 1819; tiempo después, la pareja se estableció en una estancia sobre el río Salado, unos 100 km al sur de la ciudad de Buenos Aires.
Vernet sentía una fascinación especial por el potencial productivo y extractivo de la zona desde mucho antes de su designación: había organizado sociedades comerciales, realizado expediciones al archipiélago para formar asentamientos, colonizado las islas con gauchos y establecido acuerdos con los indios Tehuelches para habitarlas, las había poblado de ovejas y caballos.
El gobierno de Manuel Dorrego, que mantenía una deuda monetaria con Luis Vernet, le había concedido territorios, la explotación de la Isla de los Estados, los derechos de pesca en el Mar Argentino al sur del río Negro, y la exención del pago de impuestos a lo largo de 30 años para que solventara sus planes.
Hasta en ciertas circunstancias, y ante la necesidad de recursos de todo tipo, el esposo de Mariquita intentó sumar la gobierno británico a su empresa, sin que los ingleses mostraran ningún interés.
Paradójicamente, el escocés Matthew Brisbane, marinero, cazador, explorador y comerciante, fue mano derecha de Luis Vernet, su segundo y su delegado en la isla Soledad hasta 1833.
El decreto de Martín Rodríguez, con el asesoramiento y la firma de Salvador del Carril, fue publicado en el exterior por los medios de prensa ese mismo año; más tarde, Vernet distribuiría copias en español y en inglés para notificación de todos los barcos pesqueros que operaban en el mar patagónico.
La esposa del comandante
Hija de un poderoso hombre de negocios de Montevideo, María Sáez de Vernet, Mariquita, llegó a las Islas el 15 de julio de 1829 en compañía de su esposo para la asunción de la Comandancia, junto con sus 3 hijos, Luis Emilio, Luisa y Sofía –que dio sus primeros pasos en las Malvinas– y con 2 meses de embarazo en curso.
Desde el arribo a Puerto Soledad se dedicó a consignar la vida cotidiana en en su diario personal, hoy un documento invaluable, que fue citado hasta en el Comité de Descolonización de la Organización de las Naciones Unidas como prueba del estado de cosas en las Malvinas al momento de la usurpación inglesa.
El “Diario” de María Sáez de Vernet es desconocido para la mayoría de los investigadores, no es estudiado ni citado por nuestros historiadores, no forma parte de la bibliografía de los programas de las escuelas ni universidades de la Argentina, como si nunca hubiera sido escrito.
Sin embargo, además de una valiosa pieza literaria, es un instrumento fundamental para la comprensión de uno de los procesos más incipientes en la historia de nuestra soberanía como nación.
El poblado descripto por Mariquita tenía en ese momento unos 100 habitantes entre colonos, gauchos y peones, trabajadores pesqueros, pequeños ganaderos, horticultores, labriegos, y no contaba con presencia militar, aunque desde los primeros tiempos era merodeado por buques de diversas nacionalidades interesados en las riquezas del mar y en hacer pie en la Patagonia.
El 30 de agosto de 1829, día de la toma de posesión de la comandancia, María Sáez de Vernet escribió en su diario:
«Muy buen día de Santa Rosa de Lima, por lo que determinó Vernet tomar hoy posesión de la isla en nombre del gobierno de Buenos Aires. A las doce se reunieron los habitantes, se enarboló la Bandera Nacional a cuyo tiempo se tiraron veintiún cañonazos, repitiéndose sin cesar el ¡Viva la Patria! Puse a cada uno en el sombrero con cintas de dos colores que distinguen nuestra bandera. Se dio a reconocer el Comandante.»
El aislamiento ominoso, el paisaje yermo, el territorio escarpado, la inclemencia de un clima glacial violento, la hostilidad de la geografía, no amedrentaron a la mujer que había hecho propia la sustancia de los planes progresistas de Vernet para crear un enclave pujante y su fidelidad comprometida con el país en cierne.
María Sáez mujer de las Islas
Robert Fitz Roy –el famoso comandante del HMS Beagle que realizó la travesía que llevara a Charles Darwin a recorrer el mundo– fue elogioso con los Vernet luego de haberlo hospedado en la comandancia de las Islas.
Ftiz Roy resaltó rasgos distintivos de Mariquita, como su voz refinada para el canto, y su destreza con el piano: “ejecutaba música de Rossini con mucho gusto”.
La casa familiar de los Vernet se volvió una referencia de optimismo para los colonos y viajeros, un punto de encuentro y una fuente de seguridad ante la adversidad de los tiempos.
De la mano de la cronista –que parece su voz– recorremos algunos pasajes del Diario:
«Miércoles 15 de julio. Descansé un momento y volví a hacer la tentativa de caminar, mas fue en vano, pues no igualaban mis fuerzas al deseo que tenía de regresar a las casas.»
