El 6 de octubre de 1997, cuando se le preguntó a Michael Dell (director general de la entonces compañía tecnológica estrella Dell Computer) cómo podían solucionarse los problemas de la tambaleante Apple, su respuesta fue drástica: “¿Qué haría yo? La cerraría y les devolvería el dinero a los accionistas”. En aquel momento, Apple pasaba por serios dilemas financieros, comerciales y filosóficos, en tanto Dell parecía comerse el mundo con su imaginativo modelo de negocios.
Apple Computer había tenido una historia sinuosa y escarpada desde el comienzo como fabricante de computadoras personales; las ideas innovadoras incorporadas a los primeros modelos (Apple I: 1976; Apple II, 1977; Apple III: 1980), sustentadas por excelentes campañas publicitarias enfocadas en los consumidores individuales, no habían acompañado a las ventas en un mercado por demás de incipiente; sin embargo, el 12 de diciembre de 1980, la Oferta Pública Inicial (IPO) de acciones, Apple había ocasionado más acumulación de capital que cualquiera otra desde la de Ford Motor Company de 1956, y generado más millonarios instantáneos que ninguna compañía en la historia.
El júbilo duró poco. En agosto de 1981, luego de cerca de 1 año de desarrollo, IBM introdujo la PC, una computadora personal más que modesta, que se convirtió de inmediato en un suceso de proporciones; aunque durante los primeros 12 meses se vendieron menos de 100 mil unidades, a fines de 1982 se entregaban a escala global a razón de 1 PC por minuto; en el final del tercer año de vida, las ganancias de IBM superaban los U$S 4 mil millones, y las PC se llevaban el 56% de la tajada del mercado empresario.
Lejos de desanimarse, Apple presentó la primera computadora personal que contaba con una interfaz gráfica para el usuario (GUI) y un ratón (mouse), el modelo Macintosh (luego simplemente Mac) el 24 de enero de 1984.
“1984”El video que Ridley Scott realizó para presentar a la Apple MacintsoshCon relativa aceptación en el segmento educativo y entre los diseñadores, las Mac no pudieron competir de todas maneras contra su Gran Hermano (las PC de IBM) y la creciente masividad de los clones, que dominaron los 10 años posteriores.
Steve Jobs, fundador y alma máter de Apple, había reclutado como director ejecutivo (CEO) a quien era presidente de PepsiCo, John Sculley, el creador de la guerra contra Coca-Cola: el “desafío Pepsi”.
Según la leyenda urbana, Jobs convenció a Sculley con un argumento sencillo y demoledor: “¿Vas a pasar el resto de tu vida vendiendo agua azucarada, o te interesa una oportunidad para cambiar al mundo?”.
El camino al Infierno, dicen, está empedrado de buenas intenciones: un año después de la presentación de la Mac, luego de convencer al plenario de directores (no así al socio cofundador, Steve Wozniak, quien se había ido disgustado y dando un portazo) de que Apple iba por el camino equivocado, Sculley –y esto no es leyenda– echó a Jobs.
La reinvención de Apple
John Sculley tenía la visión –ampliamente difundida– de que una arquitectura abierta como la de las PC (que permitiera agregar, cambiar, o actualizar los componentes del software y del hardware) favorecería a la penetración de Apple en el mercado de las computadoras personales.
Durante su reinado, con la línea de producción dividida entre Apple II y Macintosh, se multiplicaron modelos, series y variantes hasta el infinito.
En 1987, Sculley era el ejecutivo mejor pago de Silicon Valley (con ingresos por U$S 2,2 millones, una fortuna para la época), mientras las ventas crecerían de U$S 800 millones en ese año, a U$S 8 mil millones en 1993, y se sucederían las adquisiciones de otras empresas tecnológicas.
Pero al fin, la aparición de Windows 3.0 en 1990 (evolución del DOS de Microsoft hacia una interfaz gráfica del usuario que acabaría por engullirse la parte del león de los sistemas operativos para computadoras personales compatibles con la PC) puso fuera de la competencia a Apple, que intentó reaccionar, sin éxito y agregándoles confusión a los usuarios, con la puesta en el mercado de las líneas Quadra, Centris y Performa, más costosas e indiferenciables que atractivas.
¿Qué haría yo (con Apple)? La cerraría y les devolvería el dinero a los accionistas.
—Michael Dell, CEO, Dell Computers.
Apple emprendió una alianza con la vieja competidora IBM y la proveedora de microprocesadores Motorola, para desarrollar un chip que rivalizara con el cuasi monopolio de Intel; el acuerdo daría nacimiento al procesador Power PC; en 1993 hubo un intento de abrir la producción hacia las PDA (asistentes digitales personales, precursoras de las tabletas modernas) con el fallido proyecto Newton, que costó más de U$S 100 millones en desarrollo.
La compañía retrocedía sin remedio: IBM hizo una oferta de compra, y se dice que Sun Microsystems (la gigante y otrora columna vertebral de Internet) estuvo “a horas” de adquirirla y había rumores de quue Sculley conversaba con Goldman-Sachs acerca de dividir a Apple en dos empresas separadas.
La salida nunca del todo clara de John Sculley en 1993, reemplazado por el alemán Michael Spindler y, más tarde, por Gil Amelio (quien renunció a la presidencia y dirección de National Semiconductors para hacerse cargo de Apple) no cambió demasiado el panorama sombrío de la empresa de la manzanita, donde la indefinición era el régimen.
Mientras Apple naufragaba, Steve Jobs aumentaba su espectro de iniciativas innovadoras: apenas despedido de su propia compañía, había iniciado NeXT (donde incubó la mayoría de las invenciones que revolucionarían las próximas 3 décadas), y al año siguiente se había agenciado, a un costo de U$S 10 millones, de The Graphics Groups (una empresa de animación perteneciente a Lucasfilm) para fundar a la multipremiada y celebérrima Pixar (con la que acabaría por convertirse en accionista mayoritario de The Walt Disney Company en 2006, al canjearla por U$S 7 mil 400 millones en tenencias).
En febrero de 1996, Apple anunció la sorpresiva compra de NeXT por U$S 427 millones; en julio de 1997, Jobs se convirtió en el director ejecutivo de facto, y dio inicio a un proceso de transformación y reestructuración que eliminó a una larga serie de proyectos malogrados que seguían en marcha, al tiempo que revirtió el proyecto de arquitectura abierta (que incluía licencias para la fabricación de clones de las Mac por terceros) para volverla cerrada por completo. ¿Alcanzarían la tenacidad y el espíritu pertinaz de Steve Jobs para reflotar una compañía que se debatía en su propia falta de rumbo?
Hace 2024 años, Michael Dell, la prensa especializada y la mayoría de los analistas y asesores financieros de Wall Street la daban por irremediablemente perdida; el eterno rival y fundador de Microsoft, Bill Gates, con los números y los estudios de mercado a la vista, no comprendía la obsesión de Jobs con su bamboleante criatura, cuando todo indicaba –en plena era de las “punto com”– que el presente y el futuro del mundo estaba en los bits (el software) y no en los átomos (el hardware).