Además de al presidente Barack Obama y los miembros de su gabinete, el resultado de las elecciones de noviembre de 2106 deja fuera de su trabajo habitual, a partir de enero de 2017, a la plana mayor de la diplomacia de Estados Unidos. Un caso singular es el de la embajadora en Japón Caroline Kennedy –la única sobreviviente de los hijos del presidente John F. Kennedy y su esposa Jacqueline Bouvier– quien, en sólo 3 años de gestión, dejó de ser considerada una celebrity insulsa para ser reconocida como una negociadora respetada en un país con una cultura tradicionalmente dominada por hombres.
A partir del 1 de diciembre de 2016, los embajadores estadounidenses ubicados en las capitales extranjeras más codiciadas recibieron una directiva inusualmente severa y específica: deben abandonar las sedes a las que fueron asignados sin excepciones antes del 20 de enero de 2017, cuando Donald J. Trump asuma la presidencia, aún cuando medien circunstancias personales (como permitir que sus hijos terminen el año escolar) que todas las administraciones pasadas contemplaban con indulgencia antes de despachar a los diplomáticos de vuelta a casa.
“Su mayor influencia –y acaso también uno de los más grandes obstáculos que debió sortear– era ser la hija del presidente John Fitzgerald Kennedy.
La purga, que alcanza como es obvio a la embajadora en Japón, rompe con todos los precedentes y, a estar de los trascendidos periodísticos, está enfocada en colocar a miembros del entorno empresario del presidente electo (como el abogado experto en bancarrotas y asesor directo de Trump, David Friedman, señalado para Tel Aviv) en posiciones que, se dice, serán menos estratégicas que presuntuosas.
Finaliza así un capítulo que casi con seguridad dejará huellas perennes en la historia de ambos estados.
En abril de 2013, el Washington Post y la CNN filtraron el dato: John Roos, el embajador radicado en Tokio desde 2009, sería reemplazado por la hija del presidente John F. Kennedy, una mujer que aunque se había mantenido en gran medida fuera de la esfera política, tenía un elevado perfil al pronunciarse en favor del candidato presidencial Barack Obama en 2008 y al renovar ese respaldo en la Convención Nacional Demócrata de 2012.
Caroline Kennedy es la primera mujer que ha oficiado de embajadora de EE.UU. en Japón y, como tal, impulsora avezada y vehemente de políticas que procuran un cambio cultural que ponga a las japonesas en condiciones favorables para su desarrollo personal, intelectual, laboral y social, a través de mensajes sutiles y tranquilos, no por ello menos contundentes.
Al momento de su nombramiento, escépticos y opositores al presidente Barack Obama plantearon cuestionamientos sobre su aptitud para el cargo.
Más allá de ser considerada una celebridad menor, esta abogada de 55 años no tenía experiencia diplomática formal al momento de mudarse hacia Tokio, sobre el finales de noviembre 2013, ni tampoco ostentaba ningún conocimiento especial acerca de este país oriental asaz complejo.
Su mayor influencia para asumir como embajadora –y acaso también uno de los más grandes obstáculos que debió sortear para erigirse como una personalidad descollante– provenía de quien es, no sólo una mujer con convicciones fuertes demostradas con holgura, sino además la hija del presidente John Fitzgerald Kennedy, una figura muy admirada por el pueblo y los líderes japoneses.
Los informes destacaban la falta de familiaridad de Caroline Kennedy con el desafío de “dirigir y administrar una institución de las dimensiones de la Misión de los Estados Unidos en Japón” y criticaban la falta de comunicación dentro de la embajada.
“Japón comprende que recibe a una enviada que tiene los oídos del presidente y eso, como todos sabemos, es vital en la conducción de la política exterior”, sentenció el Secretario de Estado John Kerry en una recepción que se llevó a cabo en la residencia del embajador japonés en EE.UU., Kenichirō Sasae, donde se la presentó formalmente antes de su partida hacia Tokio.
Ya en 2008, cuando Obama la había elegido para copresidir el Comité de Búsqueda Vicepresidencial que lo ayudó a escoger a quien lo acompañaría en la fórmula presidencial, el cineasta Michael Moore la bautizó “Pull a Cheney”, para equipararla con el republicano Dick Cheney, quien encabezó el mismo comité con George W. Bush en 2000 que luego lo designó para el cargo.
En el momento en que Hillary Clinton fue convocada para hacerse cargo de la Secretaría de Estado, Caroline expresó su deseo de postularse para ocupar el sillón de la hasta entonces senadora, con el apoyo de políticos de renombre entre los que aparecían el mismísimo alcalde republicano de New York Michael Bloomberg y el diario New York Post.
