Julio Cortázar eterno a 107 años de su nacimiento.

Julio Cortázar eterno

El miércoles 26 de agosto de 1914 nacía en el municipio de Ixelles, Bruselas, Bélgica, uno de los autores fundamentales de la narrativa en lengua castellana y la literatura universal, Julio Cortázar, eterno tejedor de tramas insólitas que disolvieron las fronteras entre la fantasía y la realidad para crear una nueva literatura disruptiva. Se cumplen este jueves 107 años de la llegada al mundo del hombre que en “Satarsa” le hace decir al personaje Lozano: “Atar a la rata no es más que atar a la rata”.

Julio Cortázar eterno a 107 años de su nacimiento.
Julio Cortázar eterno autonauta de su cosmopista a 107 años de su nacimiento.

El maestro de escuela apasionado por el boxeo

Julio y Lía Cortázar circa 1917.
Julio Cortázar a los 3 años, junto a su hermana menor Lía, durante la estadía en Barcelona, antes de partir hacia la Argentina.

Quiso la profesión de su padre –diplomático, agregado comercial de la embajada argentina en Bélgica– que Julio Florencio Cortázar naciera en el distrito de Ixelles, al sur de Bruselas, cuando Bélgica estaba tomada por Alemania durante la Primera Guerra Mundial: “Mi nacimiento fue producto del turismo y la diplomacia”, bromeó alguna vez quien se escondería tras el seudónimo de Julio Denis en la juventud temprana.

Antes de pisar por primera vez suelo porteño a los 4 años, “Cocó” –como lo llamaban de pequeño– ya había transitado por Suiza y España, hasta que los Cortázar decidieron establecerse en el Gran Buenos Aires, con más precisión en Zona Sur.

La infancia de Julio transcurrió en Banfield, según sus propias palabras con “mucha servidumbre, excesiva sensibilidad, una tristeza infrecuente”, aunque la familia se deshizo antes de asentarse por completo.

El último contacto del niño con su padre sucedió cuando apenas tenía 6 años; el resto de la niñez discurrió junto a su madre, su hermana, una tía y la compañía de los libros de Víctor Hugo, Edgar Allan Poe y Julio Verne, alternados por escapadas al Pequeño Larousse que todavía no era Ilustrado.

Dicen que antes de cumplir 10 ya había escrito su primera novela (“afortunadamente perdida”, confesó) y varios cuentos de una calidad tal que su madre creyó que los había copiado.

Lector ávido y escritor precoz, fue obligado a dejar de visitar las páginas que tanto lo atraían para airearse y tomar el sol por consejo escolar y médico.

En 1932 se recibió de maestro en la escuela Normal, y en 1935 obtuvo el título de profesor de Letras, aunque por entonces, tal vez al encontrar alguna analogía con esos individuos solitarios que en el ring iban siempre hacia adelante para ganar a fuerza de empuje y coraje, se aficionó al boxeo, con el que disentía por la crueldad y la ambición de sangre.

A los 19 años descubrió por casualidad en una librería de Buenos Aires el libro “Opio: diario de una desintoxicación” de Jean Cocteau, que sería en adelante su libro de cabecera.

Deslumbrado, cambió su visión de la literatura, se introdujo en las bambalinas del surrealismo y recuperó la confianza en que la escritura era lo suyo, como si Cocteau le hubiese susurrado aquello de que “cuando una obra parece adelantada a su tiempo, es sólo que el tiempo está detrás de la obra”.

Borges inventor de Cortázar

Mientras trabajaba para la Cámara Argentina del Libro Cortázar publicó, por iniciativa –y satisfacción– del director de “Los Anales de Buenos Aires” su fantástico cuento “Casa tomada”.

