En el pasado –y aún en el presente– las compañías tabacaleras han afrontado juicios millonarios por su responsabilidad en las consecuencias que provoca el hábito de fumar, tanto sobre fumadores activos como pasivos; pero, ¿qué sucede con la Responsabilidad Social Empresaria (RSE) de las desarrolladoras de tecnología de punta y los malos hábitos de los usuarios? ¿Hasta dónde llega la RSE tecnológica, por ejemplo, en los innumerables casos de accidentes de tránsito provocados por el uso de los teléfonos celulares cuando es peligroso y no corresponde?
La lucha de las organizaciones no gubernamentales (ONG) y de los organismos estatales de todos los niveles para conseguir un uso responsable de la telefonía móvil en la circulación a través de normas y campañas de concienciación parece surtir cada vez menos efecto sobre las costumbres negativas de los usuarios.
“La realidad muestra sobrados ejemplos de conductores, en especial profesionales que, no sólo mantienen conversaciones, sino también envían y reciben mensajes de voz (“audios”) y leen y escriben textos durante el manejo.
A pesar de que una maraña de regulaciones prohíbe expresamente siquiera el empleo de un teléfono para hablar mientras se conduce un vehículo, la realidad muestra sobrados ejemplos de conductores, en especial profesionales que, no sólo mantienen conversaciones, sino también envían y reciben mensajes de voz (“audios”) y leen y escriben textos durante el manejo.
Cualquiera puede verificar en la vida cotidiana (si los cristales polarizados se lo permiten) que un sinnúmero de conductores encara las maniobras más peligrosas (cruce de esquinas, adelantamiento a otro vehículo) con un teléfono en la mano –lo que ya de por sí es riesgoso– inmerso en lo que parece una sesuda charla con alguien muy importante, distraído de lo que ocurre con el tránsito o, peor todavía, puesto a redactar una simpática misiva plena de emojis, “jajajas” e imágenes diversas, navegar Facebook y escribir tuits ingeniosos, como si el rodado se manejase solo.
Las conductas desaprensivas, está claro, no se limitan a los conductores: basta con observar a la multitud de peatones que se mueven absortos por el espacio público concentrados en su celular, en tanto arriesgan su seguridad y la de los demás sin tener la más mínima noción de los peligros latentes; o los usuarios de los servicios de transporte que, contra toda restricción obligatoria –piénsese en los aviones– utilizan dispositivos móviles cuando está expresamente prohibido.
Aunque no hay todavía en la Argentina una estadística de la cantidad de accidentes originados de manera directa e indirecta por el uso y abuso de los teléfonos celulares mientras se maneja un vehículo, o simplemente se transitan las calles sin atender a lo que sucede en el entorno inmediato, la sensación generalizada indica que estamos ante un problema por demás de grave.
RSE tecnológica versus usuarios imprudentes
Existe evidencia de la preocupación de las grandes empresas creadoras y distribuidoras de los productos tecnológicos en boga por el empleo irresponsable que hacen los usuarios y por las consecuencias catastróficas que pueden causar, acompañada de la certeza de que las leyes y la educación pública son ineficaces para corregir las conductas desviadas; sin embargo en los hechos no parecen demasiado propensas a advertir a sus clientes sobre su uso ilegal, riesgoso y a veces fatal.
“El uso del celular desencadena la liberación de dopamina, que hace más difícil resistirse al deseo de revisar la pantalla mientras se maneja, por lo que no puede esperarse que los conductores sean sus propios policías.
La “telco” Verizon (que ofrece telefonía fija y móvil, tv digital y servicios de Internet de banda ancha a escala global) destina una parte de su presupuesto al desarrollo y promoción de aplicaciones para teléfonos celulares (apps) capaces de detectar si los dispositivos son usados por un conductor e impedirle realizar maniobras peligrosas como hablar o enviar y recibir mensajes; la app de mensajería instantánea de la compañía, por ejemplo, remite una respuesta automática a cualquier tipo de comunicación entrante en la que especifica que el usuario está manejando.
Como contrapartida, Verizon declara que hay zonas grises más difíciles de controlar, como las funciones de localización y visualización de mapas (típicas de los dispositivos de GPS luego incorporadas como apps a los celulares) que eventualmente pueden distraer a quien maneja y a la vez le son imprescindibles en grado sumo para el manejo habitual.
