Los grandes jugadores de la comunidad de servicios en la nube (cloud services) pujan por ofrecer nuevos, mejores y más deslumbrantes productos virtuales para el consumidor global, intangibles ubicuos que se disputan con ferocidad: noticias, audios y videos están en el centro de la escena, los apostadores juegan fuerte, el público decide.
Dominados

La Internet del tercer milenio no puede entenderse sin la distribución digital de contenidos multimedia –que incluye a noticias, audios y videos– en particular a través de streaming, la estrella de la difusión por transmisión continua de alcance global.
¿Qué tan dispuestos están los consumidores globales, en un entorno en el que por filosofía buena parte de los contenidos se distribuye de manera gratuita, a suscribirse mediante el abono de una suma de dinero?
Hasta la aparición de los primeros y muy rudimentarios servicios de reproducción en tiempo real como el pionero RealAudio, era necesario descargar localmente en el disco de una computadora la totalidad del contenido (por ejemplo una canción, un clip, un videojuego, o un libro) antes de poder acceder a su disfrute.
A esa dificultad ya de por sí frustrante se agregaba el obstáculo insalvable del escaso ancho de banca (velocidad de transmisión) disponible en aquel momento para bajar los extraordinariamente gigantescos archivos multimedia y, peor aún, la imposibilidad de realizar transmisiones en vivo.
La idea de la transmisión y distribución de señales capaces de despachar contenidos sonoros fue desarrollada a principios de la década de 1920 y sirvió de base para los posteriores (hoy desaparecidos) sistemas de transferencia de audio para uso en comercios conocido como “música funcional”, que reemplazaban con sólo música a las conversadas emisiones de radio.
Durante más de medio siglo, el ingenio no tuvo otras aplicaciones prácticas de relevancia, hasta el advenimiento de las computadoras personales.
Pero fue con la consolidación de las redes informáticas de área local (LAN) y área amplia (WAN) y la llegada de la Red de Redes que el concepto de streaming empezó a robustecerse hasta explotar.
En el albor del milenio los usuarios tuvieron acceso a anchos de banda incrementales, en especial en lo que se denomina “la última milla” (el tramo más crítico para el intercambio razonable de información).

Muy pronto estuvieron disponibles módulos de software que facilitaron la distribución y recuperación de contenidos como RealNetworks y RealPlayer, Microsoft ActiveMovie y Windows Media Player 6.4, Apple QuickTime 4, Adobe Flash Video FLV y F4V, y por fin el video HTML5.
De no haberse desarrollado la tecnología del streaming, habría sido imposible la creación de servicios tan usuales –antes y ahora– como Napster, LimeWire, YouTube, Spotify, Amazon Prime Video, Disney+, Deezer, Apple Music, Netflix, HBO, Mixer, TIDAL, Twitch, SoundCloudy una constelación de proveedores y distribuidores de contenidos multimedia.
Los servicios de distribución mediante streaming sepultaron, a veces para siempre, a una enorme cantidad de negocios que van desde los videoclubes a la industria del DVD, los canales convencionales de la discografía y la cinematografía físicas, o se hicieron con porciones considerables de los pasteles de la TV abierta, por cable y satelital.
En el final de la segunda década del tercer milenio, la provisión a gran escala de servicios pagos de noticias, audios y videos a través de la nube se expande sin límites.
¿Qué tan dispuestos están los consumidores globales, en un entorno en el que por filosofía buena parte de los contenidos se distribuye de manera gratuita, a suscribirse mediante el abono de una suma de dinero?
¿Cómo puede afrontar la publicidad una modificación tan radical de paradigmas que pone en duda la necesidad y el beneficio de su existencia?
Ojos de videotape