En el libro “Siete conversaciones con Jorge Luis Borges”, de Fernando Sorrentino, consta el relato de aquel episodio según el propio Jorge Luis Borges:

Yo me encontré con Cortázar en París, en casa de Néstor Ibarra.
Él me dijo:
“¿Usted se acuerda de lo que nos pasó aquella tarde en la diagonal Norte?”
“No”,
le dije yo.
Entonces él me dijo:
“Yo le llevé a usted un manuscrito. Usted me dijo que volviera al cabo de una semana, y que usted me diría lo que pensaba del manuscrito.”
Yo dirigía entonces una revista, “Los Anales de Buenos Aires” (una revista ahora indebidamente olvidada), que pertenecía a la señora Sara de Ortiz Basualdo, y él me llevó un cuento, “Casa tomada”.
Al cabo de una semana volvió. Me pidió mi opinión, y yo le dije:
“En lugar de darle mi opinión, voy a decirle dos cosas: una, que el cuento está en la imprenta, y dentro de unos días tendremos las pruebas; y otra, que ya le he encargado las ilustraciones a mi hermana Norah.”
Pero, en esa ocasión, en París, Cortázar me dijo:
“Lo que yo quería recordarle también es que ése fue el primer texto que yo publiqué en mi patria cuando nadie me conocía.”
Y yo me sentí muy orgulloso de haber sido el primero que publicó un texto de Julio Cortázar.
Luego nos vimos un par de veces en la UNESCO, donde él trabaja.
Él está casado –o estaba casado– con la hermana de un querido amigo mío, Francisco Luis Bernárdez.
Bueno, como le decía, nos vimos creo que dos o tres veces en la vida, y, desde entonces, él está en París, yo estoy en Buenos Aires.
Creo que profesamos credos políticos bastante distintos, pero pienso que, al fin y al cabo, las opiniones son lo más superficial que hay en alguien.
Y además a mí los cuentos fantásticos de Cortázar me gustan.

Julio Cortázar eterno en 1939.
Julio Cortázar hacia 1939, cuando ni siquiera soñaría con el encuentro y la franca admiración de Jorge Luis Borges, secretario de redacción de “Los anales de Buenos Aires”.

El paso del tiempo, el avance de la ceguera, hicieron que Borges olvidara las facciones de aquel muchacho alto y desgarbado que en 1947 se le presentó con el manuscrito de “Casa tomada” en las manos.

Pero contra el consejo de Schopenhauer de sólo leer libros que ya hubieran cumplido 100 años, se adentró con fervor en las páginas de “Las armas secretas” y atendió a los cuentos de Cortázar con singular fruición.

Los personajes de la obra de Cortázar, pensaba Borges, son en sí superficiales, rutinarios, fluyen en rutinas triviales, casuales, en las que los amores, los aeropuertos, el whisky, las discordias, los andenes, la radio y los diarios rigen el relato resignado a la imposibilidad de la dicha, que puede ubicarse indistintamente en París o en Buenos Aires.

El descuido en el estilo, la imposibilidad de describir el argumento que anuda cada trama, se contrapone con la elección cuidadosa de las palabras y la ilación de un orden riguroso que hacen superfluo cualquier intento de síntesis: en el resumen, “algo precioso se ha[brá] perdido”.

Lo prodigioso de la escritura de Cortázar está en los pormenores, en la trivialidad, en la mención ociosa de los nombres de las cosas intrascendentes, en la insinuación nunca revelada– de lo sobrenatural que hace fantástica a la narración y demanda aquellas frivolidades escogidas con una precisión escrupulosa.

Un hit parade inconcluso

Julio Cortázar eterno a 107 años de su nacimiento.
Julio Cortázar, un progresista exiliado por voluntad propia, simpatizante del socialismo tercermundista, compartía con Borges (además de otras afinidades intelectuales) su desdén recalcitrante por el peronismo.

A principios de la década de 1980, la editorial Hyspamérica le encomendó a Borges que seleccionara 100 libros de su preferencia para publicarlos como una colección antológica.

Cada volumen de la Biblioteca Personal de Borges debía estar prologado con una explicación que justificara la elección, redactada por el propio autor de “El Aleph”.