AT&T, rival de Verizon en EE.UU., fomenta entre sus clientes el uso de una app gratuita (Drivemode) que puede bloquear los mensajes entrantes: “Cuando llega un mensaje de texto, es imposible no contestar”, dice el eslogan del spot promocional.
Por supuesto, los servicios de prevención deben ser activados por el usuario, pueden ser anulados a voluntad, y he ahí la razón por la cual este tipo de soluciones no funciona: las personas se sienten tan atraídas por sus dispositivos que entran en juego factores menos controlables como de la adicción.
El uso del celular –asegura un estudio encargado por AT&T– desencadena la liberación de un neuroquímico llamado dopamina, que hace más difícil resistirse al deseo de revisar la pantalla mientras se maneja, por lo que no puede esperarse que los conductores sean sus propios policías.
¿El bloqueo automático es la solución?
Si la tecnología nos puso en esta situación, es de la mano de la tecnología la forma en que debemos salir de ella. Hoy en día existen todos los recursos materiales e intelectuales para implementar en lo inmediato sistemas de bloqueo selectivo de funciones de acuerdo con las actividades que desarrolla el usuario individual de un dispositivo en cada momento. ¿Por qué no se aplican?
“Hay una contradicción ardua de salvar en la idea misma del servicio de telefonía móvil, que es permitir que la gente se comunique sobre la marcha mientras se desplaza. Nadie quiere incumplir lo que promete.
En primera instancia, hay una contradicción ardua de salvar en la idea misma del servicio de telefonía móvil, que es permitir que la gente se comunique sobre la marcha mientras se desplaza. Nadie quiere incumplir lo que promete.
Algunas empresas argumentan que la tecnología de bloqueo es todavía embrionaria, y que desconectar a quien maneja podría también bloquear al teléfono del acompañante, o a los de los pasajeros de un ómnibus, un tren u otro vehículo. Se enfocan entonces en dar un doble mensaje: advertir y permitir, que pone de relieve una trama de factores económicos, sociales y técnicos complejos en la resolución del problema.
Es que la pregunta del millón es: aunque la tecnología funcione a la perfección, ¿los usuarios estarán dispuestos a aceptar el bloqueo automático de servicios por los que además pagan y de los cuales se han vuelto adictos?
Ni los fabricantes de equipos, ni las compañías de telefonía móvil quieren arriesgarse a sufrir las consecuencias temibles de lo que en la jerga de la industria se conoce como “chum”, es decir, la pérdida de un cliente que salta hacia la competencia (lo que de suyo implica que nunca volverá). Nadie quiere ser el primero en innovar si el riesgo de hacerlo es ése.
Samsung, Motorola, LG o Apple encararon el tema en los primeros modelos de celulares que lanzaron al mercado, como una más de las prevenciones a tener en cuenta, junto con el efecto estroboscópico o las radiaciones electromagnéticas de microondas, por citar las vinculadas con la seguridad de los usuarios, aunque ninguna ha hecho énfasis en la materia.
De todas maneras, y vista desde la perspectiva de la RSE tecnológica, la cuestión es más inquietante: si las compañías ya tenían desarrolladas las soluciones desde hace al menos una década, ¿no podrían haber evitado las consecuencias desastrosas que sobrevinieron en todos esos años y erradicado el problema de raíz antes de que se tornara casi irresoluble?
Tal vez sí, tal vez no. De lo que no caben dudas es de que la RSE tecnológica no siempre está todo lo atenta que debería frente al progreso, algo que las empresas, los gobiernos y las sociedades tienen el deber de revertir.
El lema de la campaña pública de AT&T para alentar a los conductores a no distraerse del manejo del vehículo es “Puede esperar”–en relación directa con las llamadas y los mensajes de texto– sobre la base de que las leyes, la educación del consumidor y la tecnología (RSE mediante) son las bases fundamentales para un tránsito más seguro.
Los fabricantes de equipos y las telefónicas son grandes “influencers” culturales, capaces de imponer la moda de elegir a la seguridad por sobre el deseo irreprimible de responder a un mensaje entrante; ese enorme poder debe venir acompañado de la responsabilidad de trabajar para que lo que no pueden las leyes ocurra en los hechos de la vida diaria.
La RSE tecnológica tiene la obligación de asumir su papel como generadora de conductas proactivas en los usuarios de los productos, ya sea en lo que refiere al cuidado del Planeta, el ahorro de recursos, la calidad de vida o el crecimiento social, y así también en la gestación de personas menos vulnerables a los hábitos nocivos.