Cada vez que se acerca diciembre, comienzan a proliferar las tarjetas de salutación para las fiestas del final del año, una costumbre –casi una compulsión– que azuza a la creatividad de los redactores profesionales, aficionados y entusiastas, extenuada al cabo de once meses de trajín: editores y agencias aguzan los lápices para ponerle el moño al año con tarjetas navideñas deslumbrantes.
El advenimiento de la era digital parece haber modificado por completo las formas y los contenidos de las clásicas tarjetas navideñas; adaptadas a las nuevas tendencias de la comunicación interpersonal, se han puesto más provocadoras e informales.
¿Qué pasó con los sencillos saludos de fin de año? ¿Cuándo fue que las proverbiales tarjetas de felicitación –en general, no tan sólo las tarjetas navideñas, sino también las postales y las invitaciones– se volvieron más traviesas que adorables? ¿Los bits han desalojado a la sempiterna tinta?
En los últimos años ha surgido una nueva y espontánea generación de tarjetas de salutación multipropósito que se asemeja mucho más a las maneras en las que la gente se relaciona a diario en este tiempo de celulares y computadoras, que al protocolo ceremonial de antaño.
Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram, y el uso copioso de emoticones y emojis en la composición de los mensajes, parecen ser los causantes de esta evolución de lo formal hacia lo coloquial, pero también desde lo verbal/oral hacia lo textual/icónico.
También están las propuestas heterodoxas como “La tapa del día en que naciste” de la versión en línea del diario Clarín, una suerte de tarjeta de salutación que uno puede regalarse a sí mismo a modo de recuerdo o souvenir.
¿El fin del cara a cara?
Cada vez más, las personas dialogan y se saludan mediante mensajes escritos o grabados (SMS, WA, posts, tweets, audio, videotelefonía); entretanto, la tendencia descarta las formas habladas y, más todavía, el encuentro personal.
Las compañías prestadoras de servicios de telefonía móvil fueron las primeras en explotar la propensión de los más jóvenes a intercambiar mensajes de texto cortos en lugar de realizar llamadas de voz. Lo curioso es que, en términos de recursos, se necesita muchísimo más para transportar conversaciones orales que SMS.
Si bien el recordatorio de cumpleaños de Facebook refresca con puntualidad la memoria en las fechas que corresponde, el común de la gente opta por dejar mensajes más o menos escuetos y despreocupados en el muro del “agasajado”, o un SMS de cortesía, antes que llamarlo o concertar un encuentro “en vivo”.
Las tarjetas navideñas de cartulina –tecnología, responsabilidad social empresaria (RSE ) y economía mediante– son suplantadas a un ritmo furioso por tarjetas navideñas digitales enviadas por email o a través de cualquiera de las plataformas que proporcionan Internet y la conectividad móvil.
La movida digital no es menor: a los beneficios en ahorro de papel, impresión, transporte y distribución respecto a las tarjetas navideñas de tiempos pasados, se agregan otras cualidades (como la interactividad, la animación, el sonido, la personalización y adaptación a cada individuo, la inmediatez) antes imposibles; en desmedro de esto, la piratería informática conspira contra los derechos de los autores.
Las nuevas tarjetas navideñas
Al calor de las pantallas de los teléfonos inteligentes (smartphones), se ha gestado un estilo comunicacional irreverente y jocoso, a veces ocurrente, muy propio de la cultura de los jóvenes de la Generación Y (los millenials), que los editores de tarjetas navideñas comerciales aprovechan para modernizar y desarrollar su negocio.
En el momento de gestar un modelo de tarjeta navideña, los creativos editoriales y publicitarios cuentan desde principios de siglo con la ayuda inestimable de Google para buscar inspiración en los millones de saludos engendrados, reproducidos, copiados y pegados hasta el empacho en otros tantos sitios, y difundidos a través de las páginas individuales de las redes sociales.
En este contexto, la idea misma de elaborar una tarjeta navideña se ha subvertido a partir de la irrupción de las inesperadas, cuando no insólitas, modalidades de comunicación devenidas del lenguaje despreocupado de los nuevos medios, que aborrece las normas, usos y costumbres, y prefiere la economía de esfuerzos.
La comunicación interpersonal de estos días favorece más el ingenio y la diversión que la profundidad y solemnidad de los mensajes. Las tarjetas de salutación se vuelven una oportunidad de hacer sonreír sin ninguna otra razón que la de causar empatía en el otro, expresar lo inexpresable y desafiar los estándares.
Esta posible liviandad no es una constante: cuando una persona cercana necesita, sea la causa que sea, de la proximidad de sus afectos, los seres queridos quieren enviarle algo más que un mensaje de texto, un correo electrónico o una publicación en Facebook. Quieren ser capaces de llegar.
Más allá de las tarjetas navideñas
Un área de crecimiento para quienes producen mensajes de salutación son las celebraciones, ahora novedosas, como las de los padres de hijos fruto de la fertilización asistida, las parejas del mismo sexo o las transiciones de género.
Se requiere barajar y dar de nuevo, porque no hay tarjetas ni frases apropiadas en reserva, y para eso la industria deber rediseñarse y redefinir el lenguaje, como se hizo, por ejemplo, con situaciones consideradas penosas y que revirtieron en júbilo, tal el caso de los divorcios, que ya cuentan con su propia fiesta.
El ingenio no da tregua, y los elementos de salutación se extienden desde las tarjetas convencionales a objetos insólitos: pañuelos, servilletas, vajilla, mates, botas de vino, y un sinfín de artículos de lo más variados.
Los productos físicos son, aún hoy, una manera extraordinaria de preservar sentimientos muy humanos que, de otro modo, podrían perderse en la noche de los píxeles. Nadie tiene una caja de zapatos llena de tweets o de mensajes de texto. La gente todavía mantiene y atesora estas cosas. Todavía quiere decir algo con algo tangible.