La frutilla de la torta (y la mayor porción de la torta en sí) del negocio de la distribución de contenidos en línea es el streaming de video bajo demanda (VOD), lo que muestra a las claras varias cuestiones en danza que deben ser revisadas por los medios, los anunciantes y las agencias de publicidad para tomar debida nota:
- Las personas están hastiadas de la tiranía de la TV en cualquiera de sus formas que les impone una modalidad rígida y unilateral.
- El público demanda mayor control: capacidad para seleccionar qué, cuándo, cómo y dónde quiere ver lo que elige.
- La gente acepta pagar un precio razonable (es decir, muy bajo) para poder acceder a contenidos cercanos a sus intereses, de alta calidad y excelente reproducción.
- Los consumidores no quieren pagar por ver publicidad: si hay anuncios, el acceso debe ser gratuito, si no, es una estafa; más aún, prefieren pagar por no ver publicidad.
El éxito sostenido de Netflix –en desmedro del cine tradicional, la TV abierta, el cable, la TV satelital, y otras formas de despacho de contenidos audiovisuales convencionales– ha sido un objetivo a imitar por la industriadesde el inicio de de la distribuidora de entretenimiento en línea mediante streaming de video.
“Netflix revolucionó el mercado del entretenimiento –en línea y en general– al darle una novedosa vuelta de tuerca al moribundo mercado de los videoclubes, dominado por Blockbuster.
Y no es para menos si se miran todos los números del negocio, fruto de un modelo que privilegia la excelencia en la calidad (tanto de los contenidos en sí, como de su reproducción con alta fidelidad) y el bajo costo para los usuarios necesariamente globalizados del servicio, sin insertar anuncios de publicidad directa.
Netflix revolucionó el mercado del entretenimiento –en línea y en general– al darle una novedosa vuelta de tuerca al moribundo mercado de los videoclubes, dominado por Blockbuster. Y tuvo un éxito arrasador.
Por fuera de las virtudes palmarias del VOD de Netflix y de su empecinamiento por entrar triunfante en el mercado de la producción de contenidos, parece clave un rasgo diferencial que queda fuera del alcance de otros competidores: el servicio es libre de publicidad.
Blockbuster Video llegó mal y tarde a la carrera, y acabó absorbida por Dish Network, que desechó la idea de competir con Netflix y la dio de baja.
La máquina de mirar siglo 21
En la actualidad, el mercado del VOD (video on demand), video bajo demanda o televisión a la carta es disputado más que nada por Hulu (una empresa conjunta de The Walt Disney Company, Comcast y AT&T) apodada “la Spotify de la TV”, Amazon Prime Instant Video, DAZN, HBO Now, Redbox, CuriosityStream, YouTube, Vimeo, Showtime, DirecTV Now, e innumerables sistemas locales alrededor del mundo.

Apple ha reorientado su enfoque –antes centrado en su dispositivo reproductor de contenidos digital Apple TV (de baja aceptación comparada con sus competidores)– hacia un servicio de suscripción a la carta que funcionará con la app Apple TV en cualquier hardware, al que bautizó Apple TV+.
El “Netflix de Apple” mezclará contenido original desarrollado por la compañía con los servicios brindados por los medios tradicionales libres de anuncios publicitarios en una app que se instalará por defecto en los dispositivos provistos por la líder tecnológica (aquellos que corran MacOS o iOS), o podrá descargarse a voluntad en cualquier otra plataforma.
En una jugada audaz que le agregó pimienta a la presentación de la compañía de la manzanita mordida, el adelanto del aún por venir VOD Apple TV+ aseguró para su lanzamiento la asistencia de huéspedes legendarios como Jennifer Aniston, Steven Spielberg (feroz detractor de Netflix), Oprah Winfrey y Reese Witherspoon.
El campo de batalla del VOD está a punto de hervor, y promete nuevas contiendas en las que el mayor ganador parece ser el usuario, en tanto anunciantes, medios tradicionales y agencias se convierten en los villanos de la película que se rueda en vivo.
El Special Apple Event 2019 presentó al nuevo servicio Apple tv+. Reese Witherspoon y Jennifer Aniston en el Special Apple Event 2019. Oprah en el Special Apple Event 2019. Steven Spielberg en el Special Apple Event 2019.
Música del alma a la nube

