Niní Marshal jamás se consideró a sí misma una estrella, ni siquiera una artista: “Soy nada más que una señora de su casa que se hace la graciosa”, decía. Un día cualquiera, durante la década de 1930, Juan Carlos Thorry (el galán de moda ídolo de la radio y del cine argentino) la descubrió y la animó a ser lo que fue: la Dama del Humor, la Chaplin con Faldas. Ambos conformaron un dúo que se convirtió en un éxito fenomenal y no dejaron sala sin llenar. Pero la intolerancia política los separó: ella estuvo en las listas negras del peronismo y él, en las listas negras de la Revolución Libertadora. Igual, nadie se olvida ni de Niní ni de Thorry porque, se sabe, la inteligencia siempre gana.
Marina Esther Traverso nació en Buenos Aires el 10 de junio de 1903; en el colegio María Auxiliadora todavía guardan los registros de la inquieta Niní, cuando aún no llevaba ese apodo, en los que se lee “Traverso, Marina Esther. Conducta: mala”, como si la genialidad incomparable de aquella chica que tenía “el diablo en el cuerpo”, a estar de la definición de una monja celadora en su informe, tuviese que sumirse a un comportamiento apocado como sinónimo de “portarse bien”.
“La timidez me agarraba, por ejemplo, cuando tenía que dar una lección, o ponerme de pie para decirle algo a una maestra o a una profesora. Pero cuando se terminaba la hora de clase era un monigote, como soy ahora, un payaso. No fui muy buena alumna. ¡De verdad que no!
—Niní Marshall.
Comenzó a delinear sus personajes más célebres mientras cursaba en el Liceo Nacional de Señoritas Nº 1, donde recibió el título de bachiller, con imitaciones hilarantes de los profesores que hacían las delicias de sus compañeras.
Se casó muy joven, apenas salida de la escuela secundaria, con el ingeniero ruso educado en Alemania Felipe Edelmann, y se mudó a La Pampa; Edelmann le llevaba demasiados años y muchas más mesas de juego, y con él tuvo a su única hija Ángeles, en 1926; al poco tiempo de nacida Angelita, y cuando Ángela –la madre de Niní– ya estaba muy enferma, los cónyuges se separaron: es que el hombre era un jugador compulsivo que, entre naipes y ruletas, había perdido todo lo que tenían.
Alguna vez le pediría a Angelita, casi como en un ruego: “El día que pienses que tu madre no puede rendir lo que debe, cuando creas que yo misma puedo atentar contra la imagen que me interesa mantener, ese día, aunque te duela y me duela, por favor, hacémelo notar. Es una seguridad que necesito y sólo me la podés dar vos. De algo estoy segura: No quiero asistir a mi propio funeral”.
Los inicios en la farándula
De vuelta en La Reina del Plata, Marina se hospedó junto a su pequeña en una pensión, y se puso a buscar trabajo en la prensa gráfica; muy pronto –1933– comenzó a escribir para la revista La Novela Semanal, y ese mismo año le llegó una propuesta de Sintonía –de las más renombradas, junto con Maribel y Antena– en la que debutó como comentarista con una columna semanal de actualidad titulada “Alfilerazos” bajo el seudónimo de Mitzy.
“Mi especialidad era un poco tomarle el pelo a la gente de la radio. Tenía una página de humor a mi cargo, en la que hacía mis comentarios ilustrados con mis propios monitos, porque también me defiendo dibujando. Iba, miraba, escribía y dibujaba.
—Niní Marshall.
En 1934 se presentó en el concurso musical “Nuevas atracciones para el éter” con el alias Ivonne D’ Arcy; obtuvo el primer premio en la categoría Cantante Internacional, lo que le valió iniciar una nueva carrera y debutar en La Voz del Aire con el primer contrato de su vida; la voz de Niní Marshal –aunque aún no se la llamase así– se oía también en Radio Cultura, Radio Nacional, Radio Fénix, Radio Municipal y, en especial, aunque muy fugazmente, en la prestigiosa Radio Belgrano.
