Anita Ekberg

Anita Ekberg en “La Dolce Vita”

Kerstin Anita Marianne Ekberg, famosa como Anita Ekberg, fue una de las mujeres esenciales en la filmografía del director italiano Federico Fellini: será siempre recordada por su personaje Sylvia en el film de 1960 “La Dolce Vita”, coprotagonizado con Marcello Mastroiani y Anouk Aimée (la actriz de “Un hombre y una mujer” de Lelouch), y en especial por el cierre de la segunda secuencia nocturna de la película, cuando se baña en las aguas de la Fontana de Trevi.


Anita Ekberg: una toalla y después…
La sensual blonda sueca Anita Ekberg fue una de las mujeres que se convirtieron en musas del cineasta Federico Fellini.

Anita Ekberg nació en Malmö, Suecia, en 1931. Durante la adolescencia inició su carrera de modelo y en 1950 fue coronada Miss  Malmö, lo que le valió competir y ganar ese mismo año el título de Miss Suecia; al año siguiente, intervino en su calidad de soberana sueca en el concurso de Miss Universo –todavía no muy oficial– que se realizaba en EE.UU.

Pese a no ser ungida y ni siquiera alcanzar el podio, pudo conocer al conspicuo multimillonario Howard Hughes, a la sazón mandamás de RKO Pictures (uno de los 5 majors de la Época Dorada), quien se la llevó a Holllywood.

Hughes le propuso que se retocara los dientes, suavizara su nariz, cambiara el apellido –poco sonoro para la Meca del cine– y se casara con él, invitaciones para las que la blonda adolescente tuvo una única respuesta: no.

Los estudios Universal, competencia de RKO, la mandaron llamar de inmediato; allí le enseñaron a actuar, a bailar, a moverse y a hablar el inglés con fluidez; aprendió también esgrima y equitación: los caballos la fascinaron.

Con poco más de 20 años, Anita Ekberg hizo de todo menos estudiar, lo que le valió ser convocada sólo para papeles menores; frecuentó las páginas de las revistas del corazón –tuvo resonantes amoríos con artistas de la talla de Yul Brynner, Erroll Flynn, Tyrone Power, Frank Sinatra o Rod Taylor– y hasta incursionó en la novel y “escandalosa” Playboy; fue la estrella de numerosos eventos publicitarios, y consiguió pequeños bolos en la televisión estadounidense. A mediados de la década de 1950, la rubia exuberante era una verdadera chica pinup, aunque no del todo conocida.

Los directivos de la Paramount Pictures pusieron muy pronto sus ojos en ella: en 1955 la convocaron para trabajar junto con Jerry Lewis y Dean Martin, y en 1956 rodó la comedia “Loco por Anita” (“Hollywood on Burst”, por la que ganó un Golden Globe como Nueva Estrella del Año) y “La Guerra y la Paz” (“War and Peace”), con Mel Ferrer, Henry Fonda y Audrey Hepburn; llegaron a llamarla “la Marilyn de la Paramount”.

La estrella de Anita Ekberg empezaba a encumbrarse mientras la muchacha trivial daba paso a la mujer de curvas vehementes y sex-appeal arrollador.

Anita Ekberg: de pinup a chica Fellini

La verdadera fama y proyección internacional de Anita Ekberg arribó con Federico Fellini. El célebre maestro italiano optó por volverla su musa, acaso sin imaginar que crearía un ícono con el luego aclamado y premiado filme “La Dolce Vita”, escrito y dirigido por él mismo, y rodado mayormente en los estudios de Cinecittà y en el espacio público de Roma.

“No es un descubrimiento mío, ni de mis películas: la mujer es un espejo, el destinatario de nuestras proyecciones, una figura a través de la cual intentantamos comprendernos a nosotros mismos, el sentido de una relación, al otro. La Musa es mujer.

—Federico Fellini.

En la película, Fellini presenta a Marcello Rubini (Marcello Mastroiani) un periodista de eventos sociales que atraviesa dificultades sentimentales, quien casi por accidente convida a Sylvia (Anita Ekberg) una actriz recién llegada a Roma acompañada por su novio –con quien también tiene problemas de pareja– a escaparse por las calles de la ciudad.

El periplo nocturno culmina en el momento en que Sylvia encuentra un pequeño gato perdido; Marcello le pide que lo espere en su auto mientras va en busca de leche para el cachorro pero, lejos de obedecerle, la mujer se adentra distraída en los recovecos de la Via Veneto; una campana da las 3 de la madrugada en tanto, perdida por los callejones de Roma, Sylvia se topa de pronto con la Fontana de Trevi.

Cuando Marcello, vaso de leche en mano, la encuentra, ella se baña deliciosa –enfundada en su vestido negro escotado, la larga melena rubia que le cae por la espalda– en la popular fuente; al verlo, con una cadencia irresistible para cualquier hombre, Sylvia lo invita: “Marcello, come here!” (¡Marcelo, ven aquí!).

Algo indeciso, el muchacho se quita los zapatos y se zambulle en una escaramuza apasionada al fragor de las aguas; sin embargo, el amanecer los revela a la mirada indiscreta de un ciclista ocasional. Ya de vuelta en hotel, el novio de Sylvia los espera para descargar su ira de mancebo herido.

La escena de la Fontana de Trevi es citada con frecuencia como una de las más emblemáticas del cine –a la altura del juramento de intenciones de Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó” (1939), el mundo en las manos de Hynkel en “El Gran Dictador” (1940), la escena final del aeropuerto en “Casablanca” (1942), el apuñalamiento en la ducha de “Psicosis” (1960), o el monólogo de Travis frente al espejo en “Taxi Driver” (1976), por citar algunas clásicas– y se juzga a “La Dolce Vita” como el punto de inflexión en la transición del trabajo de Fellini desde el neorrealismo al simbolismo.

