Hasta hace poco, “retro” era todo aquello derivado o imitación del pasado más o menos reciente –digamos, entre 20, 30 años ó 50 años– término derivado del apócope del francés rétrospectif, rétro; hoy, retro ha pasado de moda (es una lástima que no podamos decir que es retro) y la palabra que se impone para definir al revival ocasional de lo pasado –sea indumentaria, automóviles, accesorios de vestir, música, en fin: estilo de vida– es vintage, un vocablo que, aunque lo parezca, no es francés ni debería pronunciarse “vintash”, como sucede entre el mundo hispanoparlante.
Vintage designa, desde tiempo atrás y en estos días, al estilo que comprende a una diversidad de objetos y apariencias de objetos que comprenden a libros, fotografías, prendas y accesorios de vestir, calzado, autos, instrumentos musicales, videojuegos, electrodomésticos, muebles y cosas en general nuevas, pero que tienen un aspecto que emula a lo que aún no se ha vuelto viejo, aunque sí ya está en una edad madura.
De alguna manera, la tendencia vintage implica una cierta preferencia estética que se inclina hacia la nostalgia, desencantada con el presente y con el futuro, identificados como lo moderno, para recuperar el encanto de lo que el tiempo todavía no se llevó.
Lo vintage supone recurrir al pasado para extraer la apariencia de las cosas, en general sin ningún vínculo con su razón de ser ni con sus funciones originales; la estética vintage es, en esencia, buena parte de eso que allá por el siglo 20 fuera definido como kitsch.
Lo kitsch –explicaban teóricos como Theodor Adorno– es una imitación estilística de formas de un pasado histórico prestigioso, o de formas y productos de la alta cultura moderna, ya socialmente aceptados y estéticamente consumidos. La fascinación popularizada por esas formas ligeramente añejadas es lo que ahora nombramos vintage se le parece bastante.
“Para los exigentes del movimiento, vintage es sólo lo que auténticamente proviene de un pasado que para su gusto es esplendoroso, mientras que las imitaciones, las reediciones, las sagas, son simplemente retro.
Afirman sus cultores que lo vintage es ecológico y amigable con el medio ambiente porque favorece al reciclado de productos que de otro modo serían descartados e irían a contaminar al maltratado planeta Tierra. Cruzadas aparte, la moda vintage se ha consolidado como una tendencia que impregna las pasarelas de la moda global y ha disparado exposiciones y ferias en todo el mundo.
No todo lo que parece puede ser vintage: para los exigentes del movimiento, vintage es sólo lo que auténticamente proviene de un pasado que para su gusto es esplendoroso, mientras que las imitaciones, las reediciones, las sagas, son simplemente retro, lo que equivale poco menos que a un insulto.
Vintage Life es una revista británica de moda y estilo de vida –de algún modo ícono impreso de la cultura vintage– fundada en 2010 por la emprendedora Rachel Egglestone-Evans que salió a la calle en abril de ese año. Vintage Life abarca a una amplia variedad de temas que van desde la forma vintage de vestir, a tutoriales de peinados, cuidados del cabello y maquillaje, recetas de cocina, críticas de todo tipo, lugares y personas fashion.
Qué tan vintage es lo vintage
Vintage, dicen algunos etimólogos, es un término que fue acuñado allá por el siglo 15 en el Reino Unido para referirse al proceso de cosechar uvas para elaborar vino en un año determinado, primero, para cambiar a adjetivar a los vinos tempranos, después, lo que en general para los francese se designa como millésime. Vintage sí fue tomado del francés antiguo vendenge, que a su vez proviene del vindemia (vendimia), composición latina de vinum (vino) y demere (sacar de).
Tal parece que, como algunos de los vinos –no todos– denominados vintage son considerados de alta calidad (muchas bodegas anuncian a los que consideran y venden como sus mejores productos con su marca acompañada de la denominación vintage, así como antes usaban DOC –Denominación de Origen Controlada– o reserva, o roble) la palabra se trasladó a las cosas que, “como los buenos vinos”, mejoran con el tiempo, lo que en ambos casos constituye una inexactitud causal, fáctica y semántica.