«Jueves 13 de agosto. Nieve y viento fuerte. Hoy se ha hecho una división con tablas en mi pieza por ser muy grande y se puso otra ventana.»
«Jueves 3 de septiembre. Salí a pasear con Vernet y Emilio hacia una bahía que llaman San Salvador, y cuando más distraída iba sentí que [bajo] mis pies salió un conejo, corría cuanto podía sin duda aturdido por mis gritos y [el] dolor de haberlo pisado.»
«Domingo 20 de septiembre. Algunos Alemanes han ido a la pesca de lobos. Bailaron los negros a la tarde como de costumbre todos los domingos.»
«Domingo 4 de octubre. Amaneció claro pero con mucho viento. Se han traído seis vacas de la estancia para amansar.»
«Sábado 17 de octubre. Nublado y amenazando lluvia, sin embargo salí hacia la punta de la entrada, de paso vi el cuidado que tenían las familias con sus vacas, todos los días limpian el sitio donde las atan y les hacen cama de paja y para los terneros.»
«Domingo 29 de noviembre. A las ocho de la mañana volvieron los botes que fueron a la pesca de lobos, no encontraron ninguno, por lo que presumen que haya estado algún buque [furtivo] días antes.»
«Lunes 21 de diciembre . Llovió todo el día, Vernet ha fletado la Goleta recién llegada la que piensa mandar al Brasil cargada de cueros, carne salada y pescado del que va de sobrecarga Emilio.»
«Martes 22 de diciembre. Nublado y Ventoso. Por tener que aprontar cartas y encomiendas para Montevideo y Buenos Aires cesa el diario que he llevado desde que desembarqué en esta Isla hasta la fecha.»
El 5 de febrero de 1830 llegó al mundo en Puerto Soledad –llamado ya Puerto Luis– la primera persona registrada oficialmente como nacida en las Islas, la cuarta descendiente de Luis Vernet y María Sáez Pérez, bautizada como Matilde Vernet y Sáez.
En el que sería el último apunte del diario de Mariquita –ha sido reconstruido con fidelidad por Estela Sáenz de Menéndez en 1982– se expresa todo su sentir luego del alumbramiento:
«¡Mi mujercita malvinense! La tengo en mis brazos. Su boquita ávida como un botón de rosa ya quiere succionar. Me embarga de dulzura. Es un milagro. Beso sus deditos. Perfecta. Mi mujercita isleña. Mi niña valiente que ha nacido en una isla, ahora más que nunca, como si hubiéramos enarbolado entre las dos una bandera…»
Aquel día hubo festejos regados de bebidas, colmados de pitanzas y acompañados de músicas y baile para celebrar la venida de la única pobladora autóctona hasta entonces, a la que se llamaría para siempre Malvina.
Quiso la casualidad (si no la providencia) que el 29 de mayo de ese año se celebrara en las islas de las que Malvina tomó su sobrenombre el primer matrimonio civil de la Argentina: ese día, a falta de autoridades eclesiásticas en el archipiélago, su padre Luis casó a los colonos doña Victoria Enríquez y don Gregorio Sánchez.
Otra curiosidad fue que las 2 primeras mujeres argentinas registradas con el nombre Malvina en el país fueron las hijas de Matilde “Malvina” Vernet, Déborah Malvina, nacida en 1870, y Malvina Justa, en 1872, fruto de su matrimonio con el capitán Greenleaf Cilley.
A veces en compañía, a veces sola, María Sáez de Vernet se adentraba en el territorio, exploraba los animales y las plantas, la topografía, revisaba el ganado y los sembrados, visitaba los comercios, los saladeros, la pequeñas factorías, recorría las casas y los alrededores del poblado.
Según contaría su hija Malvina, Mariquita era también una cocinera consumada, especialista en la preparación de frutos del mar, pescados, tortillas de aves y pan casero, pero además una apasionada de las labores de la huerta, donde mezclaba el terreno de papas, arvejas, flores y gramilla.
El relato del Diario, al que puede sumarse una infinidad de testimonios de fuentes inobjetables, contradice de plano la argumentación tan vulgarizada de que Argentina nunca se interesó por “esas islas desiertas donde no vivía nadie”.
Había mujeres, hombres, niños; nativos, argentinos, extranjeros; blancos, negros, mestizos, indígenas; cazadores, pescadores, panaderos, herreros, talabarteros, médicos, comerciantes, almaceneros, despenseros, agricultores, pastores, matarifes, vendedores ambulantes, estancieros.