“La Dolce Vita” rompió todos los récords de taquilla; las colas para verla antes de que la censura la levantara eran multitudinarias, y los revendedores callejeros elevaban los precios hasta lo absurdo.

Luego de que L’Osservatore Romano calificara a la película como “de contenido obsceno”, varios países prohibieron su proyección pública, censura que en muchos casos se prolongaría por décadas.

Anita Ekberg en “La Dolce Vita”. Toma de la Fontana de Trevi.
Sylvia (Anita Ekberg) en la fuente: una de las tomas más calientes de la inolvidable composición de la Fontana de Trevi en “La Dolce Vita”, de Federico Fellini.
Anita Ekberg en la escena de la Fontana de TreviFragmento de “La Dolce Vita”, 1960.

El año del estreno, el film fue premiado con la Palma de Oro en el Festival de Cannes (en desmedro de “L’Avventura” de Michelangelo Antonioni) y fue nominado para el Oscar en los rubros Mejor Director, Mejor Guión Original, Mejor Dirección Artística y Mejor Diseño de Vestuario (el único por el que al final el diseñador Piero de Gerardi obtuvo un galardón).

Anita Ekberg recuerda

La rubia sueca Anita Ekberg en traje de baño.
La eterna musa de Fellini, la que dejó el fulgor de Hollywood por la tranquila belleza de Italia, la que todo lo tuvo y todo lo perdió.

A “La Dolce Vita” le siguieron “Apocalisse sul fiume giallo” (“Apocalipsis sobre el río amarillo”, dirigida por Renzo Merusi), “Boccaccio 70” (con Sophia Loren y Romy Schneider, otra vez bajo la batuta de Federico Fellini y Vittorio De Sica) y “4 for Texas” (con Frank Sinatra, Dean Martin, y la aún desconocida Ursula Andress, dirigida por Robert Aldrich).

Propuesta para convertirse en la primera chica Bond con el papel de Honey Ryder en “Dr. No” (1962), a último momento fue sustituida por la actriz suiza nacionalizada británica Ursula Andress –esposa del actor John Derek– papel que le valió el Golden Globe.

Durante el resto de la década de 1960, los estudios cinematográficos de un lado y otro del Atlántico –que nunca llegaron a considerarla una actriz seria– convocaron a Ekberg para filmes menores, mientras el tiempo iba consumiendo la belleza explosiva de la estrella.

Fellini volvería a llamarla más tarde para el rodaje de “I clowns” (1970), una suerte de documental autobiográfico para la RAI en el que Anita Ekberg hizo de sí misma; y más tarde regresaría con “Intervista” (1987), en la que el director visita a la actriz en su casa y, en compañía de Mastroiani, reviven escenas de “La Dolce Vita” 27 años después del estreno. La película, que fue en los hechos la cumbre de su carrera, dio paso a un largo declive de 11 lustros que no menguaría.

“No era un gran film. Existe por aquella escena loca. Y en aquella escena estábamos Marcello y yo. Más yo, en verdad, que él. Era bellísima. Lo sé”, contaría alguna vez en su lecho de enferma, casi octogenaria e impedida de caminar, a Il Corriere della Sera allá por septiembre de 2011.

“[Fellini fue] un genio absoluto. Yo no comprendo cuál fue el motivo real que lo impulsó a escogerme como protagonista de ‘La Dolce Vita’. Es cierto, me habían elegido Miss Suecia y eso habría sido suficiente para muchos otros directores, pero no para él. Él leía en el corazón de los actores y los dirigía como si fuesen mariposas.”

Anita Ekberg en los años de la vejez.
Después de “La Dolce Vita”, la estrella fue apagándose con lentitud, pero sin recuperar ni por un instante el brillo de aquella Sylvia del “Marcello, come here!”.

En 1999, el director belga Yvan Le Moine eligió a Anita para interpretar a una caricatura de la bomba sexy de antaño en su obra debut “El enano rojo”: la condesa Paola Bedoni es una cantante de ópera jubilada, muy venida a menos, con sobrepeso, que se vuelve amante de un empleado judicial enano (Jean-Yves Thual); a los 68 años, la actriz aceptó el reto con ironía, sólo porque su archirrival Gina Lollobrigida –se decía en ese entonces– ambicionaba el papel: “ella sí que tiene el physique du rôle para esto”, dijo con sorna, “pero yo soy mejor que ese ‘árbol de navidad’”.

Anita Ekberg nunca volvió a vivir en Suecia después de 1950. Pasó los años de la madurez en Italia, donde vivió más de 4 décadas, en su casa de Roma y luego en Genzano hasta que, en julio de 2011, sufrió una fractura que la obligó a internarse durante 3 meses en el Hospital de Rimini, ocasión en la que fue despojada de todos los muebles y joyas que atesoraba por ladrones; luego de robar, los malhechores incendiaron la vivienda que quedó inhabitable.

Declarada indigente, sin familia que la cuidase, recibió un magro pero bondadoso auxilio de la Fundación Fellini (creada por Maddalena Fellini, hermana de Federico) a instancias de su contador Massimo Morais, y se hospedó en un asilo extramuros de la Città Eterna hasta su muerte a los 83 años, acontecida el 11 de enero de 2015 en el hospital de Castelli Romani. Sus cenizas fueron trasladadas, como había sido su voluntad, al cementerio de Skanör en Suecia.

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