En el curso de la campaña presidencial, el entonces candidato Donald Trump –acaso por el hecho de ser mujer y como acostumbra con aquellos a quienes considera más “débiles”– se mofaba de la señora Kennedy respecto a su trato con el gobierno de Japón: “ella hará lo que ellos quieran, ¡cualquier cosa!, ¡cualquier cosa!”.
El paso del tiempo obvió aquellos prejuicios y le dio la razón a la decisión del presidente norteamericano de asignarle la embajada a Caroline con creces.
El compromiso de Caroline Kennedy con la Mujer
Kennedy es abogada, escritora y editora, y además, ha prestado servicios en numerosas organizaciones sin fines de lucro. En 1991 escribió, junto con Ellen Alderman, “En nuestra defensa: La Declaración de los Derechos en Acción”, un libro acerca de los orígenes de la Cuarta Enmienda de la Constitución de EE.UU. (que protege a los habitantes de investigaciones y arrestos arbitrarios o injustificados).
Entre 2002 y 2004 fue directora de la Oficina de Alianzas Estratégicas del Departamento de Educación de New York con un sueldo simbólico de U$S 1; a lo largo de su gestión, contribuyó para que la oficina recaudara más de U$S 65 millones destinados a las escuelas públicas de la ciudad; fue 2 veces vicepresidente de la junta de directores del Fondo para Escuelas Públicas de New York y en la actualidad es su Directora Honoraria.
Caroline Kennedy es asesora del Harvard Institute of Politics @ The Kennedy Scool y miembro activo de las asociaciones de abogados de New York y Washington DC. Junto a otros integrantes de la familia, ha creado el premio “Profile in Courage” que se otorga a aquellos funcionarios cuyas acciones demuestren un liderazgo políticamente valiente en el espíritu del libro homónimo escrito por John F. Kennedy.
Además, forma pare de los consejos de administración de la Comisión de Debates Presidenciales y del Fondo de Defensa Legal y Educativa de la NAACP (National Association for the Advancement of Colored People) la asociación multirracial estadounidense que procura promover la igualdad de derechos y erradicar los prejuicios de casta y de raza en EE.UU; es también presidente honoraria del American Ballet Theatre.
Durante su mandato, la diplomática ha sido vital para el manejo de las relaciones de EE.UU. con uno de los aliados más importantes de la Unión, al tiempo que se mostró inflexible en su posición de defensa de los derechos de las mujeres sometidas al dominio varonil por una tradición rígida.
“Nunca sabemos cuándo lograremos el mayor impacto con nuestras acciones: a menudo sucede cuando menos lo esperamos.
—Caroline Kennedy, embajadora de EE.UU. en Japón.
La naturaleza histórica de la presencia femenina en la Embajada Estadounidense en Tokio (que será reemplazada por quien designe Trump, casi con seguridad un hombre de negocios de Tennessee llamado William Hagerty) se evidencia en el pasillo principal donde las 3 filas ordenadas con los 30 retratos de los embajadores precedentes –todos hombres, desde el primer enviado, Townsend Harris, llegado a Japón en 1856– pierden su simetría con la fotografía de Caroline Kennedy.
Aquellos que trabajaron con ella en la sede diplomática aseguran que aprovechó muy bien el buen nombre asociado a su padre y al presidente saliente, con quien tiene un vínculo tan sólido como cercano, para construir formidables lazos con la administración gubernamental japonesa, la comunidad empresaria del país, y el grueso de la opinión pública.
A tal punto trascendió su desempeño en la embajada, que desde la Oficina de Asuntos Internacionales para Asia Oriental y el Pacífico del Departamento de Estado la califican de manera oficial como “una figura pública influyente, una estadista que se ganó la confianza, el respeto, el cariño y la atención” nunca antes conseguidos por una celebridad en un cargo diplomático.
Aunque sus asistentes aseguran que Caroline Kennedy –que alguna vez coqueteó con una candidatura para acceder al Senado de EE.UU.– no tiene planes concretos para lo inmediato y que regresará a New York a retomar su vida doméstica, todos sospechan que su interés por el pequeño gigante asiático se mantiene intacto, y que apuesta al mantenimiento de la poderosa alianza entre ambos países, a despecho de los comentarios insidiosos del presidente electo sobre las diferencias comerciales y los gastos militares de la administración Obama en la tierra del emperador Akihito.
Una embajadora en la tierra del Sol Naciente
Japón es un país con una ancestral cultura patriarcal en el que las mujeres casadas no pueden usar sus apellidos de solteras, les resulta imposible combinar obligaciones familiares con trabajo, pocas ocupan cargos relevantes con autoridad, y en general se las reserva para realizar tareas administrativas menores y servir el té, mientras los hombres se ocupan de crecer en jerarquía.