El auge del estilo vintage ha resucitado a las casas de antigüedades, a los viejos cambalaches y chacaritas, y a una multitud de vendedores callejeros de ferias de pulgas que salen a la caza de sillas, sifones, vajilla, mobiliario, lámparas, heladeras, estufas, que compran por monedas para alzar su precio a niveles insospechados.
El furor que demuestra la demanda permite que objetos sin ningún valor, pasado ni presente, coticen como verdaderas piezas de arte: cualquier cosa antigua o con aspecto de tal, lejos de ser una reliquia o legado de un diseñador reconocido, puede calificar como vintage para el comprador inadvertido o neófito.
Los pilares declarados de la onda vintage son la calidad (ya se trate de productos artesanales o elaborado con materias primas de primer nivel), la exclusividad (fueron o son fabricados en pequeñas cantidades), la historia (el paso del tiempo) y el estilo (asociado siempre al gusto refinado); la tendencia vintage es en extremo sólida, al punto que muchas personas adquieren objetos sin una finalidad práctica, sino sólo para coleccionarlos.
Cuando adquiere un tinte fundamentalista (aunque cada vez menos y por imposibilidad material) la cultura vintage se nutre exclusivamente de objetos recuperados originales de segunda o tercera mano, y los acompaña con un contexto elaborado al efecto (por ejemplo, una prenda de la década de 1960 requiere el maquillaje y el peinado usuales en aquellos años).
Para los exégetas –que sólo consideran vintage a la pieza auténtica, en tanto todo lo demás es retro– una consola de videojuegos Atari fabricada durante el siglo pasado es vintage, pero las Atari de Infogames hechas luego de 2003, no; el Mighty Mini Cooper S de 1965 es claramente vintage, aunque jamás pueda admitirse a la versión 1.6 Salt de nuestros días –una imitación aggiornada– como tal.
Cómo se dice vintage
Entre los españoles –aunque no está aceptado por la RAE que sí nos horroriza con neologismos espantosos como beibi, beis (para beige), escáner, güisqui, pedigrí, pudín, tique, yaz (para jazz), yoquey, pádel (para paddle) o cederrón (para CD-ROM)– se ha divulgado vintaje, locución que para nosotros resulta inaceptable; acostumbrados por la “gente como uno” capitalina o el porteño estereotípico, tan afectos a lo Europeo, tendemos a decir “víntash”, que es una suerte de mezcla irreconciliable de fonética entre afrancesada y británica.
Como ocurre con muchos vocablos que se trasladan si revisar de otros idiomas, el común de los hispanoparlantes pronuncia vintage de manera equivocada: sucede con control (que no es “cóntrol”, sino “contról”, si vale la grafía), cartel (extrañamente castellanizada por los medios como “cártel”, cuando tanto en alemán –de donde proviene– como en inglés se dice “cartél”) o break (por lo común vocalizada “brek”, en realidad “breik”), por dar unos pocos ejemplos.
“En ciclos recurrentes, en contextos que cambian, pero con una constancia irrefrenable, las añoranzas por tiempos que se piensan mejores vuelven y se imponen.
La fonética en inglés de la palabra que da nombre a esta nota no es la habitual y difundida /’vɪntăʃ/ (“víntash”) sino /’vɪntɪdʒ/ (“víntich”) y no estaría mal que la adoptemos y la apliquemos a otras palabras de nuestro cocoliche cotidiano, bastante usuales y del mismo origen, terminadas en -age, como backstage (/ˈbækˈsteɪdʒ/ ), passage (/ˈpæsɪdʒ/ ), village (/ˈvɪlɪdʒ/ ), cottage (/ˈkɑtɪdʒ/), advantage (/ædˈvæntɪdʒ/), image (/ˈɪmɪdʒ/ ).