En 1936, Radio Nacional la contrató como cantante internacional; allí conoció al contador de una empresa yerbatera (un paraguayo que se convertiría en su segundo marido) llamado Marcelo Salcedo, de quien tomó las primeras sílabas del nombre y el apellido para acuñar el Marshall –la h y la l final fueron agregadas por cuestiones de marketing– con el que se inmortalizaría en el mundo del espectáculo.
Como sucede muchas veces con las nuevas marcas, pasó un tiempo hasta que el nombre se posicionó en las mentes de la gente del medio, que la presentaba como Lily Marshall, Niní Marschall, y un sinnúmero de variantes fallidas apócrifas.
En 1937 se produjo el encuentro con el afamado Juan Carlos Thorry (su descubridor y su más perfecto partenaire) en los pasillos de Radio El Mundo; la dupla Niní Marshall-Juan Carlos Thorry perduró, a pesar de los vaivenes de la vida nacional, hasta el final de las carreras de ambos.
Niní Marshall polifacética y siempre encantadora
El nacimiento de los personajes de Niní –urdidos en la cama, con lápiz, en el rústico papel de los blocks Coloso– fue un proceso tan divertido como frenético que se prolongó por años; los textos, por el trabajo incansable sobre la metáfora y la palabra, son pequeñas joyas literarias, reflexiones agudas y por momentos filosas, recortes sociales minuciosos plagados de ternura.
“Cándida, la mujer del año” (1943) Click para ver la película completa.María Elena Walsh la llamó Nuestra Cervanta, porque “sólo un prodigioso dominio del idioma le permitió a Niní descalabrarlo, travestirlo y lanzarlo a las efímeras ondas del éter” para regocijo de las audiencias de todos los tiempos: “La payasa sigue disimulando a la gran escritora”, bromeaba en serio.
Cándida
Primero compuso a Cándida, una gallega irremediable de Mataluenga del Bierzo, provincia de León, de apellido Loureiro Ramallada, parida a partir de una mujer llamada Francisca Pérez, criada de la casa de la familia de Niní a instancias de la conductora Pipita Cano (Josefina Cano Raverot); en su programa “El chalet de Pipita”, escritores, músicos y artistas de variada laya alternaban buena música y conversaciones, interrumpidas por las intervenciones desopilantes de la torpe Cándida, que aprovechaba para deslizar publicidad no tradicional (PNT).
—Señora, osté comprenderá que si uno tiene las mano enjabunada las cosas se refalan… Pero no importa: el otro día vi en la vidriera del Bazar Bignoli una porquería egual a ésta. Lo compra, y listo… se acabó el prublema.
Catita
Después, el 2 de mayo de 1937, nació Catita, mote de Catalina Pizzafrola Langanuzzo —“a sus pieses, desde hoy una amiga más”— arquetipo de porteña de barrio medio pelo de lenguaje enrevesado, ordinaria y chusma, uno de los personajes más aplaudidos de Niní Marshal, concebido para un programa radial que requería un papel distinto al de Cándida. Las Catitas, cuenta la biógrafa Marily Contreras en su libro “Niní Marshall: el humor como refugio”, eran en realidad las chicas que esperaban al galán Juan Carlos Thorry para pedirle utógrafos a la salida de las funciones, las cholulas trabajadoras de comercio que vivía en conventillos.
Doña Pola
Doña Pola es la caricatura de una señora rusa –por inmigrante judía llegada del Este europeo para quien “El dinero no es todo en la vida, pero tranquiliza los nervios”– dueña del negocio compraventa Los Tres Hemisferios, que no deja pasar la oportunidad de hacer promoción de su tienda y por la que nunca nadie reclamó la corrección política tan en boga en estos tiempos de Inadi y paranoia antisemita.