Si una industria pasó por un calvario de transformaciones que le hicieron perder sentido a su nombre –aunque se conserve por inercia cultural– ésa fue la industria fonográfica, también vetustamente reconocida como discográfica.
Lo primero que perdió la denominación del negocio fue el sufijo “gráfico” (de latín graphicus, a su vez del griego graphikós: dibujado o escrito, representado, grabado, impreso) cuando los medios magnéticos destronaron a los discos de vinilo.
Al golpe final se lo asestó la distribución por streaming, lo que terminó también y entre otras cosas con la odiosa imposición que la Unión Europea llamó “canon por copia privada”, una tasa sobre los medios de grabación de cualquier tipo que presuponía su uso para la piratería de la música.
“La transferencia de archivos de audio bajo demanda a través de Internet hace posible que los consumidores reproduzcan dentro de la ley en sus dispositivos toda la música original que deseen de vastísimos catálogos, sin que se requiera la descarga de una copia.
Muerto el negocio masivo de la distribución física del sonido (CD, DVD, o Blu-ray, por no mencionar a los extintos Minidisc, DCC, DAT, Laserdisc) floreció la distribución global a través de Internet.
Primero nacieron las tiendas en línea (aún más que vigentes) que comercializan descargables, algo así como las versiones intangibles de los antiguos soportes materiales, con la posibilidad de comprar temas individuales o en forma de álbumes.
Entre las tiendas para la descarga de música en línea más destacadas debe mencionarse sin duda a Amazon MP3, Apple iTunes, Google Play Music, HDtracks, Napster, Pandora y Rhapsody.
Al cabo de un tiempo de penetración acelerado, las grandes proveedoras de streaming, que cobran una tarifa mensual para la audición sin límite de títulos, dieron el zarpazo y se quedaron con la parte del león.
La transferencia de archivos de audio bajo demanda a través de Internet hace posible que los consumidores reproduzcan dentro de la ley en sus dispositivos toda la música original que deseen de vastísimos catálogos, sin que se requiera la descarga de una copia.
Se salva de esta manera la cuestión del derecho de copiado (el copyright estricto) y se aplica el derecho de autor (el copyright extendido), un derecho patrimonial bastante sinuoso.
Así, con el simple pago de una suscripción mensual de bajo costo, una persona puede acceder a reproducir legalmente unos 14.400 temas al mes (si la reproducción se produce durante las 24 horas a razón de 3 minutos por tema) o en números más reales (si se supone que usará el dispositivo unas 4 horas al día) cerca de 2.400 temas.
Pan para hoy, caviar para mañana

A diferencia de las ventas físicas o por descarga, que pagan a los tenedores de los derechos de reproducción (quienes en teoría pagan a la vez a los músicos individualmente) un monto fijo por canción o por álbum vendidos, las plataformas de streaming brindan regalías de modo proporcional al total de temas transmitidos.
El modelo es más eficiente y multiplica los ingresos potenciales de los dueños del copyright: cuando se vende un CD o una descarga, el usuario paga esa única vez; con la reproducción en streaming los pagos se extienden indefinidamente en el tiempo.
“El usuario dispone, a cambio de una modesta mensualidad, del acceso inmediato en sus dispositivos a bibliotecas con decenas de millones de títulos individuales y álbumes, pero también a listas de reproducción propias o curadas por terceros, a estaciones de radio digitales, búsquedas y sugerencias inteligentes basadas en el perfil personal, y anuncios de nuevos lanzamientos, reediciones y descubrimientos.
El legendario Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) elaboró hacia 2002 un marco económico y tecnológico experimental para la industria de las grabaciones musicales por el cual se propone que la reproducción de títulos se convierta en un servicio universal en lugar de sustentarse sobre un producto físico.
El modelo de música abierta (open music model) de distribución digital basada en suscripciones para el intercambio de archivos fue presentado como el único sistema viable frente al flagelo de la piratería.
Adoptado desde el principio por la industria de los registros fonográficos, base para el modelo de negocios de los servicios de suscripción vigentes, el OMM del MIT profetizó que el costo óptimo de tal servicio para el largo plazo sería de unos U$S 5 por mes, precio en el que se comercializan hoy en día.
Salvo algunos detalles (como las variaciones de humor de los poseedores de copyright de la música que bloquean el acceso a determinados títulos según su conveniencia) las plataformas de streaming de audio –que cuelan también videos musicales– son una suerte de panacea para los melómanos.
El usuario dispone, a cambio de una modesta mensualidad, del acceso inmediato en sus dispositivos a bibliotecas con decenas de millones de títulos individuales y álbumes, pero también a listas de reproducción propias o curadas por terceros, a estaciones de radio digitales, búsquedas y sugerencias inteligentes basadas en el perfil personal, y anuncios de nuevos lanzamientos, reediciones y descubrimientos.
Los álbumes vienen acompañados de las imágenes de las tapas originales e información complementaria, los temas suelen incluir la transcripción de las letras, y es posible establecer puntajes de preferencia individuales.
La caja de Pandora es de Spotify
Presentada en abril de 2006, la sueca Spotify encabeza la lista de prestadoras por suscripción con más de 96 millones de suscriptores activos de un total de más de 207 millones de usuarios registrados a marzo de 2019.