La saga, que comenzó a publicarse en 1985, alcanzó a completar 66 libros hasta que la muerte alcanzó a Borges un año más tarde.

Entre los clásicos universales y los libros favoritos escogidos por él está “Cuentos”, una compilación precisa de relatos de Julio Cortázar.

En el prólogo, Borges revive la anécdota de la llegada de Cortázar a la revista “Los anales…” con el texto de “Casa tomada”, el reencuentro en París luego de décadas sin verse, y confiesa sin rubor que lo “honra haber sido su instrumento”.

Claro que las palabras de Jorge Luis Borges, tan afecto a la invención narrativa, nunca deben ser tomadas como ciertas, ya que siempre hay algo de apócrifo en ellas, esa impronta que lo hace único y distintivo: en una carta de 1967, Cortázar termina por confesar que el manuscrito “Casa tomada” había llegado al despacho de Borges por intercesión de una amiga, y que recién lo había conocido en persona un tiempo después cuando asistió a algunas de sus clases sobre literatura inglesa.

El fútbol también en la literatura

Jorge Luis Borges, descubridor y primer editor argentino de una obra de Julio Cortázar.
Los argentinos han vivido desde los albores del país divididos en bandos tan absurdos como irreconciliables, al punto que aún hoy se enfrentan detractores y aduladores de Cortázar y de Borges como si esa rivalidad tuviese algún tipo de mérito o valor.

Borges y Cortázar se han convertido para muchos en el River y Boca de las letras argentinas de la centuria pasada, y no faltan aquellos que califican al último como el “hijo” del primero, el párvulo que no tuvo otra alternativa –impedido de matarlo– que huir de Buenos Aires y refugiarse en París para ponerse a salvo del “padre”.

“Bien leído, Cortázar no existe, no es un escritor en serio. El mejor Cortázar es un mal Borges. […] El resto de Cortázar puede llegar a ser horrible”, sentenció alguna vez, e insistió en ocasiones repetidas, el profuso perpetrador de novelas César Aira.

Jaime Alazraki, crítico de ambos, situaba a Borges, en su libro “Cortázar”, en el lugar del Minotauro “de las letras porteñas”, el monstruo del laberinto al cual era imposible enfrentar, en vida o no; Teseo sin Ariadna, Cortázar evita el desafío y se asila en la Ciudad Luz.

¿Vale la pena ponerse en la disyuntiva de elegir cara o cruz de una misma moneda cuando la decisión implica escoger la mitad de un mundo que no puede ser sin la otra mitad que lo hace mundo?

Nadie mejor que Julio Cortázar para zanjar el dilema:

“El choque que me produjo a mí la escritura de Borges fue sin duda el más grande que yo había recibido hasta ese momento. […] Encontrar en la Argentina […] a un hombre que ha pulido, que ha limado el lenguaje reduciéndolo casi al nivel de aforismo, de apotegmas, de frases –perdóneme la cursilería– lapidarias (en el caso cabe la palabra) era una experiencia que un joven escritor sensible tenía no  solamente que recibir sino que aceptar y seguir. Seguir sin imitar. Ese es el asunto. Eso es lo que hizo que a mí, por suerte, no me tocara ser un borgista. Porque usted ve lo que pasó con los que, en vez de seguir la lección del maestro, lo imitaron. El resultado fue una plaga de borgistas de los cuales nadie se acuerda hoy.”

Cortázar y la muerte

Julio Cortázar eterno juega con su gata Flanelle.
Aunque no hay registros de Teodoro (guiño para Theodor Adorno), el gato mencionado en “Rayuela”, “El diario de Andrés Fava” y “El último round”, que se dice fue real, las imágenes que nos quedan son de la mítica Flanelle.

Un disenso notable que separa a los dos más grandes escritores argentinos era su posición ante el fin de la vida: mientras para uno era un bálsamo que nos libera del tedio del tiempo, para el otro representaba un desorden inaceptable que no se permite admitir.

Borges, en un documental de 1978 titulado “Borges para millones”, aseguraba que para él la desaparición era el alivio final, y hasta aborrecía la noción de un Cielo duradero.