Después de todo, aunque el lenguaje sea una construcción dinámica colectiva, como quieren los lingüistas, nunca está de más atenerse a unas normas más o menos claras, a unas leyes estables que podamos aceptar y compartir entre todos para poder expresarnos y entendernos mejor.
Ya que no encontramos una palabra castellana para traducir de manera llana a vintage, al menos tratemos de pronunciarla como corresponde a su origen.
Íconos vintage
El paradigma vintage aceptado universalmente es la –en verdad bastante vintage– vedette, pin-up, modelo y actriz Dita Von Teese, ex esposa del músico Marilyn Manson (con quien se casó en 2005, boda oficiada por el escritor chileno también vintage Alejandro Jodorowsky), quien se viste con ropa de diseño usada y se acicala en consonancia, y hasta tiene un trago vintage que lleva su apellido, hecho con jugo de manzanas, limón, jarabe de violetas y Cointreau.
La afamada cantante estadounidense Katy Perry (varias veces mencionada por la revista Forbes en la lista Top-Earning Women In Music, “mujeres que más ganaron en la música”), la controvertida modelo británica Kate Moss, o la RR.PP. de la moda –además de modelo, blogger, empresaria y, en fin, celebrity– Olivia Palermo, son referentes obligadas de estilo vintage.
Pero los íconos, las caras que reciben la adoración de los cultores del estilo, son en su mayoría estrellas que brillaron durante la década de 1960, como Marilyn Monroe (la must), Grace Kelly, Brigitte Bardot, Jane Birkin, Audrey Hepburn, Janis Joplin, Jean Seberg, Elizabeth Taylor, Twiggy, Edie Sedgwick, Caherine Deneuve o Jackeline Kennedy, mujeres imitadas en masa que se volvieron musas inspiradoras de la moda, mitos de las pantallas que continuaron el glamour y el buen gusto en el mundo real.
La legendaria revista Elle exalta a la cultura vintage en un extenso artículo de marzo de 2016 titulado “Los íconos vintage de estilo que extrañamos” (donde reserva un lugar especial para el cantante David Bowie) que encabeza con un párrafo contundente:
“Si en más de una ocasión has deseado poder elegir una época distinta para vivir, una era en la que la música, la belleza, la cultura, las tendencias, pero sobretodo lo moda se encontraran en una etapa distinta, no estás sola. Por eso es que decidimos reunir a algunos de nuestros fashion icons favoritos de todos los tiempos para brindarte una máxima dosis de inspiración para los meses siguientes. Quién sabe, tal vez incluso termines siendo la nueva Elizabeth Taylor.”
Los fetiches vintage, un poco más modestos, de los productos de consumo de la Argentina son numerosos: los discos de vinilo de la RCA, los tocadiscos Wincofón y Ranser, los caramelos Mu Mu, las camisas Lavilisto, los televisores Grundig y Zenith, las radios Tonomac, las motos Siambretta y Vespa, las zapatillas Flecha, los botines deportivos Sacachispas, las viñetas de los chicles Bazooka, las botellitas de vidrio de Coca-Cola, la revista Rico Tipo, los automóviles Citröen 2 y 3 CV, Fiat 600 y 1100, Torino, Chevy, Dodge Polara, Renault Gordini y 4L, DKW, las heladeras Siam, las radios Spica, las máquinas de escribir Olivetti Lettera, son apenas algunas muestras de la estética local codiciadas por los entusiastas.
En ciclos recurrentes, en contextos que cambian, pero con una constancia irrefrenable, las añoranzas por tiempos que se piensan mejores vuelven y se imponen cada vez que decaen las preferencias por la modernidad y se diluyen las esperanzas en el progreso. No es nuevo: si se salvan las diferencias, el hace más de 5 siglos el Renacimiento ya reivindicaba las virtudes de la cultura clásica y proponía un retorno a los valores grecolatinos como reacción a los rígidos dogmas medievales; claro que el impulso renacentista también se caracterizaba por una fe hasta entonces inusitada en el Hombre, casi tan poderosa como la que había depositado en Dios.