Si bien hoy hay más mujeres en puestos ejecutivos que hace 15 años, 70% de ellas son sutilmente obligadas a abandonar su trabajo al tener su primer hijo, y es muy difícil que puedan reintegrarse a la vida laboral después de la crianza, en especial porque los departamentos de recursos humanos rechazan a postulantes que no han ocupado un puesto fijo durante períodos mayores a 5 años.
“Japón es un país que envejece con rapidez al tiempo que disminuye la tasa de natalidad, no está muy abierto a la inmigración y la economía, si bien es muy dinámica, tiene un crecimiento estancado en la década de 1990.
Mientras tanto, Japón es un país que envejece con rapidez al tiempo que disminuye la tasa de natalidad, no está muy abierto a la inmigración y la economía, si bien es muy dinámica, tiene un crecimiento estancado en la década de 1990.
Todo urge a modificar las costumbres arcaicas y contrapuestas, para conciliar maternidad responsable con desarrollo laboral personal, pero muchos de aquellos que detentan el poder en los diversos estamentos se oponen.
“Creo que ser embajadora, y el hecho de que las mujeres ocupen cada vez más visibles posiciones de liderazgo, ayuda a cambiar actitudes en contrario”, señala Caroline –sin desprenderse de una sobria humildad característica– en una nota escrita en 2014, que tuvo un profundo efecto sobre la concejal Ayaka Shiomura, de la ciudad de Tokio.
Shiomura fue objeto de improperios sexistas y burlas discrimiatorias mientras hablaba frente a la asamblea durante una sesión ordinaria: a los gritos, un grupo de miembros la exhortó a “casarse lo más pronto posible, así renuncia a la banca” y puso a una supuesta incapacidad de la concejal para tener hijos como explicación al hecho de que, a los 35 años, aún permaneciese en su cargo en vez de estar consagrada a la maternidad.
“Nunca sabemos cuándo lograremos el mayor impacto con nuestras acciones: a menudo es cuando menos lo esperamos”, asevera Kennedy, una de cuyas causas favoritas es lograr de modo progresivo y pacífico la igualdad de las mujeres en cada sociedad, frente al caso de Shiomura.
Japón ha sido uno de los aliados más estrechos de Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, la embajadora Caroline Kennedy tuvo que vérselas con el primer ministro Shinzō Abe, un líder nacionalista conservador del Partido Liberal Demócrata, tradicionalmente alineado con los republicanos en Washington.
El compromiso y la estrategia
Entre bambalinas, Kennedy se las ingenió para asegurarse de que dos gobiernos opuestos en lo ideológico –el de Obama y el de Abe– lograran un máximo de conectividad, virtud que le es reconocida aún por los líderes del partido del elefante que eligió a Donald Trump como candidato a la presidencia.
Caroline Kennedy jugó un papel central en el área de la reconciliación histórica entre EE.UU. y Japón, e influyó de manera decisiva –el asesor adjunto de seguridad nacional Ben Rhodes la calificó de “implacable”– en el impulso y la organización de la trascendental visita del presidente Obama a Hiroshima en mayo de 2016.
Claro que la estadía en Japón no fue del todo apacible.
Caroline siempre expresó su preocupación por la caza de delfines, una tradición proveniente de los habitantes de un pueblo pesquero llamado Taiji: todos los años, los pescadores encierran con grandes redes y conducen a centenares de estos animales a una ensenada; seleccionan a algunos para venderlos a los parques marinos alrededor del mundo, liberan a los más pequeños al océano, y matan al resto para comercializar su carne.
Los grupos favorables a esta práctica la atacaron con ferocidad luego de la publicación de un artículo en el que se declaraba “profundamente preocupada por la inhumanidad de la caza de delfines”, y remarcaba que el gobierno estadounidense se opone aún a la pesca con cañas; en oposición, los japoneses pro-caza argumentaron que la matanza de delfines no está prohibida por ningún tratado internacional, que la especie no se encuentra en peligro de extinción, y que los pescadores los sacrifican para poder subsistir; tomaron a la posición de Kennedy como una afrenta a la cultura tradicional y tildaron al escrito de “anti-japonés”.
“Creo que la mayoría de la gente no sabe de esto, pero la señora Kennedy es una negociadora excepcionalmente dura.
—Fumio Kishida, ministro de Relaciones Exteriores de Japón
En 2015, la embajadora y el cónsul general de EE.UU. en Okinawa, Alfred Magleby, recibieron una serie de llamadas telefónicas amenazantes pocas semanas después de que Mark Lippert, embajador estadounidense en Corea del Sur, fuera atacado a cuchilladas en Seúl.