“Cuando me siento desdichado pienso en la muerte. Es el consuelo que tengo: saber que no voy a seguir siendo, pensar que voy a dejar de se. […]

Y es un gran consuelo. Es algo que le da mucha fuerza a un hombre, el saber que es efímero. En cambio la idea de ser duradero, me parece que es una idea horrible realmente. La inmortalidad sería el peor castigo. Cualquier forma de inmortalidad sería el infierno. […]

Quizás una de las mayores virtudes de la vida es que todo es efímero, incluso lo físico es efímero, el placer es efímero también, y está bien que sea así porque si no sería muy tedioso todo.”

En “Cortázar por Cortázar”, una serie de entrevistas realizadas por Evely Picon Garfield publicada en 1981, el hombre que parecía un chico de dimensiones exageradas se explayaba sobre el tema de manera diferente.

Precisamente porque en el fondo soy alguien muy optimista y muy vital, es decir alguien que cree profundamente en la vida y que vive lo más profundamente posible, la noción de la muerte es también muy fuerte en mí.

Yo no tengo ningún sentimiento religioso. Nunca se despertó en mí el menor sentimiento religioso. Y entonces la noción de la muerte para mí no es una noción que yo pueda esconder o disimular o buscarle un consuelo con la idea de una resurrección, de una segunda vida.

Para mí la muerte es un escándalo. Es el gran escándalo. Es el verdadero escándalo. Yo creo que no deberíamos morir y que la única ventaja que los animales tienen sobre nosotros es que ellos ignoran la muerte. El animal no sabe que va a morir. El hombre lo sabe, lo sabe y reacciona de distintas maneras, histórica o personalmente. Mi reacción te la acabo de decir y por eso tienes que comprender que la muerte es un elemento muy importante y muy presente en cualquiera de las cosas que yo he escrito.

La muerte y Cortázar

Julio Cortázar eterno en 1967.
Fragmento de uno de los más célebres retratos de Julio Cortázar, tomado en 1967 por la destacada fotógrafa Sara Facio, última pareja de María Elena Walsh.

La escritora Cristina Peri Rossi ha insistido en que Julio Cortázar se contagió de sida por una transfusión sanguínea recibida en el sur de Francia, y que le transmitió el síndrome a su tercera pareja y segunda esposa, Carol Dunlop.

La joven estadounidense, escritora, traductora, fotógrafa, que se había casado con el escritor argentino a los 23 años en 1970, cuando él ya pasaba los 55, murió el 2 de noviembre de 1982 por una aplasia medular: sumido en una depresión profunda e insuperable, arrasado por una leucemia, Cortázar la siguió 2 años después.

Si bien el biógrafo Miguel Herráez sostiene que la hipótesis de Peri Rossi es errónea, vale reflexionar que el virus del sida no provoca sino auspicia la muerte, que llega por la deficiencia de inmunidad frente a cualquier enfermedad.

Julio Cortázar transcurrió ya muy endeble el último tramo de su vida –falleció el 12 de febrero de 1984 en el invierno parisino– acompañado por su primera esposa, Aurora Bernárdez, quien se convirtió en albacea literaria y única heredera de su obra, dueña de los libros de su biblioteca, “documentos personales, manuscritos, hojas a máquina, cuadernos de notas y simples papelitos sueltos, todo metido en cajas y cajones”.

Unos años después, el miércoles 5 de noviembre de 2014, a la salida de una consulta médica, Aurora experimentó un accidente cerebrovascular (ACV) y fue derivada al Servicio de Neurología del Centre Hospitalier Sainte-Anne, en el Distrito XIV de París, en un estado de coma del que no se recuperó: se fue a los 94 años, el sábado 8.

Tumba de Julio Cortázar, eterno inspirador, en París.
Tumba de Julio Cortázar y su esposa Carol Dunlop (fallecida en 1982 a los 36 años) en el cementerio de Montparnasse.

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