Cuando el progreso puede ser peligroso
Las Islas, que fueron cartografiadas con precisión por Vernet, estaban divididas en 11 secciones con sus respectivos funcionarios a cargo, parceladas y con documentación de la titularidad de las tierras asignadas a cada colono: el pronóstico no podía ser más promisorio.
De vuelta en el Reino Unido, el capitán Fitz Roy brindó un extenso reporte sobre los éxitos conseguidos bajo la gestión de la comandancia de los asentamientos que suscitó una atención particular en el ámbito militar y en el empresariado británico, interesados en aprovechar económicamente el descuidado Atlántico Sur.
Fitz Roy lamentaría con amargura años más tarde, de paso por las Islas, la vandalización sufrida por el emprendimiento de la familia Vernet, un próspero asentamiento productivo convertido en desolación y escombro por las incursiones estadounidenses e inglesas.
De pronto, y dado que “las jóvenes repúblicas no tenían ningún poder para impedir [la] ocupación” como argumentaba con arrogancia el primer ministro Arthur Wellesley, el gobierno de Gran Bretaña se desdijo de su renuncia previa a los territorios australes –refrendada por numerosos acuerdos y compromisos con España firmados entre 1712 y 1811– y comenzó a esgrimir pretendidos derechos de posesión.
Nunca el Reino Unido había efectuado queja o reserva alguna: ni ante la mencionada declaración de soberanía argentina de 1820, ni al dar reconocimiento a la nueva nación emancipada en 1823, ni al firmar el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con las Provincias Unidas en 1825.
Lord Palmerston sentenciaría, en un recordado discurso ante la Cámara de los Comunes en 1848, para elucidación de cualquiera que no se hubiese espabilado lo suficiente: “No tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos”.
Del incidende con EE.UU a la invasión de Gran Bretaña
La depredación de los recursos oceánicos ya se tornaba alarmante porque navíos de cualquier bandera saqueaban mares y costas sin control por la ausencia de defensa del litoral austral argentino, y sucedió lo que sería una costumbre reiterada hasta la actualidad para justificar invasiones: un incidente con un país extranjero.
“El 31 de diciembre de 1831, camuflada con la bandera francesa, la corbeta Lexington atacó a Puerto Soledad: las tropas redujeron a las autoridades argentinas, saquearon las propiedades, destruyeron instalaciones de defensa, expoliaron haciendas y redujeron a escombros la casa de los Vernet.
Por mandato explícito de Buenos Aires, Vernet notificó a cada embarcación que circulara por la zona la orden de “desistir, pues la resistencia los expondrá a ser presa legal de cualquier buque de guerra perteneciente a la República de Buenos Ayres; o de cualquier otro buque que en concepto de infrascripto se preste para armar, haciendo uso de su autoridad para ejecutar las leyes de la República”.
Un empresario pesquero estadounidense, cuyos intereses económicos eran afectados por la restricción, se quejó ante Washington, lo que dio lugar a una protesta airada del Secretario de Estado Martin Van Buren, que desconoció la legalidad de la normativa argentina.
Tras una serie de episodios con goletas de pesca y caza de focas que había desoído todos los avisos de las autoridades, el encargado de negocios de facto de EE.UU. en Buenos Aires, Geroge Slacum, instruyó a Silas Duncan, capitán de la corbeta de guerra USS Lexington para que tomara represalias.
Más allá de que Slacum no tenía atribuciones para dar órdenes de índole alguna –mucho menos bélicas, facultad que requiere la aprobación del Congreso de EE.UU.– en una bravata insólita para los usos y costumbres, el capitán Duncan intimó a la rendición inmediata de Vernet para que sea “enjuiciado como ladrón y pirata”.
Una oscura confabulación invasora se había puesto en marcha.
El 31 de diciembre de 1831, camuflada con la bandera francesa, la corbeta Lexington atacó a Puerto Soledad.
Las tropas estadounidenses redujeron a las autoridades argentinas encabezadas por el delegado Matthew Brisbane, saquearon las propiedades oficiales y particulares, destruyeron instalaciones de defensa, expoliaron haciendas, y redujeron a escombros la casa de los Vernet, que estaban en Buenos Aires desde agosto por los sucesos de las goletas.
Había entonces en la colonia administrada por Brisbane 124 habitantes: una guarnición de 25 tropas argentinas, 28 rioplatenses, 34 porteños, 30 negros y 7 alemanes.
El diario de navegación de la Lexington redactado por el capitán Duncan nunca registró información del ataque, aunque se llevó a bordo a Brisbane junto a otros 6 prisioneros argentinos, engrillados al arribar al puerto de Montevideo, que fueron liberados luego de diversos traslados en abril de 1832.
