Desde el inicio de las civilizaciones, la humanidad ha acumulado de manera progresiva, y con una aceleración creciente que quizás se disparó con más ímpetu a partir de las ideas de Darwin, una enorme cantidad de saber sobre la Tierra, el único planeta conocido que puede albergar vida en su superficie. La era oscura que significó el medioevo europeo fue apenas una tregua en el registro constante del aprendizaje humano.
Toda la vasta experiencia acerca del pasado cercano y distante del Planeta, del clima y sus variaciones, de los patrones de migración de aves y peces, de los ciclos de polinización de las plantas, del equilibrio de los ecosistemas, de la intrincada trama de la biodiversidad, se vuelve sin embargo –y sin que podamos hacer nada en contrario– una sabiduría cada vez más obsoleta.
La civilización parece entrar en la era oscura una vez más en lo que respecta a la comprensión práctica del entorno natural en la escala local y global.
A medida que pasan las décadas, el conocimiento sobre el pasado de la Tierra se torna paulatinamente menos eficaz de lo que solía ser cuando lo contábamos como una guía para enfrentar al futuro.
Es posible que muy pronto esa masa de información acabe por volverse insignificante. Y esto ocurre a una velocidad más estremecedora que la que caracteriza a los avances científicos y tecnológicos.
En informes recientes, los investigadores de las más diversas disciplinas advierten que el calentamiento global provocado por el hombre ya ha alterado a los patrones de los fenómenos meteorológicos extremos, con las implicancias consecuentes –más penetrantes y más permanentes– sobre las condiciones meteorológicas más moderadas.
Presenciamos los primeros efectos perceptibles –para nada agradables– del aumento de la temperatura media de la Tierra, algo de lo que muchos afirman somos responsables en mayor medida los seres humanos y que nos preocupa en tanto atañe a la Responsabilidad Social Empresaria (RSE) como conducta rectora.
De lo probable a lo posible y de lo posible a lo real
El registro de las observaciones de los acontecimientos naturales a lo largo de la historia ha sido fundamental para el progreso de la mayoría de las sociedades de todas las latitudes desde sus manifestaciones más incipientes.
Los cazadores primitivos y los primeros agricultores –casi seguramente mujeres– tomaron en consideración los vaivenes cíclicos de la naturaleza; cada nueva generación recibía esa sapiencia adquirida por sus ancestros para agregarle los saberes prácticos propios de los tiempos en que vivían.
Con la aparición de la ciencia temprana, aquel proceso de aprendizaje se desarrolló y se aceleró a través de los métodos de observación y el perfeccionamiento de las técnicas: los procedimientos científicos nos permitieron anticipar el futuro con una consistencia inimaginable para nuestros antepasados lejanos y no tan lejanos.
Los investigadores fueron capaces de descubrir y comprender los patrones de los fenómenos naturales y usarlos para pronosticar con exactitud creciente su ocurrencia y su carencia, y así poder enfrentar mejor los períodos de escasez y superabundancia.
En la medida en que dominaron las técnicas y pudieron manejar grandes cantidades de información, fueron capaces de identificar la productividad de terrenos cultivables desde el espacio, comprender el equilibrio de la dinámica de la cadena alimentaria de las especies, consignar la frecuencia de los incendios forestales, adelantar sequías e inundaciones, prever la producción agrícola y anunciar catástrofes meteorológicas inminentes con antelación.
Así fue también que, cuando comenzaron a advertir desfases evidentes en ciertos sistemas de la atmósfera y la tropósfera, pudieron dar el alerta que el resto de los habitantes del Planeta tardamos demasiado en escuchar.
Es cierto que desde la RSE todavía podemos hacer mucho, pero también queda claro que hay procesos en curso que no pueden controlarse ni revertirse.
El problema ahora es que, como el Planeta se calienta, los patrones fenomenológicos se vuelven cada vez más difíciles de discernir: lo que ya sabemos deja entonces de ser útil.
La era oscura de nuestros días
En la medida que la temperatura media de la Tierra aumenta, nuestra comprensión de su historia se hace obsoleta más rápido de lo que podemos asumir, y no hay manera de reemplazarla con nuevos conocimientos.