A lo largo de sus funciones como diplomática, sus pares japoneses la vieron como una mujer capaz de escuchar y comprender sus puntos de vista, pero a la vez como una luchadora tenaz en favor de los intereses estadounidenses: “Creo que la mayoría de la gente no sabe de esto, pero la señora Kennedy es una negociadora excepcionalmente dura. Cuando pude persuadirla, logré persuadir a Washington también. Por el contrario, cuando me dio una negativa firme, supe que era hora de que del lado japonés presentáramos una idea alternativa”, escribió en un mensaje oficial distribuido por correo electrónico el ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Fumio Kishida.
Entre sus últimos movimientos como embajadora en funciones, Caroline Kennedy presidió una ceremonia en la que Estados Unidos devolvió a Japón más de 40 mil kilómetros cuadrados de tierras de jurisdicción militar estadounidense en Okinawa, donde está asentada la mitad de las tropas que mantiene EE.UU. después de la victoria que puso fin a la Segunda Guerra Mundial.
Los activistas contrarios a la presencia norteamericana en su país, se manifiestan defraudados por la embajadora a quien vieron a su arribo “como la hija del símbolo de la democracia”, pero por fin concluyen desilusionados que “el símbolo era sólo un símbolo”.
La señora Kennedy dice que comprende el enojo: “Puede que no lo vean, pero creo que ciertamente tomamos medidas prácticas” que incluyen el regreso de otras tierras en Okinawa y el traslado de un hangar a otro emplazamiento para reducir el ruido ambiental. “Esperemos que la gente comprenda que en Estados Unidos estamos comprometido en hacer progresos significativos y disminuir nuestra presencia militar en Japón”.
Caroline es una integrante prominente de la celebérrima familia de personalidades destacadas, más de una vez atravesada por la tragedia, conocida como el Clan Kennedy.
Además de su padre JFK (presidente, asesinado en Dallas en noviembre de 1936) y su madre Jacqueline “Jackie” Kennedy Onassis (Primera Dama hasta la muerte de su esposo, casada en 1968 con el multimillonario griego Aristóteles Onassis y fallecida en 1994 víctima de un cáncer), sus familiares y allegados gozaron de amplia popularidad en su tiempo.
Caroline Kennedy tuvo 3 hermanos (una hermana mayor y 2 hermanos menores que ella), pero sólo pudo disfrutar a mayor de los varones:
- Anabella murió durante el parto un año antes de nacer Caroline, en 1956.
- John Fizgerald Jr. “John-John”, nacido en 1960, fue un afamado abogado, legislador, periodista, editor y celebridad de Manhattan que perdió la vida a los 38 años, luego de precipitarse el avión que piloteaba y en el que también viajaban su esposa Carolyn Bessett y la hija mayor de ella, Lauren, mientras volaban hacia Hyannis Port para asistir a la boda de su prima Rory en 1999.
- Patrick, el menor, muerto 2 días luego de nacer –3 meses antes del atentado contra su padre en 1963– por causa de un síndrome de dificultad respiratoria neonatal debido a su corta edad gestacional.
Aunque los escépticos argumentan que los Kennedy no se salen de las probabilidades de infortunio de las familias numerosas, el Clan ha sufrido desgracias y contratiempos resonantes:
- Joseph P. “Joe” Kennedy, candidato preferido del abuelo de Caroline para la presidencia de EE.UU., murió al explotar por accidente su avión en una prueba durante la Segunda Guerra Mundial en 1944.
- Robert F. “Bobby” Kennedy, senador, fue acribillado en Los Ángeles en 1968, inmediatamente después de los festejos por su victoria electoral en las primarias presidenciales del Partido Demócrata y murió 2 días más tarde; Joseph P. Kennedy II, el mayor de los hijos de Bobby, tuvo un accidente de tránsito con un Jeep que dejó paralítica a Pam Kelley, novia de David (el 4º de los hermanos) en 1973: David, perdería la vida por una sobredosis de cocaína y meperidina en un hotel de Palm Beach 11 años después; en 1997, su 6º hijo, Michael, se mató mientras esquiaba en Aspen; en 2012, Mary Richardson, quien estuvo casada con Robert Junior, el 3º de los 11 hijos de Bobby, entre 1994 y 2010, se ahorcó en los jardines de su casa en Mount Kisco.
- Edward Moore “Ted” Kennedy, senador, fallecido en 2009, salvó la vida de milagro en un accidente de aviación en 1964; 5 años más tarde, el automóvil en el que regresaba de una fiesta cayó de un puente en Chappaquiddick Island y su acompañante, la joven Mary Jo Kopechne, murió en circunstancias nunca esclarecidas por completo, en tanto Ted pudo escapar y nadar hasta la costa; en 1973, un cáncer óseo derivó en la amputación de la pierna derecha de su hijo Ted Junior; Kara, la hija mayor del senador, sufrió un ataque cardíaco fatal mientras se ejercitaba en un club de Washington DC.