Ignorantes o a sabiendas de la trama oculta tras el montaje casi teatral de los hechos, Slacum y Duncan oficiaron como disparadores de la ardua conspiración que acabó por brindar a Gran Bretaña los pretextos –que no necesitaba– para la ocupación de nuestras Islas Malvinas al año siguiente.
El camino del exilio
Sin recursos ni ayuda del gobierno de Juan Manuel de Rosas, pero con las ansias de reconstruir la colonia sobre sus ruinas intacta, Luis Vernet consiguió retornar junto con su familia a Puerto Soledad, y puso manos a la obra para llevar adelante los ambiciosos planes de desarrollo del territorio.
La empresa, por el estado de las cosas, era una utopía.
En vistas de las dificultades insalvables que enfrentaban los Vernet, el 10 de septiembre de 1832, el Ministerio de Guerra y Marina de Buenos Aires nombró a Juan Esteban Mestivier para que repusiera el orden en la colonia devastada por la incursión de la Lexington.
El 19 de noviembre de 1832, María Sáez de Vernet y toda su familia abordaron la goleta lobera de bandera estadounidense Harriet (una de las capturadas por incumplir las restricciones contra la depredación) y abandonaron para siempre las Islas.
El nuevo Comandante Político y Militar, que aún se encontraba en Buenos Aires, recibió a los Vernet en su casa, y María Sáez se ocupó de dar minuciosas instrucciones a la joven Gertrudis Sánchez (la esposa de Mestivier, de apenas 22 años) sobre las condiciones de vida en las Islas que tanto amaba, y sus experiencias en los quehaceres cotidianos.
La familia debió emigrar a Rio de Janeiro, arruinada por los procesos iniciados contra Luis Vernet a instancias de EE.UU. por los casos de las goletas, por las responsabilidades adjudicadas en la resistencia al ataque de la USS Lexington, y por la expropiación de todos sus bienes en las Islas por la Corona británica luego de la invasión de 1833.
Tiempo después, tras una estadía en la ciudad natal de María Sáez, Montevideo, pudieron regresar a Buenos Aires.
María Sáez de Vernet de regreso a la patria
De vuelta en Argentina, los Vernet recalaron por un tiempo en una casa ubicada en la esquina de calle Florida y Córdoba, en Buenos Aires, para después mudarse a una casona en 25 de Mayo entre Corrientes y Cuyo (hoy calle Sarmiento), hasta que adquirieron terrenos en San Isidro, provincia de Buenos Aires.
Allí establecieron una casa de campo con vista al Río de la Plata, donde prosiguieron con la crianza de sus hijos, alternada con las estadías en la Capital: la quinta, todavía en posesión de sus descendientes, fue llamada Las Acacias.
En 1841, Luis Vernet patentó un tratamiento químico de su invención para conservar el cuero vacuno durante el transporte, y con las regalías costeó en 1852 un viaje a Londres para demandar a Gran Bretaña una indemnización por las pérdidas sufridas como consecuencia de la invasión de las Islas.
El principio del fin
Al cabo de más de 5 años de litigio, si bien obtuvo algunas concesiones pagadas en parte y consumidas por las deudas que acumuló a partir del incidente Lexington, Vernet regresó de Inglaterra desmoralizado por el fracaso, y consternado por una devastadora noticia que lo sumió en una profunda depresión: la muerte de Mariquita, ocurrida durante su ausencia el 25 de marzo de 1858 en Buenos Aires.
María Sáez de Vernet –pionera afanosa y protagonista clave del incipiente proceso de asentamiento y desarrollo de nuestras Islas Malvinas truncado fatalmente– fue una mujer estudiosa, versada, culta, sensible, amante de la música, de la lectura, escritora dedicada y delicada, que describió con una calidez laboriosa la vida y las costumbres del naciente enclave argentino arrebatado al fin por Gran Bretaña.
La joven que antes de su llegada a las Islas apenas había conocido las riberas enfrentadas del ancho pero breve río de la Plata, del lado de Montevideo primero, del de Buenos Aires, después, se encontró de pronto con el espectáculo de unos paisajes que ninguna de sus pares había visto ni imaginado hasta ese momento.
Redactada en la hostilidad de un contexto humano y natural desfavorable, la prosa sucinta y expresiva del “Diario de 1829 en Malvinas” –custodiado en el Archivo General de la Nación– transmite con plácida fidelidad documental las percepciones y los ideales de una mujer compenetrada con la pasión de la odisea de fundar un país libre desde un lugar tan complejo como feraz.
En 2012, la Biblioteca Nacional realizó el concurso de becas de investigación “María Sáez de Vernet” orientado a la indagación de la historia, la actualidad, las representaciones en la prensa, la literatura y el ensayo de de las Islas Malvinas en documentos oficiales, cartografía, fotografía y música.