—Le cambiamos la categoría a la sirvienta. Le dijimos: ‘Manuela, después de tanto tiempo de servicio, cambiamos la categoría. Ya no la vamos a considerar como una persona de servicio, sino como una persona de la familia. Por lo tanto, no le vamos a pagar sueldo’.
Doña Caterina
Doña Caterina Gambastorta de Langanuzzo, la 4 veces viuda abuela de Catita, es una nonagenaria italiana que añora su piccolo paese, donde había de todo al alcance de la mano, y que al cabo de una vida en la Argentina, no logra desprenderse del cocoliche para hacerse entender y refunfuña porque no la dejan curarse las enfermedades con ajo y aceite.
—¡Allá la vaca te dan una leche, lo chancho te dan uno chorizo… lo caballo te dan una patada…!
Mónica Bedoya Hueyo
Con Mónica Bedoya Hueyo de Picos Pardos Sunsuet Crostón, Niní Marshall inmortalizó latiguillos arquetípicos, modismos y tics grotescos propios de la aristocracia porteña de pura sangre de Barrio Norte como “porsu” (contracción de “por supuesto”), “¿me asumís?”, “depre” (por “deprimida”), “podéme” (como apelación al remanido “¡no te puedo creer!”) y “tarúpido” (mixtura de “tarado” y “estúpido”); el personaje snob caricaturiza a la “tilinga” de clase alta surgida luego de la Revolución Libertadora, que aún hoy pervive en ciertos cenáculos de la sociedad local.
—¿Qué onda me estás tirando, loco? ¿Me permitís el tubo? ¿Aló? ¿Meneca? Aquí Mónica, con depre… ¿Qué si fui al Colón? ¿Pero vos estás demente? ¡No pienso pisarlo en mi vida! ¿Me asumís? ¡Ofendida no! ¡Herida ! Herida en lo más profundo de mis aristocráticos sentimientos. Alquilar ese glorioso escenario . ¡Yo me quedé frappé! Es como si alquilaran una bóveda en la Recoleta para enterrar a un pizzero!
Giovannina Regadiera
Giovannina Regadiera es una esotérica cantante lírica –a la sazón soprano irritante a la que las revistas del espectáculo no aciertan escribirle bien el nombre– personaje que ridiculiza a las divas del Bel Canto, verdaderos esperpentos musicales que asolaban el Teatro Colón en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, en la recordada película de 1941 “Orquesta de señoritas”.
Mingo y Nicola
Mingo –el personaje que daría origen al notable Minguito de Juan Carlos Altavista– hermano menor de Catita (“soy un niño cretino, con taras alcohólicas e idiotez progresiva”), y su amigo Nicola son los gangosos e insoportables muchachones que hablan sorbiéndose los mocos, pelean, se insultan y dicen barbaridades con connotaciones de humor negro; para poder interpretarlos, Niní Marshall recurría a menudo a los más variados trucos, como grabar las reyertas en off y, de paso, aprovechar para cambiar el vestuario cuando necesitaba metamorfosearse en otra de sus criaturas.
—Porque si me lo corto me viá tener que lavar las oreja…
La Niña Jovita
Jovita de las Nieves Leiva Peña y Obes, la Niña Jovita, soltera “ansiosa de marido” sin remedio que, de todos modos, no pierde las esperanzas de casoriarse, es una dama patricia que habla con el léxico de 1880 y tiene un correo sentimental bajo el seudónimo de Nenúfar Bleu, siempre acompañada de su loro Romeo en la incansable búsqueda de un Príncipe Azul que enamore a “su corazón ingenuo de dama antigua”.
—¡Venerado San Fructuoso! ¡Cada día usted está más buen mozo! ¿Sabe lo que pasa? ¡Es que, entre el cansancio y la humedad, tengo los pies deshechos! ¡Ay, San Jorge del Caballo… cómo me duelen los callos! ¡Ay, San Papucio de Rodas… cuándo haré el viaje de bodas!