Los contenidos son proporcionados por los principales sellos discográficos, pero también por artistas independientes, y Spotify paga a los titulares de derechos de autor el 70% de sus ingresos totales por la música que se transmite.
Spotify alienta a las personas a abonar por la música para que las suscripciones pagas sean su principal fuente de ingresos, en lugar de apuntalarse con los anuncios de la versión gratuita.
El anzuelo para capturar suscriptores dispuestos a pagar se basa, primero en la oferta del acceso ilimitado, luego en la optimización de la tasa de transferencia (aumento de la calidad de reproducción) y por fin en la eliminación de los anuncios publicitarios.
Apple Music (40 millones de usuarios), Deezer (9 millones de usuarios), Pandora (5,5 millones de usuarios), y Tidal (3 millones de usuarios) completan el panorama de los servicios de streaming de audio por suscripción paga disponibles.
La mayoría de los sistemas existentes ofrece transmisión de contenido completo a través de la Nube como parte del servicio, sin que el oyente compre un archivo para descargar, comparable a la radio por internet pero con el control total del usuario.
Debería llamarnos poderosamente la atención que la multa impuesta a los usuarios que no pagan una suscripción sea la inclusión de avisos publicitarios.
Filosofía de la información

Compartir es aceptar y fomentar el uso conjunto de recursos y espacios, es decir, el empleo alternado de bienes necesariamente escasos y finitos, lo que implica de alguna manera dividirlos y distribuirlos.
“La proposición del consumo colaborativo supone la economía del intercambio, un conjunto de sistemas de circulación de recursos que permite a los consumidores “proporcionar” y “obtener” –en forma “temporal” o “permanente”– bienes y servicios valiosos a través de la interacción.
Compartir es el principio fundamental que permitió el desarrollo de Internet en el ámbito público, y parte de la idea de que es indispensable otorgar el máximo de derechos gratuitos a los usuarios de los bienes disponibles (en sentido amplio, de información) en detrimento de la noción de competencia como disputa o rivalidad.
El uso colaborativo es la esencia de la Red, regido por la máxima de que el aporte individual y sinérgico de miles, si no millones de personas, contribuye al mejoramiento cualitativo y cuantitativo de cualquier bien.
Compartir es el componente básico de la interacción (humana, pero también extendido a otras especies), responsable del fortalecimiento de los lazos sociales y garantía del bienestar de los individuos.
El consumo colaborativo no es nuevo: ha existido desde la antigüedad más remota en formatos diversos correlativos con el estado del arte de cada época.
La historia de la humanidad es testimonio de esta idea tan altruista como pragmática, que deniega de plano a las utopías egoístas-objetivistas al estilo de las propuestas en “La rebelión de Atlas” por la libertaria rusa Ayn Rand.
La proposición del consumo colaborativo supone la economía del intercambio, un conjunto de sistemas de circulación de recursos que permite a los consumidores “proporcionar” y “obtener” –en forma “temporal” o “permanente”– bienes y servicios valiosos a través de la interacción.
La economía del intercambio de ningún modo significa la abolición del dinero o la negación del capitalismo, antes bien, la proliferación de emprendimientos de financiación colectiva –crowdfunding– demuestra que estos sistemas buscan la optimización y el perfeccionamiento del acceso masivo a los bienes y recursos disponibles.
Pagar por tener sin poseer

Las nuevas formas de consumo colaborativo tuvieron tal vez a sus maneras precursoras en los videoclubes que, contra la mecánica del cine y la TV tradicionales, permitieron el alquiler temporario de piezas cuya posesión sería onerosa en extremo para cualquier persona.
La clave consistió en la conversión de servicios consumibles (cine, televisión, teatro, conciertos) en el arrendamiento de bienes durables (videocasetes, DVD, laserdiscs).
Esta contratación temporaria se perfeccionó con una nueva transformación: la desaparición del soporte físico que los volvió otra vez servicios consumibles, pero en el espacio digital.
Los sistemas de suscripción paga para el consumo de audio y video en streaming son el mejor ejemplo de los beneficios que aporta este tipo de economía en la que el usuario consume un bien que termina por ser finito (en algún momento caduca, se consume) sin tener que adueñarse de él.
Así, por una suma periódica ínfima, un cinéfilo, un melómano, se asegura el acceso a una biblioteca de títulos inmensa que no habría podido formar con la compra tradicional de ejemplares.
El secreto reside en la imposibilidad material de hacer usufructo siquiera de una porción menor de los servicios disponibles, pero hecha la ilusión de la biblioteca infinita, ¿quién nos quita el placer lo deseado?