Aunque algunos patrones no se ven del todo afectados, otros se alteran de manera significativa, al punto que es difícil prever qué va a cambiar, en qué magnitud, cuándo y por cuánto tiempo.
Los océanos, que desempeñan un papel importante en la conformación de los patrones climáticos globales, también se experimentan cambios sustanciales cuando las temperaturas globales aumentan.
Las corrientes marinas y los modos de circulación oceánica evolucionan en escalas de tiempo de varias décadas; esos progresos cambian, por ejemplo, el rendimiento de la pesca.
Conocemos de un modo empírico aproximado la forma en que se comportan los sistemas oceánicos, pero carecemos de modelos basados en la física que nos indiquen cómo ocurren estas transformaciones.
El cambio climático, con absoluta seguridad, socavará en muy poco tiempo aquella todavía limitada capacidad para hacer predicciones sobre la base de la experiencia: adelantar la disponibilidad de recursos oceánicos de un año para otro será cada vez más difícil, e imposible en lapsos más extensos.
Todos los progresos conseguidos mediante modelos informáticos de la atmósfera que hoy en día nos permiten hacer pronósticos muy exactos en materia de meterología –con consecuencias que abarcan desde el diseño de infraestructura hasta la producción agropecuaria– podrían perder validez si el calentamiento incrementa la entropía de la Tierra, y la predicción de fenómenos meteorológicos extremos podría llegar a ser aún más penosa de lo que es en la actualidad.
La RSE debe ir más allá del acatamiento de las leyes cuando se trata del medio ambiente: éstas son sólo el punto de partida para la ineludible responsabilidad ambiental, dado que cumplir con la normativa atañe a las obligaciones que cualquier persona o grupo y debe hacerse simplemente por el hecho de vivir en sociedad.
En este sentido, la RSE debe proponer iniciativas superadoras permanentemente.
La era oscura de nuestros nietos
Un ejercicio interesante para comprender los alcances del cambio climático es imaginar cómo serán las cosas en el tiempo que les toque vivir a nuestros nietos o bisnietos dentro de algunas décadas.
Para entonces, el calentamiento global que predijeron los científicos ya habrá ocurrido.
Los patrones repetitivos de la naturaleza, que fueron fiables para los hombres y mujeres durante milenios, ya habrán dejado de serlo desde mucho tiempo antes.
Los ciclos que han sido en gran medida constantes durante toda la historia de la humanidad moderna, se verán afectados por los cambios sustanciales en la temperatura de la Tierra y en las formas erráticas que habrán adquirido las precipitaciones.
En la medida en que el calentamiento global se estabilice, como es de suponer, los nuevos patrones comenzarán a aparecer, aunque al principio, serán demasiado confusos y difíciles de identificar.
Los científicos observarán más similitudes con el resurgimiento de la Tierra posterior a la última edad del hielo que con cualquiera de las eras a las que haya asistido un ser humano.
Se necesitarán muchos años –tal vez décadas o hasta siglos– para que estos patrones se revelen por completo, aun cuando se cuente con los sofisticados sistemas de observación y medición que puedan existir por entonces.
Mientras tanto, los agricultores tendrán dificultades para predecir de manera segura los nuevos patrones estacionales, la falta de regularidad los llevará a sembrar cultivos equivocados en momentos inoportunos, con las costosas consecuencias esperables, y los impactos sociales disruptivos tenderán a generalizarse.
Los futuros historiadores acaso contarán cómo los primeros 30 ó 40 años de este milenio fueron un período durante el cual la humanidad, a pesar de conseguir avances tecnológicos y científicos a una velocidad vertiginosa, se toparon de pronto con un techo muy bajo en el conocimiento de la Tierra que condujo a la era oscura de nuestros nietos.
La comprensión de la dinámica del planeta, que se había expandido enormemente en las últimas décadas del siglo 20 y las primeras del 21 para posibilitar en alguna medida un mundo más seguro y más próspero, se habrá esfumado; los conocimientos disponibles para nuestros nietos serán tal vez un legado inútil, una herencia millonaria en billetes que habrán caducado varias decenas de lustros antes.