Belarmina Cueio
Belarmina Cueio es la encarnación de una mucamita norteña, empleada de la Niña Jovita, provinciana dulce, torpe, taimada y bastante mentirosa, que tiene a su cargo al loro de su atildada patrona, quien la reprende con frecuencia por pícara, e incluso llega al maltrato y el castigo físico para hacerla entrar en vereda.
—Decime, Belarmina: ¿la Niña Jovita, te castiga con frecuencia?
—No. Con rebenque… Abajo’e la espalda.
—¡Pobrecita! ¿Y te lastima?
—¡No! Si ya tengo caios en el cu… en el cutis Pero lo quie más mi gusta, es quie mi pegue con la mano…
—Porque a vos te duele menos…
—¡No! Porquie a ella le duele más. Claro quie no en la misma parte…
Gladys Minerva Pedantoni
Gladys Minerva Pedantoni, niña sabelotodo, colegiala delatora y presumida, “la mejor de la clase”, chupamedias feroz de la maestra, recitaba versitos autocomplacientes.
Aunque esté feo que yo lo diga
soy un modelo de perfección.
Para mi madre, gema pulida,
para mi padre, el orgullo soy.
La Bella Loli
La Bella Loli es “una estrella de otros tiempos”, cupletista española de varietè ahora en decadencia, a la que los años le han estropeado la voz; gorda, afónica y desafinada, pero insistente, como prueba de su vigencia aporta los poemas que le escriben sus admiradores para que siga actuando.
Tu cuerpo lleno de rollos
me persigue hasta dormido,
y cuando sueño con vacas,
es que en ti, Loli, me inspiro.
Niní Marshall, la psicóloga social
Humorista de raza, pero estudiosa detallista y observadora lúcida de los comportamientos sociales, Niní Marshall tradujo en clave de sorna a todas las clases sociales de la Argentina del siglo 20, con recursos tan intuitivos como meditados que apelaban a las faltas lingüísticas y comportamentales de todo tipo sin rebajarse nunca al chiste fácil ni a la grosería.
“Creo mis personajes observando a la gente, prestando atención a los pequeños defectos que pueden causar risa. Yo voy a la peluquería, por ejemplo, y paro la oreja para ver lo que hablan los clientes. Es increíble lo que pueden decir allí las mujeres: están en los secadores y como el aparato les tapa las orejas y hace ruido, deben gritar para escucharse. A gritos cuentan la vida y milagros de todo el barrio”, sentenciaba con naturalidad; años más tarde, la vigencia perenne de sus observaciones asombra.
Intérprete rigurosa, casi una antropóloga de la broma, no se encerró en ponerle el cuerpo a la imitación, sino que concedió vida y alma a sus creaciones con libretos deliciosos en los que intervino con una mano magistral de número uno.
“En general, yo caricaturizo lo que allí se dice, pero a veces ni me hace falta cargar las tintas, lo mismo en los transportes públicos: generalmente no viajo en ómnibus porque me reconocen y me miran, y eso me pone muy nerviosa; pero a veces me pongo los anteojos negros y doy una vuelta para escuchar a la gente. Parece mentira lo indiscretos que son.”
Otra vez, las constantes que se extienden sin zozobras a través de las épocas y a pesar de los cambios de escenario.
Niní Marshall murió el 18 de marzo de 1996. Tenía 92 años, y ya hacía 15 que había abandonado las tablas, aunque los reconocimientos continuaron rodeándola. En 1989, el gobierno justicialista la había nombrado, a modo de desagravio, “Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”; en 1992 le fue concedido el Premio Podestá a la trayectoria. Hoy, una calle del barrio de Puerto Madero en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lleva su nombre.
Niní Marshall, Cándida, Catita, o como quiera que se la aluda en el imaginario popular, quedará para siempre en el recuerdo de la gente como una humorista única, capaz de recrear en sus personajes a gente como la que transita por los recovecos de la argentinidad y en la que, de tanto en tanto, uno puede reconocer a los otros y reconocerse.
Como diría Catita, “chas graaaaaciasss”, Maestra.